HOMILIA
DEL ARZOBISPO DE ACAPULCO
MONSEÑOR
LEOPOLDO GONZALEZ GONZALEZ
EN
EL JUBILEO DE PLATA PRESBITERAL
POR
LOS XXV ANOS DE ORDENACION DE
JUAN
CARLOS FLORES RIVAS
Plazoleta
de la Playa de Caleta, jurisdicción parroquial de San Judas Tadeo, Barrio de Tambuco,
Fraccionamiento Las Playas.
JUEVES 24
DE ENERO DE 2019. Santa Misa 5 p.m.
NOTA: Versión estenografiada, audible en You Tube https://www.youtube.com/watch?v=KKaOh9Lo2bY.
Entre paréntesis, ponemos en cursivas, las palabras no pronunciadas en el
momento.
Muy queridos sacerdotes.
Muy querido diácono.
Muy queridas hermanas religiosas.
Muy queridas hermanas, reverendísimos hermanos.
Muy querido Padre José Luis.
Muy querido Padre Juan Carlos.
“Te ensalzaré, Dios
mío, mi Rey,
bendeciré tu Nombre por
siempre jamás”.
Quiso el P. Juan Carlos ensalzar y bendecir a Dios
en sus Bodas de Plata Sacerdotales con la celebración litúrgica del Santo Niño
de Praga, cuya fiesta litúrgica en esa ciudad es el día de mañana.
Empezó a escuchar el llamado del Señor Jesús al
sacerdocio, al estar muy cerca de la comunidad de las Madres Misioneras Carmelitas
de Santa Teresa, que tienen una gran devoción a Jesús en esta bendita imagen
del Santo Niño de Praga.
Esto explica el esquema de celebración de nuestra
Eucaristía. Su gratitud a Dios Padre por lo que el Señor Jesús ha realizado en
él y a través de él por la fuerza del Espíritu Santo, en estos 25 años de
ministerio sacerdotal, explica el que haya hecho fiesta y nos haya invitado a
unirnos a él para ensalzar y bendecir a nuestro Dios, Santísima Trinidad:
Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En esta celebración también alabamos y expresamos
nuestra gratitud a Dios, nuestro Padre, de quien procede todo bien en el cielo
y en la tierra, por el 60 aniversario de la erección canónica de nuestra
querida Arquidiócesis. Mañana será el 60 aniversario de la Ordenación Episcopal
de nuestro primer obispo, el Siervo de Dios, Monseñor José Pilar Quezada Valdez,
desde el cielo intercede ante el Señor Jesús por nosotros.
Las lecturas que fueron proclamadas, nos pusieron
ante el misterio del nacimiento y de la infancia de Jesús.
Iluminar con la luz de la primera venida del Señor
Jesús la celebración de las Bodas de Plata del P. Juan Carlos nos lleva a mirar
otra luz, la luz de la segunda venida del Señor, la luz de la parusía.
No porque veamos al Padre ya muy cerca de la orilla,
sino porque la segunda venida del señor Jesús, su venida gloriosa, es la
esperanza que ilumina y fortalece nuestro vivir de cada día.
Es la luz que anunciaba el profeta Isaías: “Al pueblo de los que caminan en la noche se les apareció una luz
intensa; a los que vivían en el oscuro país de la muerte, la luz se les
acercó”.
Un destello de esta luz miró el P. Juan Carlos
en su niñez, cuando escuchó el llamado del Señor,
es la luz que iluminó su discernimiento vocacional en los años de formación en
el seminario, es la luz que le llenó de confianza para poner en manos de Dios toda
su vida y toda su persona.
Esa luz no ha dejado de brillar: es la luz que cada
día le ilumina y le fortalece en su ministerio sacerdotal.
A lo largo de sus años de sacerdote, el Padre Juan
Carlos ha constatado que Dios es fiel, y que para cumplir su palabra realiza
cosas que uno no podía imaginar.
Este es el misterio de Jesús Niño, en el que quiso celebrar
sus Bodas de Plata.
Dios Padre no olvidó la promesa de amor que había
hecho al hombre y realizó cosas inimaginables para hacerla realidad: regala a
una Virgen el dar a luz, nos entrega a su Hijo único hecho uno de nosotros.
¡Quién hubiera podido imaginar cosa así!
Con humildad y alegría hemos de reconocer que no
somos nosotros los que determinamos lo que Dios puede o no puede realizar: su
amor rebasa nuestras expectativas.
(Cómo Cristo
Jesús nos haya confiado hacer visible su presencia invisible es un misterio de
amor, que no entendemos.
Un
misterio que va en la línea de la encarnación.
Decía
San Macario el Grande, uno de los monjes del desierto de Egipto del S. IV:
«Dios se hace pequeño. Lo inaccesible e increado, en su bondad infinita e
inimaginable, ha tomado cuerpo y se ha hecho pequeño. En su bondad descendió de
su gloria. Nadie en el cielo y en la tierra puede entender la grandeza de Dios
y nadie en el cielo y en la tierra puede entender cómo Dios se hace pobre y
pequeño para los pobres y los pequeños. Igual que su grandeza es
incomprensible, también lo es su pequeñez».
¿Cómo
Jesús se haya confiado de nuestra pequeñez? Es un misterio que nos impresiona,
que nos habla de la inmensidad de su amor y nos lleva cada mañana a expresarle
nuestro propósito de caminar en la conversión todo el día.)
Los sacerdotes lo vemos muy claro, en nuestra vida
y en nuestro ministerio: algo muy hermoso es que va poniendo en nuestro corazón
la lógica de su amor, incomprensible para muchos, también muchas veces para
nosotros mismos, pero fuente de un gozo muy profundo.
A través del Espíritu Santo nos impulsa a iniciar
cada día pensando no cómo conseguir cosas para apropiarnos de ellas, ni cómo
subir escalafones para mirar desde arriba, sino cómo dar y cómo darnos a la
comunidad en la que ha querido que le sirvamos.
De esta manera a lo largo de los muchos días hace
visible a través de nuestra pequeñez su presencia invisible, y ha escrito en la
vida de muchísimas personas, páginas muy hermosas de historia de salvación.
Los capítulos llevan títulos diferentes.
Son los oficios y destinos que nos ha confiado: los
que el Padre Juan Carlos ha desempeñado y desempeña son admirablemente
numerosos y muchos de ellos con una dimensión no solo diocesana, sino nacional,
y más allá de nuestra Patria; ha tenido bajo su cuidado comunidades
parroquiales de nuestra Arquidiócesis, pero también de España y de Italia.
La historia de cada sacerdote tiene capítulos muy
propios. Son los nombramientos, los destinos, que de tejas abajo parecieran
circunstanciales, pero que en realidad son los espacios donde el Señor Jesús nos
pide hacer visible su presencia invisible.
Esa es la misión que Jesús nos confió a los
sacerdotes.
No lo sustituimos ni somos sucesores suyos: Él
resucitó, está vivo y cada día está con nosotros para salvarnos.
Nuestra misión es hacer visible esa presencia suya
invisible: que cada persona que tratemos sienta la Salvación que Él le ofrece,
en la Palabra que le transmitimos, en los Sacramentos que celebramos, en la
cercanía de nuestra persona. En la proximidad de nuestra caridad.
Que perciba que Dios Padre le ha adoptado como
hijo, dándole al Espíritu Santo; que sienta a Jesús como el hermano mayor de
todos nosotros, el que viene con mucho poder, como Príncipe de la paz; el que
prende fuego a las botas violentas y a los mantos manchados de sangre,
estableciendo con la entrega de su vida, la justicia y el derecho.
Él cargando nuestras culpas nos justifica, nos hace
justos a cada uno para que actuemos justamente: así establece la justicia y el
derecho cada día. Así hace presente su Reino.
Que Cristo Jesús nos haya confiado hacer visible su
presencia invisible es un misterio de amor que no entendemos.
Nos impresiona y nos lleva cada
mañana a expresarle nuestro propósito de caminar hacia Él un camino de
conversión.
(El Evangelio nos habló de Jesús que se quedó en el Templo de Jerusalén
y la Virgen y Señor San José lo creyeron perdido, cuando en realidad estaba
ocupado en las cosas del Padre.
A
nosotros los sacerdotes nos ocurre con frecuencia que nos perdemos porque no
nos ocupamos de las cosas de Dios Padre, o aparentando estar en sus cosas lo
dejamos a Él y en realidad nos buscamos a nosotros mismos.
Entonces
nos perdemos. Pero la Virgen María, nuestra Madre, San José, protector de toda
la Iglesia, notan nuestra ausencia y nos buscan, para que volvamos a Nazaret,
al hogar de Jesús, a crecer como él en edad, en sabiduría y en gracia.
Al
paso de los años cuánto agradecemos al Señor que no se cansa de buscarnos, y
toca nuestro corazón con el amor de
nuestra Madre, la Virgen María, y nos cuida del mal a través de San José, el
santo Patriarca que no hace notar su presencia pero nunca nos abandona, porque
en cada sacerdote mira una imagen viva del Jesús, que le ha sido confiado.)
¿Cuál es ese camino de conversión que hemos de
recorrer cada día para hacer visible la presencia invisible del Señor Jesús?
El Padre Juan Carlos nos ha hecho escuchar una muy
hermosa Secuencia antes del canto de Aleluya.
Tiene un verso que nos habla de la manera cómo
podemos hacer visible la presencia invisible del Señor Jesús: “Porque para
venir del todo al todo, has de negarte del todo en todo”: para
venir todo tú al que es la plenitud de todo, a Dios, en todo has de negarte
completamente a ti mismo.
Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith
Stein, Religiosa Carmelita, lo dice de esta forma: “Cristo vino al mundo a fin
de recuperar para el Padre la humanidad; y quien ama con su amor quiere a las
persona para Dios y no para sí”.
El Papa Francisco nos lo ha dicho de esta
manera: no a la auto-referencialidad.
No sea nuestro yo el centro de nuestro vivir,
no hacer girar nuestra vida en torno a nuestros intereses egoístas, sino tener
a Jesús como centro y referencia en todo.
San Pablo lo expresó con estas palabras:
“Vivo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.
XXV años parecen muchos, pero apenas hacen del
sacerdote lo que es: un presbítero, un anciano.
Lo que nos da esta mayoría de edad, es el
habernos encontrado con Jesús tantas veces en el camino.
De manera que no transmitimos solo lo que se
nos ha confiado de generaciones pasadas. Damos testimonio de que está vivo y lo
hemos visto en nuestro camino.
Padre Juan Carlos, has querido celebrar este
hermoso aniversario de tu ministerio sacerdotal en el Misterio de Jesús Niño.
Ahí tuvo inicio la ofrenda de la Eucaristía
que el Señor Jesús celebró el jueves santo y vivió al día siguiente en la cruz:
“La Palabra se hizo carne para ofrecer la vida que recibió, para ofrecerse a sí
mismo y ofrecer la humanidad redimida por su ofrenda como sacrificio de alabanza
para el Padre”, nos dice Santa Teresa Benedicta de la Cruz.
El Señor Jesús ha ofrecido a través de ti al
Padre la ofrenda de la humanidad que él redimió, y en tu persona se ha ofrecido
y continúa ofreciéndose Él mismo al Padre.
Damos gracias al Señor Jesús que en ti se nos
da como Pan de vida.
Ahora, junto contigo, nos ofrecemos con Él a
Dios nuestro Padre.
El Señor te conceda muchos años en su gracia y
en su paz.
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