El Grito.
Jesús Mendoza Zaragoza
El Grito
“Que igualmente se solemnice el día 16
de septiembre todos los años, como el día aniversario en que se levantó
la voz de la Independencia y nuestra santa Libertad comenzó, pues en ese
día fue en el que se desplegaron los labios de la Nación para reclamar
sus derechos con espada en mano para ser oída; recordando siempre el
mérito del grande héroe, el señor Don Miguel Hidalgo y su compañero Don
Ignacio Allende”. Con estas palabras, conservadas en los Sentimientos de
la Nación, Don José María Morelos propuso el sentido y el valor de la
celebración de la independencia de México, que en nuestros días tiene un
signo emblemático en el llamado “grito”.
Circulan en las redes sociales convocatorias para hacer el vacío al ritual del grito que hará el presidente Enrique Peña Nieto en la Plaza de la Constitución. Hay quienes objetan esta ceremonia a la que califican como una manera de legitimación de la clase política dominante. Y, con razón, se argumenta que la celebración de la Independencia, liderada por las autoridades, legalmente constituidas pero con una dudosa legitimidad moral, ha sido vaciada de su contenido original, el expuesto por José María Morelos y no expresa más las aspiraciones populares que movieron al cura Hidalgo a convocar a la gente para iniciar una lucha por la libertad y la dignidad de los mexicanos.
Dos cosas quiero recuperar de las palabras de Morelos, cuando pide que se celebre esta fecha. La primera de ellas consiste en la recuperación de la memoria centrada en dos personajes: Hidalgo y Allende, como figuras centrales en la gestación del movimiento de independencia. Una patología social que padecemos en México es la amnesia histórica. Olvidamos nuestro pasado, nuestros orígenes, las historias locales que incluyen luces y sombras. Olvidamos que en el pasado, México ha podido superar tiempos de crisis y que hemos sido capaces de hacerlo con los recursos éticos y sociales que tenemos. Olvidamos también que el país ha sufrido graves daños a manos de las élites y les permitimos que lo sigan desangrando.
La memoria histórica es absolutamente necesaria para hacernos responsables del presente y para mirar el futuro con esperanza, es necesario mirar nuestro pasado para aprender de él y no permitir que sus traumas se sigan reproduciendo. De hecho, somos un pueblo que no ha podido superar traumas históricos en los que ha habido una responsabilidad mayor de las élites, y eso no nos permite creer en nosotros y en nuestras potencialidades. Es más, tenemos que recuperar la historia, la local y la nacional, contada por los pueblos para contrarrestar en algo la historia narrada por las élites privilegiadas que la cuentan a su favor.
La segunda cosa a recuperar, según la exigencia de Morelos, es el contenido de esta fecha. En palabras suyas, “en ese día fue en el que se desplegaron los labios de la Nación para reclamar sus derechos con espada en mano para ser oída”. Los labios de la nación están representados en el “grito de Dolores”, en la arenga del padre Hidalgo, que convocó al pueblo sojuzgado al poder del imperio español para reclamar y exigir sus derechos. Se trata de un grito subversivo generado por el desconocimiento práctico de derechos. En este caso, el Grito, es una convocatoria pública y abierta para reconocer las situaciones sociales, políticas, económicas, ambientales y culturales que impiden el desarrollo de México en la justicia, la verdad y la paz y, además, para generar la movilización nacional que se requiere para hacer efectivos esos derechos.
En un contexto como el actual en el que la población se siente traicionada por una clase política insensible e insolidaria y, además, omisa y responsable de diversas desgracias nacionales, ¿qué sentido tiene el que ésta encabece la ceremonia del Grito el próximo 15 de septiembre? En un contexto en el que el Estado mexicano es rehén de la delincuencia organizada y en el que la corrupción no tiene límites, ¿cómo puede pedirse a la población que secunde rituales cívicos encabezados, en muchos casos, por quienes no hacen su parte para conseguir la justica y la paz? Si el Grito es una manifestación de la voz del pueblo mexicano que reclama sus derechos, ¿cómo puede darlo quien no tutela esos derechos?
Este ritual cívico requiere ser reconstruido con el sentido que Morelos le señalaba. Cada gobierno ha modificado el Grito nombrando a los héroes de su devoción para fortalecer su interés político y no tanto el interés público. En este caso, el fondo y la forma del Grito tienen que ser más populares, más ciudadanos, más sociales. Debieran escucharse los gritos de inconformidad de los pobres, de las víctimas de las violencias, de las familias de los desaparecidos, a la vez que se escuchan las aspiraciones de los pueblos. Estos festejos patrios debieran ser una oportunidad para pensar más en la Patria, en su suerte y en su futuro. Una oportunidad para fortalecer el patriotismo con sustancia social y política y no el patrioterismo vacío y ramplón que se teje con huecos folklores y ruidos estridentes.
Hay que celebrar el Grito, pero de otra manera. Este ritual tiene que convertirse en una convocatoria a la memoria, a no olvidar nuestro pasado y a responsabilizarnos de nuestro presente para aspirar a un futuro mejor. Y el protagonista de esta ceremonia tiene que ser el pueblo, acompañado de sus autoridades, que más que gritar tendrían que escuchar. En este sentido, Peña Nieto tendría que callarse y ponerse a escuchar las aspiraciones de la sociedad para reconocerse como mandatario. Y vaya, si tienen que gritarse esa noche, derechos que han sido conculcados y omitidos. Por ejemplo los derechos a la verdad y a la justicia en torno a los 25 mil desaparecidos que hay en el país, incluyendo a los de Ayotzinapa.
Circulan en las redes sociales convocatorias para hacer el vacío al ritual del grito que hará el presidente Enrique Peña Nieto en la Plaza de la Constitución. Hay quienes objetan esta ceremonia a la que califican como una manera de legitimación de la clase política dominante. Y, con razón, se argumenta que la celebración de la Independencia, liderada por las autoridades, legalmente constituidas pero con una dudosa legitimidad moral, ha sido vaciada de su contenido original, el expuesto por José María Morelos y no expresa más las aspiraciones populares que movieron al cura Hidalgo a convocar a la gente para iniciar una lucha por la libertad y la dignidad de los mexicanos.
Dos cosas quiero recuperar de las palabras de Morelos, cuando pide que se celebre esta fecha. La primera de ellas consiste en la recuperación de la memoria centrada en dos personajes: Hidalgo y Allende, como figuras centrales en la gestación del movimiento de independencia. Una patología social que padecemos en México es la amnesia histórica. Olvidamos nuestro pasado, nuestros orígenes, las historias locales que incluyen luces y sombras. Olvidamos que en el pasado, México ha podido superar tiempos de crisis y que hemos sido capaces de hacerlo con los recursos éticos y sociales que tenemos. Olvidamos también que el país ha sufrido graves daños a manos de las élites y les permitimos que lo sigan desangrando.
La memoria histórica es absolutamente necesaria para hacernos responsables del presente y para mirar el futuro con esperanza, es necesario mirar nuestro pasado para aprender de él y no permitir que sus traumas se sigan reproduciendo. De hecho, somos un pueblo que no ha podido superar traumas históricos en los que ha habido una responsabilidad mayor de las élites, y eso no nos permite creer en nosotros y en nuestras potencialidades. Es más, tenemos que recuperar la historia, la local y la nacional, contada por los pueblos para contrarrestar en algo la historia narrada por las élites privilegiadas que la cuentan a su favor.
La segunda cosa a recuperar, según la exigencia de Morelos, es el contenido de esta fecha. En palabras suyas, “en ese día fue en el que se desplegaron los labios de la Nación para reclamar sus derechos con espada en mano para ser oída”. Los labios de la nación están representados en el “grito de Dolores”, en la arenga del padre Hidalgo, que convocó al pueblo sojuzgado al poder del imperio español para reclamar y exigir sus derechos. Se trata de un grito subversivo generado por el desconocimiento práctico de derechos. En este caso, el Grito, es una convocatoria pública y abierta para reconocer las situaciones sociales, políticas, económicas, ambientales y culturales que impiden el desarrollo de México en la justicia, la verdad y la paz y, además, para generar la movilización nacional que se requiere para hacer efectivos esos derechos.
En un contexto como el actual en el que la población se siente traicionada por una clase política insensible e insolidaria y, además, omisa y responsable de diversas desgracias nacionales, ¿qué sentido tiene el que ésta encabece la ceremonia del Grito el próximo 15 de septiembre? En un contexto en el que el Estado mexicano es rehén de la delincuencia organizada y en el que la corrupción no tiene límites, ¿cómo puede pedirse a la población que secunde rituales cívicos encabezados, en muchos casos, por quienes no hacen su parte para conseguir la justica y la paz? Si el Grito es una manifestación de la voz del pueblo mexicano que reclama sus derechos, ¿cómo puede darlo quien no tutela esos derechos?
Este ritual cívico requiere ser reconstruido con el sentido que Morelos le señalaba. Cada gobierno ha modificado el Grito nombrando a los héroes de su devoción para fortalecer su interés político y no tanto el interés público. En este caso, el fondo y la forma del Grito tienen que ser más populares, más ciudadanos, más sociales. Debieran escucharse los gritos de inconformidad de los pobres, de las víctimas de las violencias, de las familias de los desaparecidos, a la vez que se escuchan las aspiraciones de los pueblos. Estos festejos patrios debieran ser una oportunidad para pensar más en la Patria, en su suerte y en su futuro. Una oportunidad para fortalecer el patriotismo con sustancia social y política y no el patrioterismo vacío y ramplón que se teje con huecos folklores y ruidos estridentes.
Hay que celebrar el Grito, pero de otra manera. Este ritual tiene que convertirse en una convocatoria a la memoria, a no olvidar nuestro pasado y a responsabilizarnos de nuestro presente para aspirar a un futuro mejor. Y el protagonista de esta ceremonia tiene que ser el pueblo, acompañado de sus autoridades, que más que gritar tendrían que escuchar. En este sentido, Peña Nieto tendría que callarse y ponerse a escuchar las aspiraciones de la sociedad para reconocerse como mandatario. Y vaya, si tienen que gritarse esa noche, derechos que han sido conculcados y omitidos. Por ejemplo los derechos a la verdad y a la justicia en torno a los 25 mil desaparecidos que hay en el país, incluyendo a los de Ayotzinapa.
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