EL HIJO PREEXCELSO DE LA PARROQUIA DE ACAPULCO.
Pbro. Lic. Juan Carlos Flores Rivas.
Preexcelso, del latín praexcelsus, significa sumamente ilustre, grande y excelso. Y en el caso de una Parroquia, este calificativo lo puede alcanzar quien ha realizado en su persona, los objetivos propios y trascendentes que dan razón de ser a la misma, ya sea entendida como comunidad de fe, ya sea entendida como estructura eclesiástica cristiana. Y es que el término parroquia, del griego parrochía, quiere expresar un espacio místico, el lugar donde se puede experimentar el cielo en la tierra, el reino de Dios concretizado en la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica. Es por eso que el Papa Juan Pablo II no duda en proclamar en su Carta encíclica Novo millennio ineunte n. 30, que: “... La perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad”... “La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección”.
De modo que, podemos decir que una comunidad eclesial ha alcanzado plenamente sus objetivos, y está obligada a no apartarse del mismo camino, cuando uno de sus hijos ha alcanzado la santidad, como fruto de la vida comunitaria, mostrando a todos que aquí y ahora, en este espacio concreto, es posible ser santos, a la medida de Jesucristo, el hombre perfecto.
Y este es el caso de la antigua Parroquia de Acapulco, en la cual uno de su hijos más preclaros Bartolomé Días-Laurel, nació, recibió los sacramentos de la iniciación cristiana, y posteriormente fue seducido por la dama pobreza, vivida radicalmente por los religiosos que vivían en esta comunidad parroquial: la Apostólica Orden de los Descalzos Observantes de San Francisco. Un santo, enamorado de la santidad concreta, de la radical vida cristiana experimentada en la comunidad de fe de Acapulco.
Los Descalzos formaron parte de un amplio movimiento de reforma de la Orden Franciscana en España conocida como la “Observancia”. Por la fama e importancia de uno de sus miembros, San Pedro de Alcántara, serán llamados también “alcantarinos”. Y por pertenecer a la Provincia de San Diego de México, eran llamados también “dieguinos”.
Buscaban el seguimiento radical de Cristo, pobre y humilde, según el ideal de San Francisco de Asís, en el compromiso de una vida en comunidad, al servicio del hermano que sufre, de los enfermos, y en las misiones. Con una observancia estrictísima en la dependencia de los superiores, distinguiéndose por la importancia del hábito y andar descalzos, como signo de fidelidad al espíritu de su fundador, el patriarca de los pobres, San Francisco de Asís.
Esta corriente renovadora dio grandes santos, como: San Pedro de Alcántara (+1562), de cuya penitencia y suavidad de espíritu hizo el más acabado elogio Santa Teresa de Jesús. San Pascual Bailón (1592) quien nos enseñó un gran fervor a la Sagrada Eucaristía. También descalzo era San Felipe de Jesús, nuestro primer mártir mexicano Canonizado. De esta clase de cristianos era nuestro Bartolomé Días-Laurel. A esta corriente renovadora le tocó escribir las páginas más brillantes de la historia de las misiones católica, pues a ellos se debe la evangelización de México, Filipinas y Japón.
Es este el clima espiritual, sin duda, que presente en la Parroquia de Acapulco en sus orígenes, dio este fruto excelso. Bartolomé Días-Laurel nació en el área que hoy se conoce con el nombre de Barrio de el Pozo de la Nación, a escasos metros del antiguo Templo Parroquial de Acapulco, muy cerca de donde se encontraba emplazado el Convento franciscano de Nuestra Señora de Guía. Nació en 1599, en la primera etapa de la Iglesia en Acapulco. Su infancia sin duda, fue como la de cualquier hijo de aquél vecindario. De padres humildes pero muy cristianos. Ejerció el oficio de pescador y tejedor de redes para ayudar a sus padres que eran muy pobres. Por su madurez y robustez corporal será pronto admitido al noviciado y trasladado a Morelia para su formación. Servicial, su Maestro de Novicios, para ponerlo a prueba, le señaló el humilde oficio de llevar la mezcla a los albañiles que construían una parte de aquél Convento de San Buenaventura, a lo que nuestro Bartolomé respondió con diligencia, cumpliendo lo que su Maestro le mandaba. Así decidió hacerse hermano lego, no sacerdote, sino permanecer laico, distinguiéndose por el ejercicio de oficios ordinarios y manuales, en las faenas domésticas, sirviendo con alegría a los enfermos, resguardando en ellos al mismo Jesucristo sufriente; o ejerciendo oficios mecánicos en beneficio de propios o extraños a la comunidad “a la manera que colaboran entre sí las hormigas y las abejas”. Recorriendo pueblos y ciudades enseñando el catecismo a los sencillos. Incansable, siempre en comunidad, se distinguió por su sapiencia en el ejercicio de la medicina, tanto en Manila (Filipinas), como en Nagasaki (Japón), donde finalmente derramó su sangre por Cristo.
Todos pues, en la Parroquia de Acapulco, y en toda la Arquidiócesis, sean como Bartolomé Días-Laurel.. Pues, cono nos dice Santa Teresa de Jesús: De nada nos serviría que detrás nuestro existiera una gran lista de hombres y mujeres santos, si con nosotros se estropea el edificio (la comunidad de fe, la Parroquia, la Iglesia). Ni los planeas de pastoral más excelsos servirían de gran cosa, si no llevan a la santidad.
Pbro. Lic. Juan Carlos Flores Rivas.
Preexcelso, del latín praexcelsus, significa sumamente ilustre, grande y excelso. Y en el caso de una Parroquia, este calificativo lo puede alcanzar quien ha realizado en su persona, los objetivos propios y trascendentes que dan razón de ser a la misma, ya sea entendida como comunidad de fe, ya sea entendida como estructura eclesiástica cristiana. Y es que el término parroquia, del griego parrochía, quiere expresar un espacio místico, el lugar donde se puede experimentar el cielo en la tierra, el reino de Dios concretizado en la Iglesia Una, Santa, Católica y Apostólica. Es por eso que el Papa Juan Pablo II no duda en proclamar en su Carta encíclica Novo millennio ineunte n. 30, que: “... La perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad”... “La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección”.
De modo que, podemos decir que una comunidad eclesial ha alcanzado plenamente sus objetivos, y está obligada a no apartarse del mismo camino, cuando uno de sus hijos ha alcanzado la santidad, como fruto de la vida comunitaria, mostrando a todos que aquí y ahora, en este espacio concreto, es posible ser santos, a la medida de Jesucristo, el hombre perfecto.
Y este es el caso de la antigua Parroquia de Acapulco, en la cual uno de su hijos más preclaros Bartolomé Días-Laurel, nació, recibió los sacramentos de la iniciación cristiana, y posteriormente fue seducido por la dama pobreza, vivida radicalmente por los religiosos que vivían en esta comunidad parroquial: la Apostólica Orden de los Descalzos Observantes de San Francisco. Un santo, enamorado de la santidad concreta, de la radical vida cristiana experimentada en la comunidad de fe de Acapulco.
Los Descalzos formaron parte de un amplio movimiento de reforma de la Orden Franciscana en España conocida como la “Observancia”. Por la fama e importancia de uno de sus miembros, San Pedro de Alcántara, serán llamados también “alcantarinos”. Y por pertenecer a la Provincia de San Diego de México, eran llamados también “dieguinos”.
Buscaban el seguimiento radical de Cristo, pobre y humilde, según el ideal de San Francisco de Asís, en el compromiso de una vida en comunidad, al servicio del hermano que sufre, de los enfermos, y en las misiones. Con una observancia estrictísima en la dependencia de los superiores, distinguiéndose por la importancia del hábito y andar descalzos, como signo de fidelidad al espíritu de su fundador, el patriarca de los pobres, San Francisco de Asís.
Esta corriente renovadora dio grandes santos, como: San Pedro de Alcántara (+1562), de cuya penitencia y suavidad de espíritu hizo el más acabado elogio Santa Teresa de Jesús. San Pascual Bailón (1592) quien nos enseñó un gran fervor a la Sagrada Eucaristía. También descalzo era San Felipe de Jesús, nuestro primer mártir mexicano Canonizado. De esta clase de cristianos era nuestro Bartolomé Días-Laurel. A esta corriente renovadora le tocó escribir las páginas más brillantes de la historia de las misiones católica, pues a ellos se debe la evangelización de México, Filipinas y Japón.
Es este el clima espiritual, sin duda, que presente en la Parroquia de Acapulco en sus orígenes, dio este fruto excelso. Bartolomé Días-Laurel nació en el área que hoy se conoce con el nombre de Barrio de el Pozo de la Nación, a escasos metros del antiguo Templo Parroquial de Acapulco, muy cerca de donde se encontraba emplazado el Convento franciscano de Nuestra Señora de Guía. Nació en 1599, en la primera etapa de la Iglesia en Acapulco. Su infancia sin duda, fue como la de cualquier hijo de aquél vecindario. De padres humildes pero muy cristianos. Ejerció el oficio de pescador y tejedor de redes para ayudar a sus padres que eran muy pobres. Por su madurez y robustez corporal será pronto admitido al noviciado y trasladado a Morelia para su formación. Servicial, su Maestro de Novicios, para ponerlo a prueba, le señaló el humilde oficio de llevar la mezcla a los albañiles que construían una parte de aquél Convento de San Buenaventura, a lo que nuestro Bartolomé respondió con diligencia, cumpliendo lo que su Maestro le mandaba. Así decidió hacerse hermano lego, no sacerdote, sino permanecer laico, distinguiéndose por el ejercicio de oficios ordinarios y manuales, en las faenas domésticas, sirviendo con alegría a los enfermos, resguardando en ellos al mismo Jesucristo sufriente; o ejerciendo oficios mecánicos en beneficio de propios o extraños a la comunidad “a la manera que colaboran entre sí las hormigas y las abejas”. Recorriendo pueblos y ciudades enseñando el catecismo a los sencillos. Incansable, siempre en comunidad, se distinguió por su sapiencia en el ejercicio de la medicina, tanto en Manila (Filipinas), como en Nagasaki (Japón), donde finalmente derramó su sangre por Cristo.
Todos pues, en la Parroquia de Acapulco, y en toda la Arquidiócesis, sean como Bartolomé Días-Laurel.. Pues, cono nos dice Santa Teresa de Jesús: De nada nos serviría que detrás nuestro existiera una gran lista de hombres y mujeres santos, si con nosotros se estropea el edificio (la comunidad de fe, la Parroquia, la Iglesia). Ni los planeas de pastoral más excelsos servirían de gran cosa, si no llevan a la santidad.
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