HOMILÍA
con motivo del
40 ANIVERSARIO DE
ORDENACIÓN PRESBITERAL
DE
Mons. Carlos Garfias Merlos
Generación 1975-2015
Viernes 27 de Noviembre de 2015,
Festividad de Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa,
en la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús,
Fraccionamiento Costa Azul, Acapulco, Gro.
“Bendito seas para siempre, Señor” (Dan 3)
Queridos
hermanos y hermanas:
Les saludo a todos con mucho cariño en Cristo
nuestra Paz: “Que Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, esté con todos ustedes”.
Me llena de mucha emoción y alegría celebrar junto con todos ustedes esta
Eucaristía de Acción de Gracias por los 40 años de Vida y Ministerio
Sacerdotal. Doy gracias a Dios por haberme llamado, junto con mis compañeros:
Leopoldo, Aurelio, Severo, Jesús, Juan, Armando, también incluyó a Prisciliano,
Eloy, José y Nicolás, aunque ellos no se ordenaron con nosotros, y al P. Basurto
nuestro formador, que sigue acompañándonos; igualmente quiero recordar a Rafael,
Miguel y Jesús, llamados a la Casa del Padre; y a Carmelo y Carlos que dejaron
el ministerio y formaron una familia. Quiero dar gracias por el don de la
fidelidad en la respuesta generosa a la invitación de seguir a Cristo en este
camino de gracia, de entrega y de amor, por eso, desde lo más profundo de mi
ser exclamo: “Bendito seas por siempre,
Señor” (Dn 3).
Saludo con alegría y agradezco la presencia de mis
hermanos de generación, de los sacerdotes del presbiterio de Acapulco y de
otras Diócesis, de las religiosas y religiosos,
de las autoridades civiles de los diferentes niveles de gobierno…, de
los Seminaristas, de los representantes de los Movimientos y Asociaciones
Laicales, y de toda la Iglesia que peregrina en estas hermosas tierras de la
Costa de Guerrero, de una manera especial agradezco la presencia de las
familias de los pueblo originarios de la Costa Chica que hoy vienen a unirse a
nuestra alegría y acción de gracias. Les pido lleven mi saludo y cariño a todos
los pueblos indígenas y a los afromexicanos.
Saludo con mucho afecto y cariño a todos mis
hermanos y familiares, a mis amigos, que han venido de otros lugares para acompañarme
en este momento tan especial e importante para mí. Gracias a todos por su
presencia y cariño, que me expresa fraternidad, amistad y pertenencia de Iglesia,
ustedes son quienes han caminado y seguirán caminando juntos conmigo. Con
ustedes hacemos realidad la “Sinodalidad”
que el Papa Francisco nos ha recordado, y que hace presente el espíritu de aire
fresco y renovación del Vaticano II.
Hace 40 años recibí el llamado a seguir al Señor
Jesús, nuestro Maestro, de una manera radical, no por mis méritos, sino porque
en su infinita misericordia me vio y me llamo, siendo yo un joven alegre y
entusiasta; me preparó para ser instrumento que continuara su obra salvadora en
el mundo, anunciando su palabra, administrando los sacramentos, reconciliando a
las personas, uniendo familias, acompañando jóvenes, formando seminaristas,...
Desde entonces con alegría y entusiasmo he querido anunciar
a todos que “el Reino de Dios está
cerca” (Dn 7).
En el misterio de Dios con el paso del tiempo me he
ido adentrando en el misterio de mi Vocación y he encontrado que responder
generosamente al Señor Jesús, es entregarlo todo, sin reservas, y en la medida
de lo posible, he desgastado mi vida por Dios y para los hermanos y quiero
seguir haciéndolo día a día, pues es la manera de llegar a ser santo, de estar
cerca de Dios y de servir a mis hermanos para alcanzar el premio que tanto
anhelo: “La Vida Eterna”.
Agradezco a Jesús, Nuestro Señor, hacerme
participar de su Sacerdocio. Ello ha significado para mí una muestra del amor y
la misericordia del Padre y es una
presencia constante del Espíritu Santo en mi vida, por eso me atrevo a decir: “Bendito seas por siempre, Señor” (Dn 3).
En esta celebración, Dios nos permite experimentar
su presencia entre nosotros, además de la cercanía y la comunión como Iglesia.
Esa experiencia vivida será valioso transmitirla al mundo entero, pues todos
los hombres necesitan ver, sobre todo, la santidad de Cristo reflejada en los
sacerdotes. El mundo entero necesita sacerdotes santos, fieles a su plena
consagración a Dios, y totalmente entregados a su misión específica. Sacerdotes
cuyo único objetivo sea cumplir la voluntad del Padre y llevar a cabo su obra
(Cfr. Jn 4,34), dispuestos a gastar su vida, con una caridad pastoral sin
límites, en la función mediadora que les es propia: “Llevar a los hombres a Dios y llevar a Dios a los hombres”.
Invito a todos para que, desde nuestro interior
vivamos en profunda relación con Cristo, y por medio de Él, con el Padre y el
Espíritu Santo; sólo desde esta relación Trinitaria podremos comprender
verdaderamente a los hombres, nuestros hermanos. Sólo a la luz de Dios se puede
ver la profundidad del hombre, y seremos capaces de tomar las decisiones más
trascendentes e importantes como la de perdonar. El perdón es la decisión de
mirar a una persona con ojos nuevos, es un proceso que surge de la bondad de Dios
dentro de nosotros mismos para cambiar nuestras percepciones del otro una y
otra vez. La decisión de perdonar nos trae dicha, paz, amor y apertura del
corazón, alivio, confianza, libertad, alegría, y una sensación de estar
haciendo lo correcto.
Hoy, quiero pedirles perdón por los errores que he
cometido durante el ejercicio de mi ministerio sacerdotal. Por las veces que no
he sabido ser para ustedes reflejo del amor de Cristo, y por los momentos en
que no he sabido llevarlos a Dios.
Quiero que una parte especial de esta Eucaristía,
sea presentar al Señor todos los esfuerzos y trabajos que he realizado a lo
largo de estos 40 años de Ministerio Sacerdotal: Mi desempeño como formador en
el Seminario, donde tuve la dicha de acompañar a tantos jóvenes en su
discernimiento vocacional y que ahora también participan del sacerdocio de
Cristo. Cómo olvidar que la mayor satisfacción que he tenido en mi vida ha sido
participar en la formación y acompañamiento de seminaristas y sacerdotes, esto
me ha favorecido que hoy tenga lazos de
amistad y fraternidad con muchos sacerdotes de Morelia, Altamirano, Neza y
ahora en Acapulco, quiero renovar el compromiso de tener como prioritario en mi
misión evangelizadora construyendo la Paz, acompañar humana, espiritual,
intelectual y pastoralmente a mis hermanos sacerdotes.
Doy gracias a Dios por el tiempo que he participado
y colaborado en la Pastoral, el acompañamiento a los movimientos laicales, a
los jóvenes y a las familias. Este ministerio siempre será una gran oportunidad
para que el sacerdote se enriquezca con el carisma de cada movimiento o grupo
apostólico. Gracias al Encuentro Matrimonial y los diferentes movimientos de
familia por enseñarme la importancia y lo fundamental de la hospitalidad, pues
quien recibe a un hermano recibe a Cristo mismo.
En estos 40 años te tenido la convicción y el
empeño de ser cercano, solidario, respetuoso, alegre y comprensivo. Lo he
procurado y quiero renovar el compromiso de que estos valores sean el
distintivo de mi Ministerio Episcopal.
Como Obispo, sobre todo desde que llegue a Acapulco
he comprendido y me he comprometido a que todo mi servicio pastoral episcopal
tenga un enfoque de Construcción de Paz, por ello, a través de una metodología
prospectiva, que visualiza el futuro que queremos y busca caminos para construirlo,
he insistido con ocasión y sin ella en que la evangelización en la Iglesia de
México y en Acapulco sea a favor de la Paz y se exprese visiblemente en la
atención a las víctimas, en el compromiso con los jóvenes y en el fomento del
diálogo social, consciente de que la oración y el ambiente de paz serán una luz
en medio de la oscuridad y ofrecerán consuelo, esperanza y fortaleza en medio
de la violencia e inseguridad.
Les pido a todos que me sigan acompañando con su
oración, con su cariño y con su colaboración solícita en la Construcción de la
Paz. Sin su oración, participación y corresponsabilidad, la Paz será sólo una
utopía; necesitamos caminar juntos y unir esfuerzos para hacer de la Paz una
realidad que brote en nuestro interior y sepamos trasmitirla a nuestros
hermanos.
Pidamos por el Papa Francisco, que su viaje a
África de frutos abundantes de Evangelización y preparémonos para recibirlo el
año próximo como Misionero de la Misericordia y Peregrino de la Paz. Que en
este Año de la Misericordia contemplemos el rostro misericordioso del Padre y
seamos capaces de transmitir su misericordia a nuestros hermanos.
Me encomiendo mucho a sus oraciones. Pidan por este
sacerdote, por mis compañeros y por
todos los sacerdotes para que alcancemos la santidad. Ayúdenme con su oración y
cariño a mantenerme fiel hasta el final como María al pie de la Cruz. Que Ella,
nuestra Señora de la Soledad y Madre Santísima, nos cubra con su amor maternal
y nos guarde en el Corazón Sacratísimo de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, por
los siglos de los siglos. Amén.
En
Cristo, nuestra Paz
+
Carlos Garfias Merlos
Arzobispo de Acapulco
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