HOMILIA DEL ARZOBISPO DE
ACAPULCO
MONSEÑOR LEOPOLDO GONZALEZ
GONZALEZ
EN EL JUBILEO DE PLATA
PRESBITERAL POR LOS XXV AÑOS DE ORDENACION DE JOSE LUIS MENDOZA SANCHEZ
TEMPLO PARROQUIAL DE SAN
JOSE, TRES PALOS, MUNICIPIO DE ACAPULCO, GRO. VIERNES 25 DE ENERO DE 2019.
SANTA MISA 12 HRS.
NOTA: Versión estenografiada, audible en You Tube https://www.youtube.com/watch?v=b6OM0BLEZLU.
Saludo a los muy queridos sacerdotes.
Saludo a los muy queridos diáconos.
Saludo a las muy queridas hermanas religiosas.
Muy queridas hermanas, reverendísimos hermanos.
Saludo al padre Juan Carlos y al padre José Luis. Les agradecemos
la bondad que han tenido al hacernos partícipes de su gozo y de su bendición.
La Ordenación Sacerdotal del Padre José
Luis y del Padre Juan Carlos hace 25 años fue en este día, 25 de Enero, en el
que la Iglesia celebra la fiesta de la Conversión de San Pablo, y en el cual
hace 60 años recibió la ordenación episcopal el primer obispo de nuestra
querida Arquidiócesis, Don José Pilar Quezada, Siervo de Dios, intercesor
nuestro muy cercano ante el Señor Jesús.
Todos estos son para nosotros el día de hoy
motivos de grande alegría y de profunda gratitud a Dios nuestro Padre.
Hoy el Padre José Luis y el Padre Juan
Carlos hacen memoria del día en que sintieron el llamado del Señor Jesús.
San Pablo nunca lo olvidó.
Iba por el camino a Damasco y Jesús le
salió al encuentro. Pablo le preguntó: “¿Qué debo hacer?”. “Ve a Damasco. Ahí
te dirán”.
Y a través de Ananías escuchó lo que Jesús
le pedía: “El Dios de nuestros Padres te ha elegido para que conocieras su
voluntad, vieras al Justo y escucharas sus palabras, porque deberás atestiguar
ante los hombres lo que has visto y oído”.
Que Jesús le mirara con amor y le eligiera
precisamente cuando él buscaba destruir su Iglesia fue algo que siempre le
llenó de asombro: “¡Cómo es que el Señor me eligió a mí que era su perseguidor!”.
Jesús no llama a Pablo por mérito alguno
suyo. Lo llamó porque quiso y porque lo quiso. Y esto le robó el corazón a
Pablo: “Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia”.
Hace 25 años el Padre José Luis y el Padre
Juan Carlos vivían con profundo asombro el llamado de Jesús al sacerdocio.
Cada uno lo había escuchado en el espacio
donde vivía, pero los dos se miraban elegidos y llamados del Señor desde el
seno de su madre.
Postrados en tierra, pidiendo la
intercesión de todos los santos, se preguntaban en su interior: ¿¡Cómo es que a
mí!?
Ahí Jesús les ganó el corazón, y confiados
pusieron sus manos entre las manos del obispo, se arrodillaron ante él que en
nombre de Jesús les impuso las manos sobre su cabeza, y luego le presentaron sus
manos para que fueran ungidas, consagradas para el Señor. Felices de la mirada
del Señor sobre ellos, felices de la herencia que el Señor gratuitamente les otorgaba,
hicieron grande fiesta aquel día.
Han pasado 25 años y ahora de nuevo hacen grande
fiesta.
Si entonces el motivo fue la gratuidad del amor
de Jesús que les llamaba, ahora el motivo es la certeza de la fidelidad con que
Señor les ama.
¿Qué es lo que han vivido en estos años?
Hacia el año 56, poco más de 20 años
después de su encuentro con Jesús en el camino de Damasco, San Pablo nos cuenta
lo que ha sido su vida.
Reunió en Mileto a los presbíteros de Éfeso
y les dice: “Bien saben cómo me comporté con ustedes desde el primer día que
puse el pie en Asia”.
Pablo había sido un pastor cercano a las
ovejas, “con olor a oveja”, como dice el Papa Francisco. Con olor a oveja no
solo porque ha estado día a día con ellos, sino porque en medio de ellos ha
sido el buen olor de Cristo, que es el Cordero de Dios.
Hoy el Padre José Luis mira en ustedes a
las personas de las comunidades donde el Señor Jesús le ha pedido hacer
percibir el buen olor de su presencia, donde ha tenido la misión de ser el buen
olor de Cristo.
Y al verles y recordar su vida entre
ustedes, vienen a su memoria algunas frases de San Pablo: “Quise darles lo
mejor de mí mismo”; cada uno de ustedes ha llegado a ser para mí como un “hijo
muy querido”; “Dios me es testigo de
cómo amo a todos ustedes con el entrañable amor de Jesucristo”; “ustedes han
llegado a ser mi gozo y mi corona”.
Con ustedes,
el Señor hace fiesta, con el Padre José Luis, con el Padre Juan Carlos.
Como Pablo también nosotros hemos vivido momentos
de debilidad y tentación, y hacen eco en nosotros las palabras del Apóstol: “he
pedido siete veces a Jesús me libre de esta espina de Satanás que llevo clavada
en mi carne” y la respuesta del Señor ha sido la misma que le dio a Pablo: “Mi
gracia te basta”.
Después de estos 25 años el Padre José Luis
y el Padre Juan Carlos constatan que de verdad su gracia nos basta. Nos basta para
proclamar cada día el Evangelio y mirar cómo la salvación llega a quien cree y
vive la pascua del Señor. Nos basta para cada día convertirnos a Él e ir
haciendo poco a poco nuestra persona y nuestra vida Evangelio suyo, presencia
del Reino de Dios, según aquello de San Pablo: “Vivo, pero no yo, es Cristo
quien vive en mí”.
Porque es muy grande la fidelidad del
Señor, el padre Juan Carlos y el Padre José Luis, hoy hacen fiesta y nos invitan
a estar alegres con el Señor.
Hace unos ocho años, en Tapachula, un
sacerdote enfermo de cáncer tenía muchos deseos de acompañarme para participar
en la celebración de las bodas de plata de dos sacerdotes, pero su enfermedad
no se lo permitió.
Entonces me dijo que me iba a dar una idea
para expresarla en la homilía.
Me dijo: “Cuando el sacerdote llega a los
25 años de ordenación apenas empieza a ser lo que es, un presbítero, un
anciano, que tiene la experiencia de Dios en su vida y puede conducir a las
personas a tener esa experiencia”.
Pienso que la ancianidad del presbítero no
es cuestión solo de los muchos años; pero hay algo muy valioso en la palabra
del P. Ramiro: primero: la experiencia de Jesús en nuestra vida: podemos como
San Pablo dar este testimonio de Cristo resucitado: “se me apareció también a
mí”.
En los muchos días de nuestro ministerio el
Señor nos ha concedido la gracia de verlo resucitado.
Y al transmitir lo que hemos recibido de la
Iglesia, añadimos nuestro testimonio personal: “se me apareció también a mí,
que soy el último de los apóstoles, el último de sus discípulos”… “Bien sé en
quien he puesto mi confianza”.
Segundo: Hay un camino por andar.
En Mileto, al estar con los presbíteros de
Éfeso, San Pablo miró hacia adelante: “Solamente sé que en cada ciudad el
Espíritu Santo me testifica que me aguardan prisiones y tribulaciones… Pero yo
no considero mi vida digna de estima”.
El Espíritu Santo le hace ver en su futuro
próximo algo que no es diferente a lo que ha vivido.
A los presbíteros de Éfeso les ha dicho que
sus años, estos veinte que han pasado desde su encuentro con el Señor, han
pasado en lágrimas y pruebas.
Junto a los grandes gozos, también lágrimas
y pruebas.
¿Qué son las lágrimas en Pablo?
El sufrimiento del pastor que mira que la
comunidad no marcha bien: dividida, en Corintio, dividida con abusos que ni
entre los paganos se daban; en otra comunidad, se excluye a los pobres en ésta,
en el banquete fraterno.
Las lágrimas por los que se han alejado: Alejandro
el herrero, que le ha hecho tanto daño, los hermanos de su raza que no han
aceptado el Evangelio…
Las lágrimas en Pablo son signos del Buen Pastor:
le duelen las ovejas, les quiere con ternura, con cercanía.
Por ahí también va nuestro camino.
En Kenia, al reunirse con sacerdotes,
religiosos y religiosas, el Papa Francisco expresaba: “cuando a un
sacerdote, a un religioso, religiosa, se le secan las lágrimas, algo no
funciona”. “Nunca dejen de llorar”. “Llorar por la propia infidelidad, llorar
por el dolor del mundo, llorar por la gente que está descartada, por los
viejitos abandonados, por los niños, jóvenes y adultos, asesinados, secuestrados,
desaparecidos. Por las cosas que no entendemos.
Llorar
cuando nos preguntan: ¿por qué?”… “Hay situaciones en la vida que solo nos
llevan a llorar mirando a Jesús en la cruz.
Y esa es la
única respuesta para ciertas injusticias, para ciertos dolores, para ciertas
dificultades en la vida”.
“Son lágrimas, nos dice el Papa, que pueden darle paso a la
transformación, son las lágrimas las que pueden ablandar el corazón, las lágrimas las que pueden purificar la
mirada”. Son las lágrimas del buen pastor.
Mucho cariño,
Padre Juan Carlos, Padre José Luis.
Mi
querido Padre Juan Carlos, mi querido Padre José Luis, en una familia los
hermanos no se idean los hermanos, no se los escoge, se reciben como un don
inimaginado, pero luego la historia de la familia no puede imaginarse sin
ellos.
Ustedes
son un don de Dios a nuestra familia, la del Presbiterio y la de la
Arquidiócesis, no podríamos haberles imaginado antes de que el Señor les
llamara, pero ahora no podemos imaginar la historia de la Arquidiócesis y de
nuestro Presbiterio sin ustedes.
Damos
gracias al Señor Jesús que ha querido hacerse visible para nosotros y nuestras
comunidades en ustedes.
Juntos,
ahora, nos ofrecemos al Padre con Jesús en la Eucaristía.
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