SAN MARGARITO FLORES GARCÍA (1899-1927).
Tomado y adaptado de: “Notas eclesiásticas del Estado de Guerrero”, pp. 281-336, de Román Juan Guadarrama Gómez, Tipografías Editoriales, México, 1992.
6. APANGO Y TULIMAN: PASION Y MUERTE DE UN SANTO TAXQUEÑO.
A fines del mes de Octubre, el Padre Margarito, regreso al Estado de Guerrero, haciendo a pie su recorrido hasta la ciudad de Chilapa, a la cual llego el día 3 de Noviembre.
Ahí, el Señor Canónigo Gabino Acevedo, Pío Vicario Capitular de la Diócesis le confirió el nombramiento de Vicario Sustituto de la Parroquia de Atenango del Río. Atenango “donde para el agua”, a la orilla del pueblo pasa el río Nexpa, por el cual llega el agregado. Una de las noticias de este
pueblo, la encontramos en la Relación del Arzobispado de México que dice:
… “Atenango del Río.- San Juan Bautista - cabecera. Está en la real corona, a tres lenguas del dicho pueblo de Comala, hacia el sur. Tiene un gobernador, dos regidores, un mayordomo, un escribano, dos alguaciles. En las estancias y en la cabecera hay tres principales, tiene ocho estancias y tributarios setenta y uno, casados, cuatro muchachos, diez viudas y cinco muchachas.”
Fechada el 2 de noviembre de 1569 por el Bachiller Rodrigo de Rivera. Vicario del pueblo de Huitzuco.
Los Archivos Parroquiales datan desde el año de 1769 siendo su primer Párroco el Presbítero Francisco Herrera.
Cerca de este lugar, en un paraje denominado Temalac, el 5 de noviembre de 1815 fue hecho prisionero el Padre José María Morelos y Pavón. Algunos de sus acompañantes, fueron fusilados y el pueblo de Atenango les dio sepultura en el centro del actual Panteón Municipal.
Al formarse la federación, el pueblo perteneció al Estado de México y erigiéndose la entidad guerrerense, formo parte del Distrito de Álvarez y actualmente pertenece al Distrito de Hidalgo.
Hasta el 15 de agosto de 1927 había sido Párroco del Templo de San Juan Bautista, el Presbítero Procopio I. Lara.
El 10 de Noviembre, el Padre Margarito salió de Chilapa rumbo a Zitlala, cuyo camino se hacía en tres horas a lomo de bestia, de ahí partió al poblada de Tulimán, al cual llego al anochecer.
El padre, se dirigió a la casa de la Señora Emilia Peralta, encargada de la Capilla de San Agustín, situada al noreste de la plaza, quien le sirvió una sencilla cena y le dio asilo.
Al día siguiente, el Padre Flores, pidió a la Señora Peralta, que le consiguiera un guía para poder llegar a Atenango, ya que él desconocía la ruta.
Se requirió la ayuda del Comisario, Señor Cruz Pineda quien le proporcionó al Propio de la Comisaría, llamado Pedro ya quien todos conocían como el “saca”, natural de Tlacozotitlán.
Antes de salir, el Padre realizo algunos Sacramentales, partiendo a medio día y llegando a Atenango, cerca de las seis de la tarde.
El Padre y el guía se dirigieron a la casa del señor Anacleto Giles, donde rápidamente entró el Padre, con toda confianza ya que ahí vivía el joven Fabián, hijo del señor Giles, quien había sido su alumno y compañero en el Seminario de Chilapa.
Entrando de este modo, ya que en la esquina continua, se encontraba un grupo de federales, que de inmediato y llenos de curiosidad indagaron con el “saca” su procedencia, reservándose el guía la personalidad del Padre, quien al salir del corredor lo tomaron preso.
Sabiendo el señor Giles la identidad del Padre Flores, y puesto que ocupaba el cargo de Juez del Registro civil, pidió la ayuda del señor Presidente
Municipal Silvano Sánchez, quien con otras personas intercedieron por los prisioneros, a los que se le consideraban espías de la gente de Liro Figueroa, que por la mañana les había ocasionado fuertes bajas en la barranca de Tequixijapa.
Registrando las cosas del Padre, encontraron su sotana, su Brevario y menesteres personales, por lo que el interrogatorio del lugarteniente del Coronel Rosendo Manzo, fue más cruel y despiadado.
Manzo se encontraba reposando la resaca, y cuando le fue dado el parte de estos hechos, enfurecido hizo comparecer al sacerdote a quien acusó de estar sublevando a los indígenas de la región contra el Gobierno.
Para confirmar la versión del “saca” y previendo que el pueblo de “Atenango” se amotinara, Manzo ordenó salir en la madrugada de dicha población a Tulimán, donde sospechaba que ahí se gestaba un levantamiento y que el Comisario estaba involucrado.
Sin misericordia, los soldados despojaron al Padre Margarito de sus ropas, amarrándole las manos de las que dependía una soga que portaba un jinete atada a su silla, y así, descalzo y al trote del caballo, salió la partida por la calle Heroico Colegio Militar del pueblo de Atenango, que contempló en silencio y a escondidas de este hecho.
Cinco horas recorrieron por ese camino de abundantes yecapixtles, que hicieron sangrar los pies del Padre, que sin alimento alguno y lleno de sed, recorría a paso veloz para no ser arrastrado por la fuerza del animal, escuchando el florido lenguaje procofílico de los genízaros.
En estas condiciones atravesaron la cañada de Tequicuilco, lo escabroso de las tierras de Tecolotempa, y el lodoso paraje de Xolonga, llegando a Tuliman, al medio día.
Para esto la avanzada, había arribado una hora antes y Rosendo Manzo, se refrescaba en la hamaca de la tienda de la Señora Emilia Peralta, de donde ordenó la comparecencia del Comisario para oír su declaración.
Observando que los hombres laboraban en la terminación de sus pizcas, otro fabricaban sus alfarerías, que la pobreza de aquella gente que vivía en sus casas de barro con otates, techadas con palma de zoyate y que la mayoría no entendía el castellano, por lo que éstos no podían estar conspirando contra el Gobierno, sobre todo por el miedo que causaba su presencia en aquel pueblecillo, carente de las más elementales formas de civilización.
La jauría de perros, anuncio que los prisioneros llegaban a la plaza, conduciendo al Padre al corredor de la casa de la Familia Quiñones, situada al norte de la Capilla de San Agustín, mientras que el “saca” fue llevado ante Manzo, quien le dió la libertad.
En el corredor, el Padre Margarito permanecía inmóvil sin decir ninguna palabra, sin que pronunciara el más leve quejido, ahí alzando los pies de donde emanaban gruesas gotas de sangre que formaron un charquillo, ante la mirada curiosa de las mujeres y niños que compadecidos, sin poder hacer nada, eran testigos del cruento cuadro.
Los ancianos acudieron ante Manzo, para abogar por el Padre y saber la situación del Comisario, ofreciéndo
le dinero, maíz y animales, pero el Coronel a media cuerda, no entendía ni lo que decían, llamando a uno de sus oficiales le dio instrucciones de que cerraran el asunto.
A la una de la tarde, de aquel Sábado 12 de Noviembre de 1927, sin juicio alguno, se le condujo al Padre Margarito Flores García, a la parte de atrás de la Capilla, donde pidió permiso para hacer de rodillas sus oraciones.
Puesto de pie, con gran valentía se negó a ser vendado y con los brazos en cruz y alzando su mirada del cielo, recibió la descarga que lo privó de la vida.
¡Oc yoquimitique padrecito!
Su cadáver, permaneció tirado en ese sitio hasta las seis de la tarde, en que dos soldados lo llevaron arrastrando de los pies al Panteón, donde casi a flor de tierra lo tiraron en una cepa en la parte norte, de la mitad del terreno.
Al día siguiente, los federales salieron de Tulimán rumbo a Huitzuco, llevándose con ellos al Comisario Cruz Pineda, al cual asesinaron antes de llegar al pueblo de Tlapala.
A los pocos días Don Germán Flores y doña Merced Ortiz García, recibieron la noticia de la trágica muerte de su hijo, que embargó de temor y tristeza a la familia.
En la época del temporal del año de 1928 la sequía se manifestó en el poblado Tulimán, fue entonces cuando los señores Nieves, Juan y Cirilio Chávez, Marcelino y Rafael Jiménez, Calixto Navarrete y Emigdio Ortiz, dispusieron darle la cristiana sepultura al cadáver del Padre Margarito Flores, que tenía alrededor de ocho meses de estar enterrado en el Panteón.
Se trasladaron a Atenango del Río, donde adquirieron lo necesario para estos casos.
A su retorno se encaminara al Panteón de Tulimán, y con gran cuidado removieron la tierra a escasos 80 centímetros, encontraron el cuerpo incorrupto, emanando sangre fresca, como lo afirman varios testimonios.
Sacaron el cadáver, lo envolvieron en mantas y lo colocaron en una caja de madera, la cual llevaron en hombros hasta la Capilla de San Agustín de Hipona, donde fue inhumado en el Presbítero.
Al terminar esta jornada, comenzó a llover fuertemente, regularizándose el temporal en el pueblo y sus contornos.
En el año de 1945 Tulimán, pertenecía al Municipio de Tepecoacuilco, donde los hermanos del Padre Margarito Flores, Luis y Jesús tramitaron la exhumación de los restos, previa consulta con las autoridades eclesiásticas de la Diócesis, en coordinación con el Párroco de Santa Prisca de Taxco, Don José Merced Corrales Mendoza y el Párroco de San Juan Bautista de Atenango del Río, Don José Ocampo Madrid.
El martes 8 de Enero de 1946, por la tarde, en la Capilla de Tulimán se comenzaron los trabajos para exhumar los restos que fueron colocados en una urna de madera.
Con fervor, los lugareños velaron los restos y al día siguiente los señores Luis y Jesús Flores, Francisco Torres Moreno, Isidro Mejía Olivares y Ernesto M. Olmedo; transportaron la urna en un automóvil, marca Packard a la ciudad de Taxco.
El jueves 10 de enero, se celebraron las Solemnes Honras Fúnebres en el Templo de Santa Prisca y San Sebastián, en la que estuvieron presentes los padres del sacerdote sacrificado, don Germán Flores Viveros y doña Merced Ortiz García.
Terminado el acto eucarístico, la urna fue conducida a la Capilla del Cristo de la Preciosa Sangre del Barrio de Ojeda, donde fue depositada en un nicho, donde aun permanece. Ahí una lapida reza:
“A la memoria
Del Presbítero Don Margarito Flores. Fusilado el 12 de noviembre de 1927.
A la edad de 28 años en Tulimán.
Sus familiares dedican esta placa
Con admiración, cariño y veneración.
Taxco, Gro. 22 de febrero de 1946.”
Y en Tulimán una humilde cruz de madera grabada nos recuerda:
“Aquí falleció
El señor Cura Margarito Flores G.
El 12 de noviembre de 1927.
Pide un sudario.”
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