MEMORIA DE SAN MARGARITO FLORES GARCIA
Por Juan Carlos Flores Rivas
Nació en Taxco de Alarcón, Gro., el 22 de febrero de 1899. De humilde condición, ingresó al seminario conciliar de Chilapa, mereciendo por su lucidez intelectual numerosos diplomas y menciones honoríficas.
Presbítero desde el 5 de abril de 1924, catedrático del seminario y poco después, ministro de la parroquia de Chilpancingo, Gro., se le recuerda serio sin ser adusto, atento y amable con todos, siempre dispuesto a servir con humildad y sacrificio.
Rotas las relaciones entre el Estado mexicano y la Iglesia católica, en 1926, fue trasladado a Tecalpulco, Gro. A poco de llegar, tuvo en las montañas en una travesía de muchas horas para salvar la vida. Pernoctando en el campo, sin probar alimento, llegó a la casa paterna en Taxco.
En los primeros días del 1927 se trasladó a la ciudad de México. En esa metrópoli se incorporó a las labores de la resistencia pacífica de los católicos y a perfeccionar sus aptitudes artísticas tomando un curso de pintura en la Academia de San Carlos. En junio de ese año fue recluido en los separos de la inspección general de policía, a cargo del general Roberto Cruz. Durante su estancia en ese lugar atendió espiritualmente a los detenidos.
En octubre regreso a Chilapa. La víspera de su partida ofrecido, durante la Misa, su vida y su sangre por México. En su diócesis lo hicieron Vicario sustituto de la parroquia de Atenango del Río, Gro. De inmediato dispuso su partida. Pernoctó la primera noche en Tulimán, Gro. Al día siguiente, el comisario de ese lugar, J. Cruz Pineda, le proporcionó un guía para que lo condijera a su destino. Apresado por un destacamento del ejército federal, un capitán de apellido Manzo, después de interrogarlo lo remitió a Tulimán. En el trayecto lo dejaron en ropa interior, descalzo, atado de las manos caminando a pie llego a Tulimán.
La mañana del 12 de noviembre de 1927 el capitán Manzo ordenó que a las once horas se ejecutara al reo. En el improvisado paredón oró en silencio; uno de los soldados le pidió perdón. El mártir contestó: “No sólo te perdono, también te bendigo”. En pie, viendo de frente a sus verdugos, se negó a que le vendaran los ojos, recibió la mortal descarga. El cadáver fue abandonado en ese lugar. En 1946, a instancias de la familia, los restos fueron trasladados a la capilla del Señor de Ojeda, en Taxco, donde reposan.
En Acapulco, se venera junto con San David Uribe Velasco, en una Capilla levantada en su memoria en el Barrio de los Tepetates, cerca del Zócalo de la ciudad.
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DOMINGO 26 DE NOVIEMBRE DE 2023
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