lunes, 9 de febrero de 2015

CUARESMA CON SANTA TERESA DE JESUS: QUINTO CENTENARIO


Hermana Conso, hija de Santa Teresa de Jesús


CUARESMA CON SANTA TERESA DE JESUS
Pbro. Lic. Juan Carlos Flores Rivas

El 28 de marzo de 1515 nació en Ávila una niña que con el tiempo sería conocida como santa Teresa de Jesús. Al acercarse el quinto centenario de su nacimiento, el Papa Francisco, en una carta enviada al Obispo de Avila con motivo del Quinto Centenario, nos invita a todos volver la mirada para dar gracias a Dios por el don de esta gran mujer y animar a los fieles a conocer la historia de esa insigne fundadora, así como a leer sus libros, que, junto con sus hijas en los numerosos Carmelos esparcidos por el mundo, nos siguen diciendo quién y cómo fue la Madre Teresa y qué puede enseñarnos a los hombres y mujeres de hoy. De hecho, gracias a la celebración en 2015 de este quinto centenario, es que el Papa proclamó este mismo año como Año de la Vida consagrada.
Precisamente en Acapulco tenemos dos carmelos: la Comunidad de Hermanas Carmelitas Misioneras de Santa Teresa, una que atiende enfermos en el Sanatorio Sagrado Corazón de Jesús en el Fraccionamiento Mozimba, y otra que atiende la formación de niños y adolescentes en el Colegio Leopoldo Díaz Escudero en la Colonia Progreso.
Teresa de Jesús es una de las pocas mujeres declaradas como doctoras de la Iglesia. El siervo de Dios Pablo VI la proclama «doctora de la Iglesia» en 1970, primer mujer proclamada Doctora de la Iglesia (hasta hoy solamente son tres: Teresa de Jesús, Catalina de Siena y Teresita del Niño Jesús), sin duda, fruto acabado del recientemente concluido Concilio Vaticano II. Una santa que representa una de las cimas de la espiritualidad cristiana de todos los tiempos.
A la edad de 20 años, entra en el monasterio carmelita de la Encarnación, también en Ávila; en la vida religiosa toma el nombre de Teresa de Jesús. Ella misma nos dice, en sus escritos, que fue precisamente una cuaresma, cuando comienza su camino de perfección, es decir, su conversión.

En la Cuaresma de 1554, a los 39 años, Teresa alcanza la cima de la lucha contra sus debilidades. El descubrimiento fortuito de la estatua de «un Cristo muy llagado» (Vida 9, 1) marca profundamente su vida. La santa, que en aquel período encuentra profunda consonancia con el san Agustín de las Confesiones, describe así el día decisivo de su experiencia mística: «Acaecíame... venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios, que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí, o yo toda engolfada en él» (Vida 10, 1).
Desde su propia existencia Teresa contempla la humanidad de Cristo y en ella encuentra el "dechado", el modelo de la experiencia en esta vida. Sin la humanidad de Cristo nos faltaría el punto de referencia en el realismo de nuestra aventura, en la fragilidad de nuestro ser y en las situaciones dolorosas en las que tenemos que vivir. Sin Cristo estamos como en el aire, sin un punto de arrimo, sin una referencia realista para nosotros que somos humanos, y nos dice Teresa: "Es gran cosa mientras vivimos y somos humanos, traerle humano" (Vida, 22,9). O dicho con otras palabras: "Veía que aunque era Dios era Hombre, que no se espanta de las flaquezas de los hombres, que entiende nuestra miserable compostura, sujeta a muchas caídas por el primer pecado que El había venido a reparar. Puedo tratar como con Amigo aun que es Señor..." (Vida, 37,5). Hay una necesidad en Teresa y en nosotros de descubrir la plena humanidad del Señor desde nuestra propia realidad, como respuesta salvadora, alentadora y libertadora: "Es muy buen Amigo Cristo, porque le miramos hombre y vémosle con flaquezas y trabajos y es compañía y, habiendo costumbre es muy fácil hallarle cabe sí, aunque veces vendrán en que lo uno ni lo otro se pueda" (Vida, 22,10). Cristo Crucificado es como el límite de los dolores y desarraigos y contradicciones en que nos podemos ver también nosotros. Y entonces es necesario mirarle en el límite de su experiencia humana en el abandono de la Cruz: "Desierto quedo este Señor de toda consolación; solo le dejaron en los trabajos; no le dejemos nosotros, que, para más sufrir. El nos dará mejor la mano que nuestra diligencia y se ausentará cuando vea que conviene y que quiere el Señor sacar al alma de si, como he dicho" (Ib.) No es extraño que la experiencia cristiana sufra a veces la ausencia de Dios como una identificación con el dolor del Crucificado.
De esta forma la Santa nos ayuda a fijar nuestra mirada en el modelo porque la vida cristiana es vivir como Cristo; solo se puede vivir en Cristo si se vive como El, partiendo de su vida, de sus compromisos y de sus actitudes vitales.

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