José Pilar Quezada Valdès -sentado a la izquierda- y Agustín Caloca Cortés -Sentado a la derecha- alumnos en el Seminario de Guadalajaraa
... "en la Iglesia conviven asnos, mulos y machos cabríos, algunos tan salvajes que se sienten deseos de matarlos, pero no es posible porque 'el Amo quiere recibirlos todos en buen estado'."
El Cura de Torcy a su colega de Ambricourt, en: "Diario de un Cura Rural", de Bernanos.

lunes, 6 de mayo de 2013

EL INMEDIATO POST CONCILIO EN LA DIOCESIS DE ACAPULCO




EL INMEDIATO POST CONCILIO EN LA DIOCESIS DE ACAPULCO
Pbro. Lic. Juan Carlos Flores Rivas.

El Padre José Jesús Mendoza Zaragoza, en la Revista “En Camino” Número 21, recuerda: “Posteriormente, sobre todo en los estudios de teología tuve la oportunidad de profundizar en el contenido del Vaticano II, expuesto en una serie de documentos, entre constituciones, decretos y declaraciones conciliares. Pero más valiosa ha sido la experiencia de ser testigo de cómo estos documentos se han ido plasmando en la vida eclesial.
La primera experiencia que recuerdo es que la misa empezó a celebrarse en español. Como no había misales en español, en el seminario menor había que ir copiando a diario las oraciones litúrgicas para recitarlas al siguiente día. La recitación en latín de la misa había sido tan familiar que nos resultaba muy novedoso poder usar el español dentro de la celebración eucarística.
Otro cambio inmediato para quienes nos formábamos en el seminario fue el currículum formativo. Lo normal en ese tiempo era que después de los estudios de la primaria, el seminario menor ofrecía un ciclo de 5 años de estudios de humanidades que incluía lenguas (latín, griego, español, inglés y francés), ciencias literarias y ciencias naturales y sociales, sobre todo. Algo que equivalía a los estudios de secundaria y preparatoria. El cambio consistió en abandonar este currículum para sustituirlo por los estudios de secundaria y preparatoria en escuelas de la ciudad.
Con el tiempo comprendí que el Vaticano II tuvo un tema central: la Iglesia. Su pregunta de fondo fue: ¿Iglesia, quién eres tú? Fue, por tanto, un concilio eclesiológico que tuvo la gran tarea de pensar a la Iglesia a partir de sus fuentes pero en el contexto de un mundo tan distinto desde el último concilio, el Vaticano I, cien años antes. De ahí que los documentos del Concilio buscan plasmar una manera de entender y de vivir la Iglesia ente desafíos nuevos y muy interpelantes.
Dos son los documentos centrales de este Concilio. Son las constituciones sobre la Iglesia. Una, la primera, es la dogmática Lumen Gentium que logra una mirada viva y fresca de la Iglesia a partir de claves bíblicas. La Iglesia es un Pueblo de Dios, es redil, es labranza del Señor, edificación de Dios, casa de Dios, esposa del Cordero, Cuerpo de Cristo, entre otras cosas. Hay una gran riqueza bíblica en la manera de mirar a la Iglesia que es un Misterio porque está en el Plan de Dios de salvar a la creación por medio de Jesucristo.
La segunda constitución es la pastoral, llamada Gaudium et Spes, que hace un reconocimiento de la situación del mundo moderno, sus búsquedas, sus inquietudes, sus aciertos, sus límites, sus contradicciones y sus aspiraciones. Y hace un discernimiento de los signos de los tiempos en este mundo que se ha hecho muy extraño a la Iglesia, que quiere ubicarse en su interior para ser luz del mundo, precisamente.
Efectivamente, la circular Número 158, signada por la Comisión Diocesana de Liturgia, del 1 de Enero de 1966, transmitía inmediatamente una serie de observaciones sobre el tema, enviadas desde Roma por el Cardenal Lercaro, Presidente del Consilium para la Liturgia, invitando a la cordura, a no introducir abusos litúrgicos: “Valora que el Concilio permite la adaptación, que no debe entenderse como una justificación a introducir caprichos; reconoce como uno de los frutos más exquisitos el elevado y creciente sentimiento de fraternidad y familia que la liturgia proporciona, pero que no debe debilitar el sentido de jerarquía; en el ínterin se encuentran trabajando comisiones especializadas, por lo tanto siguen vigentes las normativas litúrgicas anteriores”.
Y la Circular 158 dedica amplio espacio al tema del ALTAR Y LA COLOCACION DEL SAGRARIO: “Su colocación, más que una indicación de carácter general y uniforme, pide un estudio atento, caso por caso, y que tenga en cuenta la particular situación espiritual y material del ambiente.
Particularmente es de aconsejarse, sobre todo en las grandes Iglesias, una capilla especialmente destinada a la conservación y adoración de la Eucaristía. Ella podría también útilmente servir para la celebración eucarística en los días feriales, cuando el número de fieles que participa es menor.
Soluciones que en la mente del Consilium no son satisfactorias: Sagrarios colocados dentro de la mesa del altar de modo estable, o introducidos mecánicamente al momento de la celebración, sagrarios colocados en la parte anterior del altar o aislados sobre una columna más baja que la mesa, o sobre otra mesa de nivel inferior, que viene así a duplicar el altar de la celebración, sagrarios colocados en el ábside o en el retablo de un altar, delante de los cuales e inmediatamente bajo los cuales se sitúa la sede del celebrante”.
La Circular Número 157, de Enero de 1966, da a conocer la promulgación de un Jubileo Extraordinario, hecha por el Papa Pablo VI, del 1 de Enero al 29 de Mayo de 1966, para preparar una mejor observancia de los decretos conciliares, que preveía INDULGENCIAS: para todas las ocasiones en las que se oigan tres instrucciones sobre el Concilio en cualquier lugar

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