LA VIDA COTIDIANA DEL SIGLO XVIII EN LA PARROQUIA DE ACAPULCO
Pbro. Juan Carlos Flores Rivas
A principios del Siglo XVIII, entre los años 1703-1704 tenemos la visita en Acapulco del Capitán Dampier en la nave San Jorge, quien nos deja una breve descripción en lengua inglesa, recogida por que William Funnell en su obra titulada “A voyage round the worl containing an account of captain Dampier’s expedition into the south-seas in the ship St. George inthe years 1703 and 1704”, (Biblioteca Australiana N. 57, N. Israel/Ámsterdam. Da Capo Press/New York):
“Acapulco es un puerto de gran comercio, es el lugar donde los españoles embarcan de México para China y las Islas Filipinas. Lo cual es un privilegio particular que no tiene otro puerto con comercia a cualquier parte de las Indias del Este, pero de ahí está distante la Ciudad de México ochenta leguas, toda la mercancía se transporta en mulas, aunque es un camino muy malo. Este es el puerto principal para México de América. Es un puerto grande y bueno, y puede albergar unos cien barcos, todos seguros de los vientos y el clima. Se encuentra a la latitud de 17 d. C. 6 m. norte. El pueblo consiste en 120 familias, la mayoría españoles, y tiene para su defensa un fuerte con cuarenta a cincuenta cañones de acero, se dice que cada bala tiene treinta y seis libras. El fuerte está en un valle entre dos colinas notables, una es como un pan de azúcar, la otra está partida en dos desde la cima que se llama la colina Cauca. Estas colinas son las más altas en los alrededores, y las dos, al Este y al Oeste de ellos tienen tierra baja por varias leguas. El pueblo está al final de la bahía del lado noroeste, en una profunda bahía, se dice que es un pueblo muy compacto, si se quiere entrar en este Puerto, siga la colina Cauca y luego vaya al suroeste de la isla, que está en la boca de la bahía, llamada la Ultima Isla, y después de eso, tenga cuidado de llegar cerca de un lugar llamado el Grifo. Pero si el viento viniera del norte entonces puede irse por el lado oeste de la isla. Esta es la entrada de los barcos de China, es el canal angosto y el agua es muy profunda, pero los barcos que llegan del Este, entran al canal del Este, entre el principal y el gran tramo de arena; pero al entrar manténgase cerca de la principal como pueda. Usted conocerá este puerto por las tierras altas, porque son bajas al Este y al Oeste todo por varias leguas de bahías arenosas”...
Don Antonio Villaseñor, ilustre historiador y matemático mexicano, en una obra que presenta la primera descripción general y estadística, política, geográfica, histórica y económica titulada: Theatro Americano, a mediados del siglo XVIII nos dejará una descripción de Acapulco que transcribimos conscientes de que muchos de nuestros lectores solamente por nuestro medio podrán conocerla:
“Capitulo XL. De la ciudad, y puerto de Acapulco y pueblos de su jurisdicción. La Ciudad de los Reyes, Puerto de Acapulco se halla situada a la parte del Medio día, o viento Sur, sudeste, en la costa del Mar del Sur, dista de la Capital México ochenta leguas, no habitan indios en esta ciudad, sino en los pueblos de su jurisdicción, y en ella solo, se hallan avecindados cerca de cuatrocientas familias de Chinos, Mulatos, y Negros, tiene Iglesia Parroquial con Cura clérigo y dos Vicarios, que ministran el pasto espiritual a su feligresía, y dos conventos, uno de San Francisco, y otro de San Hipólito, de la Caridad, que es Hospital Real, donde se curan los enfermos así del vecindario, como de los soldados de la plaza y castillo: el Gobernador de ella es también Castellano en propiedad de la Real Fuerza, con el grado de Teniente General de las Costas del Mar del Sur. Hay en dicha ciudad, Real contaduría, administrada por dos Oficiales Reales, que son Contador, y Tesorero, con otros oficiales de pluma, y libros, Guarda Mayor, y almaceneros, así para la recepción, y cuenta de los Derechos, que a Su Majestad pertenecen de los géneros, que conducen las naos de China, en cuya bahía verifican su anclaje, como para las pagas de los Cabos subalternos, y soldados de su Guarnición, y en la misma conformidad llevan la cuenta de caudales, que se registran para las islas Filipinas. Es la Ciudad corta en su recinto, y moderada en sus Templos y casas, cuyo plan está la mayor parte en la orilla de la playa, y su temperamento es en sumo grado caliente, y húmedo, porque a más de caer en la Tórrida zona, carece de os vientos del norte, por estar por naturaleza circunvalada de altas serranías, y estas calidades lo hacen muy enfermo, especialmente en el tiempo de las aguas, con el motivo de las humedades, y vientos marítimos del Sudeste, con no pocos estragos de sus habitantes, y de los comerciantes que allá concurren y esta es la casa porque extrañando el país los cuerpos, apenas lo habitan ocho familias de españoles. Carece así mismo de todo género de víveres por lo ceñido, y estéril de su distrito, por que se hace preciso, que los indios de los pueblos de su jurisdicción la provean de todo lo necesario: el único comercio que la mantiene, es la feria que se celebra cuando anclan las naos de China, pero después que emprenden su torna viaje, no les queda a sus vecinos, otro trato que ejercitarse, en tal manera que si pasasen tres o cuatro años sin que viniesen las naos, no hay duda que desertaría la población. El vecindario dicho, no obstante de no ser de españoles, está instruido en el orden, y disciplina militar, alistado y dividido en tres compañías milicianas, la una de Chinos, la otra de Negros, y la tercera de Mulatos, las que hacen sus Guardias en continua atalaya, así en las Vigías del Puerto, como en las de ambas costas, trabajando igualmente en las faenas, que ocurren del Real Servicio y siempre prontos a la seña de tres tiros de Cañón, siempre que se necesite... A distancia de un tiro de mosquete de la Ciudad, en un promontorio que sale al mar, se halla situado el Castillo, y Real Fuerza de San Diego, coronado con treinta y una piezas de bronce... Su bahía es segura, fondable y espaciosa, de modo que pueden anclar en ella quinientos navíos de porte sin abrazarse unos a otros”...
Una nueva política de la corte de España, con Carlos III, quien abolió con decreto en 1784 todas las restricciones impuestas por sus antecesores a la libertad del comercio entre las Filipinas y demás colonias de América, hizo renacer la prosperidad en el Puerto de Acapulco, toda vez que para su desenvolvimiento la corona estableció una compañía transpacífica, bajo el nombre de “Real Compañía de Filipinas”, estimulando el intercambio de productos que desde distintos lugres de la Nueva España, llegaban a los almacenes establecidos en Acapulco para ser embarcados; trayendo como consecuencia un movimiento muy importante durante los meses de diciembre a abril, época en que los caminos eran transitables, sin peligro por las crecientes de los ríos y también porque en esa temporada se mantienen normales los vientos que favorecían la navegación tanto en los viajes de ida, como de retorno a las Filipinas.
Acontecimiento de primer orden fue igualmente la construcción del Fuerte, que destruido igualmente por el terremoto de 1776, comenzó a ser reconstruido por orden del Virrey don Antonio María de Burcareli y Ursúa, inspirados en un proyecto del ingeniero don Miguel Constanzo, recayendo los trabajos en don Ramón de Panón. Las obras iniciaron el 16 de Marzo de 1778, y llegaron a feliz término con fecha 7 de Julio de 1783, denominándose en adelante “Fuerte de San Carlos” en honor del Rey de España Carlos III. La planta, como hoy la conocemos, formada de cinco baluartes (San José, San Antonio, San Luis, Santa Bárbara, y Purísima Concepción), formando un pentágono regular, sobrepasó en costo de trescientos mil pesos.
También las expediciones científicas marcaron la vida de Acapulco. Para 1791, arribó la expedición científica en las corbetas “Descubierta” y “Atrevida”, al mando del capitán don Alejandro Malaspina, famoso investigador naturalista al servicio de la corona de España, quien traía la consigna de cerciorarse de las riquezas que encerraban las colonias, así como precisar los litorales. Permaneció varios días en Acapulco, a partir del 2 de Febrero de 1791, durante los cuales levantó un plano de la bahía, levantando también las coordenadas de la rada para fijar su posición. De Acapulco salieron siguiendo la costa occidental de la América septentrional hasta Alaska, de donde regresarán más tarde a Acapulco obligados por la falta de alimentos, después de seis meses de viaje.
En enero 15 de 1791 otro excelente marino y topógrafo estuvo también en Acapulco: don Juan Francisco de la Bodega y Cuadra, quien levantó un plano general de la Bahía de Santa Lucía. Para el 10 de Marzo de 1792 parten de Acapulco las fragatas “Sutil” y Mexicana” para intervenir en la disputa de la isla de Vancouver y de la Bahía de Nutka.
El 13 de Octubre de 1775 los vecinos de Acapulco enviaron un Memorial al Rey de España solicitando la confirmación del título de Ciudad que Acapulco venía utilizando desde hacia ya tiempo. Solicitud apoyada por el Teniente Catellano don Antonio Mendívil y Cisneros, Gobernador de Acapulco, y por el Virrey don Francisco María de Bucareli y Ursúa. Con fecha 17 de Noviembre de 1799 el Rey Carlos IV ordenó que se extendiera el título correspondiente de Ciudad.
Queda claro, en la lectura del Decreto, que Acapulco nunca tuvo antes el título legal de Ciudad, en capítulo anterior he explicado que el origen del título “popular”, llamémosle así de “Ciudad de los Reyes”, se debía no a algún título concedido por la corona Española, sino más bien a los titulares de la Iglesia Parroquial de Acapulco que eran los Santos Reyes Magos. Pero como no hay mal confusión que por bien no venga, se aprovechó el dato para afirmar que Acapulco usaba el título de Ciudad, y de cualquier manera quedó confirmada como tal.
Los censos de 1743 muestran una población de 541 familias indias y de 578 familias no indígenas en su mayoría mulatos libres que vivían en el Puerto de Acapulco. El padrón de 1792 muestra un total de 5 679 no indios (individuos), formado por 122 españoles, 19 castizos, 122 mestizos, 5 307 “pardos” (incluyendo filipinos) y 109 morenos; en ese año había en la jurisdicción dos haciendas y 32 ranchos (Cfr. Gherard, p. 41).
Pbro. Juan Carlos Flores Rivas
A principios del Siglo XVIII, entre los años 1703-1704 tenemos la visita en Acapulco del Capitán Dampier en la nave San Jorge, quien nos deja una breve descripción en lengua inglesa, recogida por que William Funnell en su obra titulada “A voyage round the worl containing an account of captain Dampier’s expedition into the south-seas in the ship St. George inthe years 1703 and 1704”, (Biblioteca Australiana N. 57, N. Israel/Ámsterdam. Da Capo Press/New York):
“Acapulco es un puerto de gran comercio, es el lugar donde los españoles embarcan de México para China y las Islas Filipinas. Lo cual es un privilegio particular que no tiene otro puerto con comercia a cualquier parte de las Indias del Este, pero de ahí está distante la Ciudad de México ochenta leguas, toda la mercancía se transporta en mulas, aunque es un camino muy malo. Este es el puerto principal para México de América. Es un puerto grande y bueno, y puede albergar unos cien barcos, todos seguros de los vientos y el clima. Se encuentra a la latitud de 17 d. C. 6 m. norte. El pueblo consiste en 120 familias, la mayoría españoles, y tiene para su defensa un fuerte con cuarenta a cincuenta cañones de acero, se dice que cada bala tiene treinta y seis libras. El fuerte está en un valle entre dos colinas notables, una es como un pan de azúcar, la otra está partida en dos desde la cima que se llama la colina Cauca. Estas colinas son las más altas en los alrededores, y las dos, al Este y al Oeste de ellos tienen tierra baja por varias leguas. El pueblo está al final de la bahía del lado noroeste, en una profunda bahía, se dice que es un pueblo muy compacto, si se quiere entrar en este Puerto, siga la colina Cauca y luego vaya al suroeste de la isla, que está en la boca de la bahía, llamada la Ultima Isla, y después de eso, tenga cuidado de llegar cerca de un lugar llamado el Grifo. Pero si el viento viniera del norte entonces puede irse por el lado oeste de la isla. Esta es la entrada de los barcos de China, es el canal angosto y el agua es muy profunda, pero los barcos que llegan del Este, entran al canal del Este, entre el principal y el gran tramo de arena; pero al entrar manténgase cerca de la principal como pueda. Usted conocerá este puerto por las tierras altas, porque son bajas al Este y al Oeste todo por varias leguas de bahías arenosas”...
Don Antonio Villaseñor, ilustre historiador y matemático mexicano, en una obra que presenta la primera descripción general y estadística, política, geográfica, histórica y económica titulada: Theatro Americano, a mediados del siglo XVIII nos dejará una descripción de Acapulco que transcribimos conscientes de que muchos de nuestros lectores solamente por nuestro medio podrán conocerla:
“Capitulo XL. De la ciudad, y puerto de Acapulco y pueblos de su jurisdicción. La Ciudad de los Reyes, Puerto de Acapulco se halla situada a la parte del Medio día, o viento Sur, sudeste, en la costa del Mar del Sur, dista de la Capital México ochenta leguas, no habitan indios en esta ciudad, sino en los pueblos de su jurisdicción, y en ella solo, se hallan avecindados cerca de cuatrocientas familias de Chinos, Mulatos, y Negros, tiene Iglesia Parroquial con Cura clérigo y dos Vicarios, que ministran el pasto espiritual a su feligresía, y dos conventos, uno de San Francisco, y otro de San Hipólito, de la Caridad, que es Hospital Real, donde se curan los enfermos así del vecindario, como de los soldados de la plaza y castillo: el Gobernador de ella es también Castellano en propiedad de la Real Fuerza, con el grado de Teniente General de las Costas del Mar del Sur. Hay en dicha ciudad, Real contaduría, administrada por dos Oficiales Reales, que son Contador, y Tesorero, con otros oficiales de pluma, y libros, Guarda Mayor, y almaceneros, así para la recepción, y cuenta de los Derechos, que a Su Majestad pertenecen de los géneros, que conducen las naos de China, en cuya bahía verifican su anclaje, como para las pagas de los Cabos subalternos, y soldados de su Guarnición, y en la misma conformidad llevan la cuenta de caudales, que se registran para las islas Filipinas. Es la Ciudad corta en su recinto, y moderada en sus Templos y casas, cuyo plan está la mayor parte en la orilla de la playa, y su temperamento es en sumo grado caliente, y húmedo, porque a más de caer en la Tórrida zona, carece de os vientos del norte, por estar por naturaleza circunvalada de altas serranías, y estas calidades lo hacen muy enfermo, especialmente en el tiempo de las aguas, con el motivo de las humedades, y vientos marítimos del Sudeste, con no pocos estragos de sus habitantes, y de los comerciantes que allá concurren y esta es la casa porque extrañando el país los cuerpos, apenas lo habitan ocho familias de españoles. Carece así mismo de todo género de víveres por lo ceñido, y estéril de su distrito, por que se hace preciso, que los indios de los pueblos de su jurisdicción la provean de todo lo necesario: el único comercio que la mantiene, es la feria que se celebra cuando anclan las naos de China, pero después que emprenden su torna viaje, no les queda a sus vecinos, otro trato que ejercitarse, en tal manera que si pasasen tres o cuatro años sin que viniesen las naos, no hay duda que desertaría la población. El vecindario dicho, no obstante de no ser de españoles, está instruido en el orden, y disciplina militar, alistado y dividido en tres compañías milicianas, la una de Chinos, la otra de Negros, y la tercera de Mulatos, las que hacen sus Guardias en continua atalaya, así en las Vigías del Puerto, como en las de ambas costas, trabajando igualmente en las faenas, que ocurren del Real Servicio y siempre prontos a la seña de tres tiros de Cañón, siempre que se necesite... A distancia de un tiro de mosquete de la Ciudad, en un promontorio que sale al mar, se halla situado el Castillo, y Real Fuerza de San Diego, coronado con treinta y una piezas de bronce... Su bahía es segura, fondable y espaciosa, de modo que pueden anclar en ella quinientos navíos de porte sin abrazarse unos a otros”...
Una nueva política de la corte de España, con Carlos III, quien abolió con decreto en 1784 todas las restricciones impuestas por sus antecesores a la libertad del comercio entre las Filipinas y demás colonias de América, hizo renacer la prosperidad en el Puerto de Acapulco, toda vez que para su desenvolvimiento la corona estableció una compañía transpacífica, bajo el nombre de “Real Compañía de Filipinas”, estimulando el intercambio de productos que desde distintos lugres de la Nueva España, llegaban a los almacenes establecidos en Acapulco para ser embarcados; trayendo como consecuencia un movimiento muy importante durante los meses de diciembre a abril, época en que los caminos eran transitables, sin peligro por las crecientes de los ríos y también porque en esa temporada se mantienen normales los vientos que favorecían la navegación tanto en los viajes de ida, como de retorno a las Filipinas.
Acontecimiento de primer orden fue igualmente la construcción del Fuerte, que destruido igualmente por el terremoto de 1776, comenzó a ser reconstruido por orden del Virrey don Antonio María de Burcareli y Ursúa, inspirados en un proyecto del ingeniero don Miguel Constanzo, recayendo los trabajos en don Ramón de Panón. Las obras iniciaron el 16 de Marzo de 1778, y llegaron a feliz término con fecha 7 de Julio de 1783, denominándose en adelante “Fuerte de San Carlos” en honor del Rey de España Carlos III. La planta, como hoy la conocemos, formada de cinco baluartes (San José, San Antonio, San Luis, Santa Bárbara, y Purísima Concepción), formando un pentágono regular, sobrepasó en costo de trescientos mil pesos.
También las expediciones científicas marcaron la vida de Acapulco. Para 1791, arribó la expedición científica en las corbetas “Descubierta” y “Atrevida”, al mando del capitán don Alejandro Malaspina, famoso investigador naturalista al servicio de la corona de España, quien traía la consigna de cerciorarse de las riquezas que encerraban las colonias, así como precisar los litorales. Permaneció varios días en Acapulco, a partir del 2 de Febrero de 1791, durante los cuales levantó un plano de la bahía, levantando también las coordenadas de la rada para fijar su posición. De Acapulco salieron siguiendo la costa occidental de la América septentrional hasta Alaska, de donde regresarán más tarde a Acapulco obligados por la falta de alimentos, después de seis meses de viaje.
En enero 15 de 1791 otro excelente marino y topógrafo estuvo también en Acapulco: don Juan Francisco de la Bodega y Cuadra, quien levantó un plano general de la Bahía de Santa Lucía. Para el 10 de Marzo de 1792 parten de Acapulco las fragatas “Sutil” y Mexicana” para intervenir en la disputa de la isla de Vancouver y de la Bahía de Nutka.
El 13 de Octubre de 1775 los vecinos de Acapulco enviaron un Memorial al Rey de España solicitando la confirmación del título de Ciudad que Acapulco venía utilizando desde hacia ya tiempo. Solicitud apoyada por el Teniente Catellano don Antonio Mendívil y Cisneros, Gobernador de Acapulco, y por el Virrey don Francisco María de Bucareli y Ursúa. Con fecha 17 de Noviembre de 1799 el Rey Carlos IV ordenó que se extendiera el título correspondiente de Ciudad.
Queda claro, en la lectura del Decreto, que Acapulco nunca tuvo antes el título legal de Ciudad, en capítulo anterior he explicado que el origen del título “popular”, llamémosle así de “Ciudad de los Reyes”, se debía no a algún título concedido por la corona Española, sino más bien a los titulares de la Iglesia Parroquial de Acapulco que eran los Santos Reyes Magos. Pero como no hay mal confusión que por bien no venga, se aprovechó el dato para afirmar que Acapulco usaba el título de Ciudad, y de cualquier manera quedó confirmada como tal.
Los censos de 1743 muestran una población de 541 familias indias y de 578 familias no indígenas en su mayoría mulatos libres que vivían en el Puerto de Acapulco. El padrón de 1792 muestra un total de 5 679 no indios (individuos), formado por 122 españoles, 19 castizos, 122 mestizos, 5 307 “pardos” (incluyendo filipinos) y 109 morenos; en ese año había en la jurisdicción dos haciendas y 32 ranchos (Cfr. Gherard, p. 41).
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