LA OBRA DE DIOS ESTÁ EN PIE…
Y ESTÁ DENTRO DE LA LLAGA DEL COSTADO AMOROSO DE JESUCRISTO, EL SANTÍSIMO
SALVADOR.
Es necesario que leamos lo que sigue con
mucha atención, pues seguimos contando nuestra historia, la fundación de dos
nuevos Institutos de Vida Religiosa: Los
Consagrados del Santísimo Salvador y Las Consagradas del Santísimo Salvador,
fundados por el Padre Pablo Straub,
C.SS.S.
Pero dejemos que el mismo Padre Pablo nos
cuente con sus propias palabras cómo es que nuestra espiritualidad e identidad,
única y auténtica, de Consagrados y Consagradas, brota del Amor Misericordioso
del Santísimo Salvador y de la obra directa de San Alfonso nuestro Padre, al
que el Espíritu Santo le dio este Don Fundacional de nuestro Carisma:
“En esta carta les voy a poner por delante la historia básica de las Consagradas y
Consagrados del Santísimo Salvador; el
origen de su Santa Regla; su
naturaleza: contemplativa y misionera;
su apostolado, extenso y sobre todo profundo; el estado canónico de cada Instituto; el estado presente de cada Instituto, en lo material y en lo
espiritual y, por fin, el plan de
formación de cada Instituto.
I: LA
HISTORIA BÁSICA DE
LOS DOS INSTITUTOS
A fines del año 1969, yo, el Padre Pablo
Straub, Redentorista de la Provincia de San Juan, Puerto Rico, inicié un plan
de evangelización de parejas mediante días de pláticas de conversión, con
oportunidad para confesión y Celebración Eucarística en la clausura del
día. De las cinco pláticas en el día, la
más fundamental es la que se toma del Evangelio de San Juan cap. 8, plática que
se titula Amor o Mentira: no te basta
con ‘creer en Dios’; a tu papá biológico no lo escogiste tú. Si te tragas una o más mentiras de las que te
ofrece el padre de la mentira, ya
escogiste padre; si amas a Jesucristo (el cual dijo: “el que guarda mis
mandamientos, ése es el que me ama”), escogiste como Padre al que es Padre de Jesucristo el Primogénito.
Convencido que la evangelización adecuada para nuestros tiempos es una evangelización
llevada por sacerdotes-y-seglares, comencé a engendrar Comunidades de
Evangelización Matrimonial.
Florecieron. Llegamos a un punto en
que no había domingo en que no hubiera, en Puerto Rico, dos Nuevos Amaneceres y a veces hasta
cinco. De veras, de veras, hubo
conversiones y con ellas, una renovada vida familiar en la Fe Católica.
Lo mismo con la juventud: sacerdote y
jóvenes evangelizando a jóvenes; sacerdote y jovencitas evangelizando a
jovencitas. Y en todo caso, siempre en comunidad (entendida según
Hch 2: 42). …Las Comunidades de
Evangelización Juvenil venían naciendo.
Su primera tarea era la
evangelización de adolescentes (10-14 años de edad); y luego, cuando algo
sabían de manejo de pláticas, la
evangelización de sus coetaneos (15 ó más años de edad).
Yo estaba convencido que, así como nadie
se sorprende cuando un buen manzano da exquisitas manzanas, las vocaciones nacerán de comunidades sanas
(siempre entendiendo comunidad a la
luz de Hch 2: 42). No me sorprendí
cuando vi el brote de vocaciones en bastantitas muchachitas y en unos pocos
muchachos.
En 1981 dos de las jovencitas, de una
Comunidad de Evangelización que se llamaba Las
Lancheras, me dijeron, muy amablemente, que era hora de lanzar una nueva
orden religiosa consagrada a la evangelización.
Tardé dos años en caer en cuenta que era
Voluntad de Dios. Era el mes de junio de
1983. Yo iba de peregrino con unos
jóvenes (de Puerto Rico y México) a Cristo Rey y a La Villa y, durante un
silencio que nos impusimos (en la Flecha Amarilla entre El Cubilete y La
Villa), me vino algo al interior, con una claridad insólita: Esta es obra Mía, y sufrirás por ella. Nada más eso.
Era la víspera de mis 25 años de sacerdote. Y la fundación se puso por obra un año
después, en la Diócesis de Chilapa,
el 27 de junio, que en aquel año, (imprevisto por mí) fue por rara
circunstancia La Solemnidad del Sagrado
Corazón y La Fiesta del Perpetuo
Socorro, nuestra patrona principal.
Dos puertorriqueñas y tres mexicanas. Y una religiosa –sesentona,
puertorriqueña– a quien despedí un año
después, antes que nos destruyera (de la cual comentó el inolvidable Obispo de
Autlán, Jalisco, don José Maclovio Vázquez Silos, más o menos un año más tarde:
“Jamás podrá ayudar a una nueva Orden una religiosa no criada en el mismo
carisma, por mucha buena voluntad que tenga; y aquélla no tenía ni buena
voluntad”).
II: EL
ORIGEN DE LA
SANTA REGLA
San Alfonso, a los 36 años de edad, en el
pueblo de Scala en el Reino de Nápoles, nos fundó, dándonos como nombre LA
CONGREGACIÓN DEL SANTÍSIMO
SALVADOR. Dieciséis años
después, en 1748, nuestro Santo mandó a Roma la Santa Regla escrita con su
propio puño y letra, pidiendo aprobación pontificia. En el siguiente mes de febrero, 1749, Roma
dio su aprobación, exigiendo que su nombre fuera Congregación del Santísimo Redentor, por existir ya una
Congregación de Salvatorianos. Sin
lucha, Alfonso accedió –uno de sus dichos
principales era: “Voluntad del Papa, Voluntad de Dios”; Alfonso se llenó de
santo júbilo y agradecimiento. (Los
historiadores de mi Congregación parecen sostener que los cambios que Roma hizo
en la Santa Regla no eran sustantivos; a mi ver Roma hizo algo muy sustantivo:
suprimió la práctica –muy alfonsiana y
muy de los albores– la práctica de las
Doce Virtudes Mensuales –que eran la
esencia de la Regla que Alfonso envió, la cual no habla de otra cosa. Yo pasé algo como dos años, al comienzo de los
´80, traduciendo aquella Santa Regla, muy fielmente, permitiéndome lo
siguiente:
1.
Dividí
cada capítulo de la Santa Regla en Constituciones
y Estatutos.
2.
Coloqué
en los Estatutos toda materia
contingente o sujeto a cambio social, de tal modo que las Constituciones contuvieran puros principios perennes.
3.
Constituí
que la sola Santa Sede podía cambiar las Constituciones,
que los futuros Capítulos lo más que podían hacer era: recomendar a la Santa
Sede cambios en los Estatutos.
III: LA
NATURALEZA DE LOS
INSTITUTOS: CONTEMPLATIVA Y
MISIONERA
Difícilmente hallarás en los escritos de
San Alfonso una referencia al Instituto que él fundó como contemplativo; ni llama él a sus hijos contemplativos. ¿Cómo se
explica esta ausencia en los escritos de San Alfonso, siendo él exquisitamente
contemplativo, y tan versado en San Juan de la Cruz, y tan devoto de Santa
Teresa de Ávila, a la que llamaba mi
Seconda Mama? Para una explicación
adecuada hay que tomar en cuenta los siguientes hechos históricos:
En el Reino de Nápoles del Siglo XVIII,
ambas autoridades –eclesiástica y
civil– prohibían la fundación de nuevas
Órdenes Religiosas; el uso de la palabra Contemplativos
habría puesto nerviosos a cancilleres y ministros gubernamentales de culto.
…Luego, en los albores del Instituto hubo un miembro (que después renunció y se
fue) que había sido monje, que insistió en los tres nocturnos de Maitines a
horas bárbaras (a lo que Alfonso respondió: somos
sacerdotes trabajadores en la viña; cuando nos acostamos es para dormir, para
poder trabajar al otro día.) Alfonso
en su misma selección de palabras se esfuerza por no dejar nacer la impresión
de que somos puros contemplativos.
…Luego, Alfonso es abogado que escoge con cuidado cada palabra; y conoce al ser
humano, pero conoce al ser humano; Alfonso bien sabe con qué facilidad y
frecuencia las personas dan a las palabras un sentido equivocado. ¿Quién, por ejemplo, hoy por hoy, entiende
bien la palabra contemplación? Y el mal uso de la palabra, ¿acaso no ha
desviado a miles de personas?
Ahora, de hecho, el más fundamental
conocimiento de la vida de Alfonso, y el leer a Alfonso, demuestran claramente
que el hombre era profundamente contemplativo, y con las mismas Misiones
inculcaba la meditación –sí, la
meditación muy abierta a la contemplación.
Y el hambre de contemplación se respira en la Santa Regla de
Alfonso –aunque no en las revisiones
post-conciliares.
En la Santa Regla de los Consagrados, la
Constitución III:2, expone algo de esta contemplación. Pero la Santa Regla es la que, toda ella,
respira contemplación.
IV: SU
APOSTOLADO: EXTENSO Y,
SOBRE TODO, PROFUNDO
La misma primera página de la Santa Regla
lo dice todo en germen:
Los
Consagrados se han de entregar a la proclamación explícita del Evangelio,
siempre y preferentemente a los pobres y más abandonados. Han de predicar el Evangelio de un modo tal
que, de contenido y estilo, tienda a la conversión de los oyentes para que
éstos, dejado el pecado, se entreguen al amor de Jesucristo. Han de predicar el Evangelio de un modo tal,
de contenido y estilo, tienda a la conversión de los oyentes para que éstos,
dejado el pecado, se entreguen al amor de Jesucristo. Han de predicar el Evangelio de un modo tal
que los oyentes se preparen para recibir, dignamente y con el mayor fruto
posible, los Sacramentos de Reconciliación y Eucaristía, los cuales Los
Consagrados administrarán bajo la autoridad de la Jerarquía Eclesiástica. Han de predicar el Evangelio de un modo tal
que tienda a la suscitación, entre los oyentes, de verdaderas comunidades
evangelizadoras.
Yo he escuchado una frase atribuida al
Papa Pío XI: La Iglesia no evangeliza
humanizando; la Iglesia humaniza evangelizando. Y en su mensaje navideño del año 1969 Pablo
VI dijo textualmente: Las virtudes
naturales, si carecen del carisma cristiano, se convierten en los vicios que
las contradicen; como el caso –digo
yo– del niño tan cariñoso por naturaleza
que las tías hacían fila para tomarlo en brazos
–el cual, cuando después pierde a Cristo, se convierte en un demonio,
incapaz de conocer el amor, capaz de dar la muerte a todo lo bueno.
Nuestra evangelización es explícita,
cristocéntrica. Esto, lejos de suprimir
lo humano, nos compromete a ser muy humanos: humano soy: ningún asunto humano me es ajeno. Intentamos presentar el mensaje católico
íntegro –con énfasis en todo aquello que
ayude al ser humano a dejar el pecado y enamorarse de Jesucristo.
A fines de la década de los ´60 ya se
notaban graves errores que venían gateando y entrando al pensamiento de cierta
mancha de misionología; lo que un escritor católico describió como cristianismo sin Cristo. Llámese como sea, halló expresión. De la boca de una religiosa, misionera,
española, en el área más pobre de la República Dominicana, salió (año 1984) la
siguiente joya: “A la gente no hay que darles doctrinas, pues no asimilan: hay que hablarles de cosas naturales, como la amistad”. (Todavía me duele haber faltado a mi deber de
interponer: “Oiga, doña: la gente
asimila mejor que usted”.) Muchas
expresiones hubo así; quizás la más horrorosa que oí salió de la boca del
sacerdote Director de la Evangelización Matrimonial de una Arquidiócesis en
cierto país de Latinoamérica: “Ni Cristo Dios, ni Cristo hombre, ni Cristo
obrero ni Cristo amigo: tan pronto se nombre a Cristo todo se viene abajo (cita textual)”. …Nosotros, pues,
predicamos a Cristo, y a Él crucificado y resucitado.
He aquí el nombre canónico de ellas (por
ser las primeras en haber nacido): Instituto
de Derecho Diocesano de Las Consagradas del Santísimo Salvador. El decreto fundacional lo dio el amado, el
inolvidable Obispo de Autlán, don José Maclovio Vázquez Silos, el día 9 de
diciembre de 1989. Cuando en el año 1993
se cambió la Casa Madre de Tomatlán, JAL, Diócesis de Autlán, a Pie de la
Cuesta GRO, Arquiócesis de Acapulco, los dos (Arz)Obispos firmaron un mutuo
acuerdo de traslado.
El título canónico de ellos, los Hermanos,
es todo esto: Asociación de Fieles con
sus Propias Constituciones y Estatutos, fundado a convertirse en Instituto de
Vida Consagrada de Derecho Diocesano.
Nacieron en el 1990, y de un modo muy simple:
(Continúa la carta del Padre Pablo)…
DESCANCE EN PAZ NUESTRO FUNDADOR, NUESTRO AMIGO, NUESTRO PADRE.
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