LA PRIMERA EVANGELIZACION EN ACAPULCO.
Pbro. Lic. Juan Carlos Flores Rivas.
Es difícil reconstruir una historia de los primeros años de Acapulco bajo el signo de la cruz por la falta de medios económicos y posibilidades reales en tiempo, de acudir a los archivos aún existentes como el Archivo Secreto en la Ciudad del Vaticano y el Archivo General de Indias en Sevilla, y el Archivo General de la Nación, en la Ciudad de México; esta es una tarea pendiente que dejaremos al tiempo.
Pero algo podemos recomponer al juntar las distintas fuentes hasta ahora conocidas.
En una nota escrita en uno de los libros parroquiales de Zirándaro se dice que: “Por el año de 1533 el Reverendo Padre Fray Juan Bautista Moya, fundó las parroquias de Acapulco, Cuahuayutla, Petatlán, Coyuca de Benítez...” y este dato nos llega a nosotros a través de la Revista “Catedral”, de Chilapa, Gro. del 20 de septiembre de 1953, p. 72. La nota no es exacta. Pues ahora conocemos el recorrido realizado por Fray Juan Bautista Moya , en la Obra Americana Thebaida, no llegó a nuestro Puerto en sus incansables correrías apostólicas recorriendo sí, la Provincia de Zacatula, parte de lo que hoy llamamos costa grande.
El fraile agustino Juan Bautista Moya, sabemos que fue el misionero que llevó a cabo una verdadera labor evangélica en la mayor parte del actual Estado de Guerrero. Después de una invaluable labor como profesor en la Universidad de Tiripitío, donde impartió cátedra junto al ilustre Fray Alonso de la Veracruz; y después de ser Prior en el convento de Tacámbaro; salió a misionar por los pueblos de: Nocupétaro, Carácuaro, Cuitzeo, San Juan Huetamo, Pungarabato (hoy ciudad Altamirano), cutzamala, Ajuchitlán, Coyuca, Zirándaro, Coahuayutla, Petatlán, Tecpan.
Su piedad y su celo eran tan grandes, que todavía hoy se le recuerda con veneración, y ha sido abierta su causa de canonización por la Diócesis de Ciudad Altamirano, quien no obstante que el calor sofocante de muchos lugares era más que suficiente para agotarlo, daba a los pobres el escaso sustento que para él disponía por el goce que le causaba hacer una obra de caridad. Es reconocido como el Apóstol de la Tierra Caliente.
Pero debemos a los Padre Franciscanos descalzos la evangelización más en forma y permanente del primitivo pueblo de Acapulco, cuando inician la construcción de un convento en Acapulco, al inicio de 1600.
El escritor Tomás Oteyza Iriarte, en su obra "Acapulco, la ciudad de las naos de Oriente y de las sirenas modernas" (Ed. Diana, pp. 72-73), nos trascribe una carta fechada 30 de noviembre de 1566 del Arzobispo de México Fray Alonso de Montúfar al Rey de España Felipe II, donde nos da a conocer el nombre a quien él considera pudo haber sido el Primer Párroco de Acapulco: el Bachiller Francisco Dorantes. Menciona también que después de éste fue nombrado un tal Albar Pérez Marañón, quien falleció sin nunca tomar posesión de la Parroquia. Y confirma la noticia de la llegada del Bachiller Alonso Hernández de Sigura como Párroco nombrado por él mismo el 1 de Octubre de 1566; y de su Vicario el Padre Francisco Sánchez Moreno (del que tenemos noticia en la Descripción del Arzobispado de México hecha en 1570 y otros documentos. José Joaquín Terrazas e Hijas Impresores. Puente de Santo Domingo Número 2, México, 1897. pp. 313-314).
En el documento que José Joaquín terrazas reproduce, podemos darnos cuenta que la Parroquia, por lo menos en ese momento, no tenía límites muy claros, pues Hernández de Sigura es nombrado: “Cura de los pueblos de Anacuilco, Citlaltomagua, Acapulco, Tezcacicitalia, Acamalutla, Coyuca, Acapulzalzoposle y sus sujetos”...
Sabemos también, sin fecha cierta, que en ese mismo siglo XVI tuvo lugar la fundación en Acapulco del Hospital real de Santa María de la Consolación, de la Orden Hospitalaria de los Hipólitos o Hermanos de la Caridad, que algún cronista ubica en el Barrio del Tecomate, en la actal calle de 5 de Mayo.
Estos primeros momentos de la vida cristiana en Acapulco conocieron a un inquieto hijo de la Iglesia, que pasó por este puerto, embarcándose para buscar fortuna en el lejano oriente, y que el 5 de Febrero de 1597 alcanzará la palma y la corona del martirio en la Colina Santa de Nishizaka, en Nagasaki, Japón: Felipe de Jesús Las Casas. Para 1599 nace en el Pozo de la Nación, en nuestro puerto, quien le seguirá los mismos pasos de santidad y labor misionera como franciscano descalzo: Bartolomé Días-Laurel.
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