ARQUDIOCESIS DE ACAPULCO SE REGOCIJA POR NUEVA BEATA.
Pbro. Lic. Juan Carlos Flores Rivas
La Arquidiócesis de Acapulco se regocija ante el anuncio: México tendrá a una nueva beata ya que el Papa Benedicto XVI promulgó el decreto necesario para reconocer el milagro postmortem que permitirá la beatificación de la religiosa mexicana Emanuela de Jesús Arias de Espinosa (1904-1981).
La próxima Beata, quien en vida eligió el nombre religioso de María Inés Teresa, fue la fundadora de dos institutos religiosos, la Congregación de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento y de los Misioneros de Cristo por la Iglesia Universal. Ambos institutos han tenido presencia en esta Arquidiócesis de Acapulco; y actualmente trabajan también en Cuernavaca, Puebla, Chiapas, Guadalajara y Monterrey, así como en Japón, Estados Unidos, Costa Rica, Italia, Indonesia, Sierra Leona, España, Nigeria e Irlanda.
La Madre María Inés nació en la localidad mexicana de Ixtlán del Río, Nayarit, el 7 de julio de 1904 y falleció en Roma el 22 de julio de 1981. La fecha y el lugar de la beatificación de la religiosa serán fijados en los próximos meses.
La Venerable Madre María Inés Teresa Arias del Santísimo Sacramento, tuvo una particular actividad misionera, en nuestra Arquidiócesis de Acapulco. El bien recordado Monseñor Rafael Bello Ruiz, Arzobispo de Acapulco, dejó testimonio en entrevista grabada en medios electrónicos, que: “En dos ocasiones tuve el gusto de saludar y tratar a la Venerable Madre Fundadora María Inés Teresa Arias.
La primera ocasión fue cuando vino a conocer la casa que se le ofreció en Acapulco. En ese tiempo, 1969, un servidor era párroco de la Sagrada Familia y la jurisdicción se extendía a Santa Cruz.
Había ahí una casita que Monseñor Quezada Valdés le ofreció a la Reverenda Madre María Inés, el Señor Obispo deseaba tener esta Congregación de Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento en su Diócesis y me preguntó que si yo estaba de acuerdo en que ocuparan esa casita de Santa Cruz. Le dije “sí estoy de acuerdo”, porque ya tenía noticias de las hermanas y yo pensé: una comunidad de estas religiosas en mi parroquia va a ser una bendición, y no me equivoqué porque de hecho así fue.
Días después llegó la Reverenda Madre María Inés con un grupito de hermanas para visitar la casa y me impresionó de ella lo siguiente; una sonrisa muy natural, una sonrisa que expresaba una tranquilidad espiritual impresionante, porque el alma cristiana que está unida al Señor no tiene razón para estar triste nunca. Fuimos juntos a la casita donde se instalaron porque ya se había arreglado un poco, la madre como venía cansada se sentó en un sillón y las hermanas le arrimaron un cojín para que pudiera descansar mejor.
Conversamos y ella lo hacía con una paz impresionante y con una constante sonrisa. Siendo la Madre Fundadora, reflexioné; “el Señor le ha regalado con la paz del alma” y lo comprobé porque hacían falta muchas cosas en la cocina, en la sala de estar, en la capilla; pero allí estaba ella sin mortificarse como si hubiera llegado a un pequeño palacio. Eso me hizo mucho bien espiritual y me tranquilizo al no poder ofrecerle algo mejor.
Y se pusieron a trabajar, a catequizar aquel barrio tan olvidado de Acapulco que se llama Santa Cruz…”
Nos unimos pues a este gozo de la Iglesia, y felicitamos a las Hermanas Clarisas del Santísimo Sacramento que laboran en la Parroquia de San Francisco de Asís en la Colonia Icacos, así como al Movimiento laicas Vanclar, presentes en nuestra Arquidiócesis.
Monseñor Bello Ruiz: En dos ocasiones tuve el gusto de saludar y tratar a la Venerable Madre Fundadora María Inés Teresa Arias.
La primera ocasión fue cuando vino a conocer la casa que se le ofreció en Acapulco. En ese tiempo, 1969, un servidor era párroco de la Sagrada Familia y la jurisdicción se extendía a Santa Cruz.
Había ahí una casita que el Sr. Quezada le ofreció a la Reverenda Madre María Inés, el Señor Obispo deseaba tener esta Congregación de Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento en su Diócesis y me preguntó que si yo estaba de acuerdo en que ocuparan esa casita de Sta. Cruz. Le dije “sí estoy de acuerdo”, porque ya tenía noticias de las hermanas y yo pensé: una comunidad de estas religiosas en mi parroquia va a ser una bendición, y no me equivoqué porque de hecho así fue.
Días después llegó la Reverenda Madre María Inés con un grupito de hermanas para visitar la casa y me impresionó de ella lo siguiente; una sonrisa muy natural, una sonrisa que expresaba una tranquilidad espiritual impresionante, porque el alma cristiana que está unida al Señor no tiene razón para estar triste nunca. Fuimos juntos a la casita donde se instalaron porque ya se había arreglado un poco, la madre como venía cansada se sentó en un sillón y las hermanas le arrimaron un cojín para que pudiera descansar mejor.
Conversamos y ella lo hacía con una paz impresionante y con una constante sonrisa. Siendo la Madre Fundadora, reflexioné; “el Señor le ha regalado con la paz del alma” y lo comprobé porque hacían falta muchas cosas en la cocina, en la sala de estar, en la capilla; pero allí estaba ella sin mortificarse como si hubiera llegado a un pequeño palacio. Eso me hizo mucho bien espiritual y me tranquilizo al no poder ofrecerle algo mejor.
Y se pusieron a trabajar, a catequizar aquel barrio tan olvidado de Acapulco que se llama Santa Cruz.
Una segunda impresión que yo relaciono con la vida espiritual de la Madre es que después llegaron unos jóvenes Vanclaristas de Monterrey con la hermana Juanita Oropeza, se dispersaron por los alrededores de la parroquia y se reunieron sobretodo con jóvenes, teniendo como nota característica la alegría, porque organizaban juegos, cantos y coros, tuve la oportunidad de celebrar la Santa Misa y me gustó mucho su participación y su compromiso.
Eso es lo que yo recuerdo de mis encuentros con la Venerable Madre María Inés.
Claro que también como reflejo de su personalidad ha sido la vida edificante que llevan las hermanas Misioneras Clarisas aquí en mi Diócesis, junto con los jóvenes Vanclaristas, cuando vengo aquí a su casa en Icacos veo muchachas y muchachos haciendo el aseo, sacudiendo el polvo en los salones de clases, ayudando a las hermanas, en fin siempre activos. Y eso es una manifestación espontánea de la satisfacción que sienten esos jóvenes de estar aquí, porque esta es la casa, el hogar de todos los que quieran venir. ¡y aquí mejoran!
También ahora que la Actual Madre Superiora General me ha pedido ser el Obispo protector de la naciente Congregación masculina; “Misioneros de Cristo para la Iglesia Universal”, que la Venerable Madre fundó ya casi al final de su vida. Siempre que he ido a Monterrey veo que ellos solos se gobiernan, ellos arreglan todo para su permanencia en esa casa, incluso lavando y planchando su ropa. Y todos los días hacen su oración y participan en la Eucaristía, a la hora del desayuno están todos sin que nadie los ande llamando, todos muy limpios y muy atentos; y se han sabido ganar la simpatía de los vecinos.
Y hace poco que fui a ordenar a Luis Gerardo, estuvimos un buen rato recordando un viaje a Costa Rica, veo lo excelentes que son estos jóvenes y que son vocaciones para el servicio, de suerte que todo es fruto de la intercesión de la Venerable Madre Fundadora en el crecimiento de este naciente Instituto. Bueno, miren yo tengo un aprecio tan grande por su espíritu sacerdotal, y es que la Revda. Madre lo tenía. Con cuánta delicadeza tratan al Obispo. Así es que yo, siempre que voy a visitarlos me siento muy contento y seguramente que esa actitud para conmigo es una bendición.
Esto es lo que yo puedo decir.
Incluso les he dicho a los que tienen problemas aquí: Miren, uno de los medios que ustedes deben tener en cuenta para recuperar la vida espiritual, es que lean los escritos de la Reverenda Madre María Inés y traten de sentirlos y hacerlos suyos, sobre todo lo referente a las misiones, ella fue un alma eminentemente misionera.
Si me preguntan algo más estoy dispuesto a decirlo.
Rubrica y sellos del Sr. Arzobispo Don Rafael Bello Ruiz
REMEMBRANZAS
(Tomado de la Autobiografía de la Sierva de Dios y de sus Notas Intimas las cuales fueron encontradas después de su muerte)
Nací en Ixtlán del Río, Nayarit, México el 7 julio de 1904. Fui la quinta de ocho hijos.
Mi madre, una mujer toda de su hogar, inteligente, llena de prudencia, de una sensibilidad exquisita. Cuánto era querida de pobres y ricos. Mi padre, ocupando siempre puestos públicos, no se desdeñaba jamás de que lo vieran en la iglesia rodeado de su familia, su esposa y 8 hijos.
Iba a fiestas familiares, paseos y otras diversiones inocentes, me gustaba lucir y ser atendida. Sin embargo esto no me llenaba (Experiencias Espirituales, f. 449) .
En mayo de 1924 salimos de Tepic a Colima, sentía en mi alma algo que no acertaba a comprender. Se acercaba el tiempo de la gracia (Exp. Esp., f. 449) .
En septiembre me dio un acceso fuerte de apendicitis. me llevaron a Guadalajara., necesitaba operación. Me negué, tenía miedo (Exp. Esp., f. 449) .
Antes de que regresáramos a Colima me prestaron la vida de santa Teresita, en el camino fui leyendo . En la lectura de «Historia de un alma», no sólo encontré mi vocación, sino a Dios de una manera muy especial en mí (Exp. Esp., f. 449).
En octubre en los días del Congreso Eucarístico en México 1924, sentía ya un cambio en mí, en la iglesia me sentía otra, todo me empezaba a parecer despreciable. Sonó el momento designado por la infinita misericordia para transformarme y no lo pude resistir.
Y después en los días 8 al 12 de diciembre del mismo año inolvidable las gracias de la Madre de Dios, sus caricias y ternuras llovieron a profusión sobre mi pobre corazón que se sentía incapaz de resistir a tanta dicha (Estudios y meditaciones, f. 734). Nunca sabré decir exactamente, lo que ha sido esta Madre para mí. Lo que si sé decir es que yo nunca acierto a separarme de ella (Exp. Esp., f. 540).
En la fiesta de Cristo Rey de 1926, me consagré por primera vez al Amor Misericordioso, como víctima de holocausto (Exp. Esp. f. 451) .
Fue en el año 29 cuando al fin, después de muchas penas interiores, pude ingresar; en Los Ángeles, California.
¡Cuán dolorosa fue mi partida!, la deseaba con ansias; siendo Dios quien llama, ¿se le puede decir que no?
No se puede negar que se siente el corazón partido al dejar seres tan amados.
Pero también es verdad que Dios llena todos esos huecos y cuando se va a encontrarse con el Amado del alma para realizar con él, los desposorios divinos, es una dulzura, una paz y una alegría espiritual, que sólo las almas que lo han experimentado lo pueden comprender.
Si yo ingresé a una Orden de clausura fue por el deseo inmenso de imitar, en la medida de mis fuerzas, a mi santita predilecta: santa Teresita del Niño Jesús.
Se deslizaron los días del postulantado en una alegría exuberante. La comunidad estaba muy pobre; yo pasé muchas hambres, eran sacrificios para comprar almas para el cielo.
Así transcurrió el tiempo de mi noviciado en Los Ángeles, California.
Mi primera profesión fue el día 12 de diciembre de 1930; no podía menos que, en ese día de mi Morenita amada. Ella me hizo una promesa, promesa formal y solemne que yo se la recuerdo, y le pido la cumpla.
«Si entra en los designios de Dios servirse de ti para las obras de apostolado, me comprometo a acompañarte en todos tus pasos, poniendo en tus labios la palabra persuasiva que ablande los corazones, y en éstos la gracia que necesiten; me comprometo además, por los méritos de mi Hijo, a dar a todos aquellos con los que tuvieres alguna relación, y aunque sea tan solo en espíritu, la gracia santificante y la perseverancia final...» (Estudios y meditaciones, f. 735).
En ese día, le prometí solemnemente que la haría amar del mundo entero, llevando a todos los países su sagrada y hermosísima imagen en su advocación de santa María de Guadalupe.
Mas de esto mismo, de no poder llevar una vida plenamente contemplativa, me ha nacido la idea de dedicar a los pobrecitos infieles, a los paganos, las horas que en el convento dedicamos al trabajo manual, para ganarnos la vida ( Exp. Esp. f. 541) .
Se fue haciendo este deseo más y más intenso, una verdadera obsesión. Trataba este negocio todos los días con Nuestro Señor en la oración, diciéndole manifestara su santísima voluntad.
El proyecto fundacional fue dilatado y sobre todo doloroso. Mi alma empezaba a dudar; era yo tan feliz en mi comunidad, mis hermanas y superiora todas me querían y el panorama que se me presentaba era aterrador.
Le decía a mi Jesús que manifestara su voluntad, ya que yo solamente eso quería hacer.
En medio de las dificultades que iban surgiendo a causa del proyecto fundacional. me seguí dedicando en cuerpo y alma a mis novicias, de las cuales era maestra. El panorama pacífico y tranquilo de mi convento me invadió, llenándome de paz.
Pasado un tiempo, mi superiora me dijo que la votación del consejo para que se hiciera la fundación había sido unánime. Gozo, alegría, pena, incertidumbre.; Pero, al ver así manifiesta la voluntad santísima de Dios, pedí permiso a mi superiora para moverme en ese sentido.
Así pues, una vez decidido el que se haría la fundación, pasado un tiempo, tuve que renunciar a mi cargo de Maestra de Novicias
Fuimos a Cuernavaca a recabar el permiso del Sr. obispo de las diócesis, entonces el señor Dr. Don Francisco González Arias, para exponerle los fines de la fundación proyectada. Al escuchar los deseos manifestados por mí de la fundación de una obra misionera, le gusto desde el primer momento. Quedando de enviar a la Santa Sede las Preces solicitando dicho permiso, el cual firmó el día 3 de diciembre de 1944.
¿Cómo se llevó a cabo esa... fundación? . Una fundación hecha con los debidos permisos, no deseando en nada sino hacer la voluntad de Dios, hasta en la elección de las hermanas que quisieran acompañarme.
La Obra no es de esta miserable María Inés-Teresa, sino de Dios sólo , que ha usado este instrumento tan deleznable para que así resplandezca a los ojos de todas las hijas la infinita bondad, el infinito amor y protección de Dios.
La vocación misionera fue siempre la mía, ya que, cuando Dios me hizo sentir el deseo de pertenecerle a él por entero, mi vocación fue ser misionera.
Por esto me encerré en el claustro, sabía que la oración y los sacrificios salvan más almas, que todo lo que sea acción, si esto va impregnado del espíritu de sacrificio, del deseo de no sobresalir, pero sí del deseo de llevar muchas almas a Cristo.
De allí que después, al calor de la oración, del mismo trabajo manual tan pesado que tuve casi toda mi vida de claustro, fueron como el móvil, que me fue llevando a realizar, esto que ahora soy MISIONERA CLARISA.
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