miércoles, 15 de noviembre de 2017
ASÍ LLEGÓ A CRUZ GRANDE AGUSTÍN QUIÑONEZ.
Eliseo Juárez Rodríguez blog: Aquél Cruz Grande.
La imagen que hoy identifica a nuestro pueblo. Hechura de Agustín Quiñonez Cuevas.
Atrás habían quedado los días en que aceptó resignado las ordenes de Rafael Bello Ruíz obispo de Acapulco.
Agustín Quiñonez salió de Ayutla sin querer abandonar la histórica ciudad. Las quejas y denuncias en su contra por parte de algunos grupos de la grey católica ayuteca, ya eran constantes. La mayoría de sus feligreses lo apoyaban y manifestaban al Bello Ruíz el cariño hacía el sacerdote mochiteco; no querían a otro que no fuera él.
Al obispo le costó trabajo tomar una decisión; empero, no quería que la parroquia de Ayutla de los libres se siguiera dividiendo y Agustín debía salir.
-Te vas a Cruz Grande, Dios requiere de tus servicios en esa parroquia que está sin sacerdote.-le dijo escuetamente Rafael Bello Ruíz a Agustín, que ya no pudo prolongar más con súplicas su estadía en Ayutla. Era difícil aceptar dejar los años de trabajo y de servicio de una parroquia que consideraba suya, cuyas comunidades en las montañas recorría en su viejo Jeep.
Así, una tarde de Junio de 1986, llegó acompañado de una comitiva de feligreses ayutecos tristes, que lo vinieron a despedir hasta el mismo curato de su nueva parroquia.
La comunidad católica de Aquel Cruz Grande, le brindó una cálida recepción; sonaron las guitarras y las chilenas en el corredor, bajó la enredadera que vio los mejores días de Víctor Fuentes Landa. Hubo mole de Guajolote y chilate para recibir entusiasta a un "cura que es alegre y le gusta cantar".
Quiero que termines el templo que siempre quiso construir Víctor Fuentes, ve a Cruz Grande y trabaja como sabes hacerlo.-fueron las ordenes del obispo.
Pronto, Agustín venció la nostalgia que le provocaba el haber dejado la apacible Ayutla de aquellos años. Había mucho por hacer y con la fuerza y el dinamismo que el cura tenía, en un santiamén se encontró totalmente adaptado a su nueva parroquia. Los cruceños también se contagiaron de la alegría de Agustín, la parroquia tenía nueva vida.
Con el padre Quiñonez los servicios religiosos ya eran otra vez "normales". De algún modo -su antecesor-, Ramón Célis provocaba cierta resistencia a que la gente quisiera ir a escuchar misa. Aquel robusto y pulcro sacerdote de piel blanca, irradiaba un carácter y un verbo sin pelos en la lengua. Lo mismo hablaba duramente en los sermones criticando y haciendo ver a los fieles sus vidas licenciosas u ostentosas; que regañaba a quiénes sólo asistían a las misas de los difuntos "ricos". Pero lo que más enfadaba secretamente a los parroquianos era el excesivo tiempo que duraban las misas de casi dos horas.
Rápidamente Agustín se echó a cuestas la tarea de terminar el templo de "la loma".
Víctor Fuentes en casi treinta años sólo había dejado su idea: quería una réplica de la nueva basílica de Guadalupe en la ciudad de México. Lo único que se encontró Agustín en aquella loma, eran las doce columnas y nada más. Sin hacer mucho ruido y poniendo el ejemplo, se puso su sombrero de palma y con una carretilla comenzó a acarrear tabiques y graba hacía lo que sería su máxima obra. Parecía uno más de los albañiles. Todos los días supervisaba personalmente los trabajos y ascendía sin temor, amarrado por la cintura con una soga, los arcos listos para ser colados. Los mismos trabajadores y el pueblo admiraban al señor cura. La fuerza y vitalidad que proyectaba eran maravillosamente proporcionales a la potente voz de tenor con que celebraba los cantos de la santa misa.
En poco tiempo, la magna construcción iba tomando forma, pero aún faltaba mucho: había que colar la gran bóveda y Quiñonez lo hizo. Aquel sueño que Victor Fuentes tuvo; Agustín lo realizó ante los ojos incrédulos del pueblo. La fuerza física y mental del mochiteco, no quedó solamente en la construcción del templo que ahora es ícono de nuestro pueblo; además de trabajar incansablemente en los servicios religiosos del pueblo y sus comunidades; Quiñonez empezó a construir un rodeo que servía para los eventos donde se recababan los recursos a beneficio de la parroquia. Su gestión fue notable y de los gobernadores Aguirre y Juárez Cisneros recibió ayuda importante. Agustín Quiñonez sabía como obtener mano de obra y recursos. El 48 batallón de infantería le ayudó de manera importante a terminar el templo de la Santa Cruz.
Si, ya estaban lejos aquellos días de fuerza y de vitalidad. Agustín empezó a olvidar sus actividades involuntariamente. Su maravillosa voz estaba intacta, era lo único que quedaba, el único vestigio de aquella envidiable capacidad y fortaleza física y mental. Todavía resonaba el templo con el "Alza tu frente pueblo cristiano/porqué desmayas ante la cruz...", pero al momento de leer la epístola su voz se escuchaba cansada,en el tedeum también dejaba notar que los años ya estaban pesando en la vida de Agustín. Un hecho menguó su animo: la diócesis le quitaba la autoridad de su parroquia.
Aquella tarde, sentado en la orilla de su cama, sintió hambre y recordó con nostalgia la primera vez que ahí mismo en ese lugar, los cruceños lo recibieron con chilenas, mole de guajolote y chilate. Ahora ya estaba solo, nadie se acordaba de él.
Vio caminar a un enorme alacrán negro por la cabecera de su cama, no tuvo el ánimo para levantarse a matarlo: ya estaba acostumbrado hasta de sus peligrosos piquetes. Si, estaba solo, ya nadie se acordaba de él. Sin embargo no necesitaba más que seguir viviendo en aquel viejo curato y su deseo era morir bajo el techo que vio los últimos días de otro talentoso clérigo como lo fue Emilio Vázquez Jiménez . Quería ser sepultado bajo el nicho del santo niño . No pudo cumplir ese deseo.
La familia del padre Quiñonez finalmente se enteró de su estado y vino por él desde Mochitlán, para llevarlo a la tierra que o vio nacer. Tal vez allá recuperaría su salud tan deteriorada; era difícil, el pronóstico no era alentador.
Pasaron las semanas y sorprendentemente Agustín, bajo los cuidados de sus seres queridos se repuso momentáneamente y prolongó por más tiempo su vida. En su tierra volvió a celebrar misa y a cantar otra vez el tedeum. Una cosa le atormentó su alma cruceña: quería volver a su parroquia. Finalmente pudo hacerlo;hoy regresó, vino a despedirse de nosotros. Gracias Padre Agustín. Descanse en paz.
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