Hermana Conso, hija de Santa Teresa de Jesús |
CUARESMA
CON SANTA TERESA DE JESUS
Pbro.
Lic. Juan Carlos Flores Rivas
El
28 de marzo de 1515 nació en Ávila una niña que con el tiempo sería conocida
como santa Teresa de Jesús. Al acercarse el quinto centenario de su nacimiento,
el Papa Francisco, en una carta enviada al Obispo de Avila con motivo del
Quinto Centenario, nos invita a todos volver la mirada para dar gracias a Dios
por el don de esta gran mujer y animar a los fieles a conocer la historia de
esa insigne fundadora, así como a leer sus libros, que, junto con sus hijas en
los numerosos Carmelos esparcidos por el mundo, nos siguen diciendo quién y
cómo fue la Madre Teresa y qué puede enseñarnos a los hombres y mujeres de hoy.
De hecho, gracias a la celebración en 2015 de este quinto centenario, es que el
Papa proclamó este mismo año como Año de la Vida consagrada.
Precisamente
en Acapulco tenemos dos carmelos: la Comunidad de Hermanas Carmelitas
Misioneras de Santa Teresa, una que atiende enfermos en el Sanatorio Sagrado
Corazón de Jesús en el Fraccionamiento Mozimba, y otra que atiende la formación
de niños y adolescentes en el Colegio Leopoldo Díaz Escudero en la Colonia
Progreso.
Teresa
de Jesús es una de las pocas mujeres declaradas como doctoras de la Iglesia.
El
siervo de Dios Pablo VI la proclama «doctora de la Iglesia» en 1970, primer
mujer proclamada Doctora de la Iglesia (hasta hoy solamente son tres: Teresa de
Jesús, Catalina de Siena y Teresita del Niño Jesús), sin duda, fruto acabado
del recientemente concluido Concilio Vaticano II. Una santa que representa una
de las cimas de la espiritualidad cristiana de todos los tiempos.
A
la edad de 20 años, entra en el monasterio carmelita de la Encarnación, también
en Ávila; en la vida religiosa toma el nombre de Teresa de Jesús. Ella misma
nos dice, en sus escritos, que fue precisamente una cuaresma, cuando comienza
su camino de perfección, es decir, su conversión.
En
la Cuaresma de 1554, a los 39 años, Teresa alcanza la cima de la lucha contra
sus debilidades. El descubrimiento fortuito de la estatua de «un Cristo muy
llagado» (Vida 9, 1) marca profundamente su vida. La santa, que en aquel
período encuentra profunda consonancia con el san Agustín de las Confesiones,
describe así el día decisivo de su experiencia mística: «Acaecíame... venirme a
deshora un sentimiento de la presencia de Dios, que en ninguna manera podía
dudar que estaba dentro de mí, o yo toda engolfada en él» (Vida 10, 1).
Desde
su propia existencia Teresa contempla la humanidad de Cristo y en ella
encuentra el "dechado", el modelo de la experiencia en esta vida. Sin
la humanidad de Cristo nos faltaría el punto de referencia en el realismo de
nuestra aventura, en la fragilidad de nuestro ser y en las situaciones
dolorosas en las que tenemos que vivir. Sin Cristo estamos como en el aire, sin
un punto de arrimo, sin una referencia realista para nosotros que somos humanos,
y nos dice Teresa: "Es gran cosa mientras vivimos y somos humanos, traerle
humano" (Vida, 22,9). O dicho con otras palabras: "Veía que aunque
era Dios era Hombre, que no se espanta de las flaquezas de los hombres, que
entiende nuestra miserable compostura, sujeta a muchas caídas por el primer
pecado que El había venido a reparar. Puedo tratar como con Amigo aun que es Señor..."
(Vida, 37,5). Hay una necesidad en Teresa y en nosotros de descubrir la plena
humanidad del Señor desde nuestra propia realidad, como respuesta salvadora,
alentadora y libertadora: "Es muy buen Amigo Cristo, porque le miramos
hombre y vémosle con flaquezas y trabajos y es compañía y, habiendo costumbre
es muy fácil hallarle cabe sí, aunque veces vendrán en que lo uno ni lo otro se
pueda" (Vida, 22,10). Cristo Crucificado es como el límite de los dolores
y desarraigos y contradicciones en que nos podemos ver también nosotros. Y
entonces es necesario mirarle en el límite de su experiencia humana en el
abandono de la Cruz: "Desierto quedo este Señor de toda consolación; solo
le dejaron en los trabajos; no le dejemos nosotros, que, para más sufrir. El
nos dará mejor la mano que nuestra diligencia y se ausentará cuando vea que
conviene y que quiere el Señor sacar al alma de si, como he dicho" (Ib.)
No es extraño que la experiencia cristiana sufra a veces la ausencia de Dios
como una identificación con el dolor del Crucificado.
De
esta forma la Santa nos ayuda a fijar nuestra mirada en el modelo porque la
vida cristiana es vivir como Cristo; solo se puede vivir en Cristo si se vive
como El, partiendo de su vida, de sus compromisos y de sus actitudes vitales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario