sábado, 21 de mayo de 2016

LA MIRA ¡MIRALA! EPOPEYA DE LAS CUEVAS DEL PADRE HERMANN. SEGUNDA ETAPA


LA MIRA ¡MIRALA! LA EPOPEYA DE LAS CUEVAS DEL PADRE HERMANN.

SEGUNDA ETAPA

México, Tierra soñada.

Monseñor Carlos Talavera recibió de un miembro de su comunidad esta profecía: "Sé tan dócil a mi Espíritu como yo lo soy en la Consagración en la Misa".

         Las Comunidades Eclesiales de Base en Cuernavaca.

Un misionero francés, padre Rolland, dirigía 17 pequeñas Comunidades. Le tocaba ir a Francia por dos meses y me dejó la responsabilidad de cuidar a sus discípulos.
Monseñor Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca, es un Obispo posconciliar, a la vanguardia de la pastoral renovada, y que sabe dar a sus sacerdotes un lugar legítimo para la iniciativa y la imaginación. Cinco veces a la semana yo celebraba la misa en la casa de un miembro de la comunidad que me tocaba ese día. Se hacía la meditación comunitaria de la Palabra de Dios.
¡Cuánto me enriquecí con este pueblo pobre y sencillo, pero tan lleno de amor fraterno y de conocimiento de la Biblia! Una palabra que más se oía en los comentarios y testimonios era ésta: superación. Una mamá de 50 años, por ejemplo, aprendió a leer para nutrirse de la Palabra de Dios y participar más activamente en las discusiones.
Cuernavaca era también su ilustre obispo tan calumniado y tan querido a la vez. Yo lo conocí en el Primer Congreso Nacional de las Comunidades Eclesiales de Base en septiembre de 1971 en su ciudad episcopal. Le oí hablar de las C. E. B. y repetir que son ellas la esperanza de la Iglesia.

         Veo a Monseñor Méndez Arceo como a un gigante de la Pastoral renovada.

         Lo veía como un gigante dominando la historia por su sabiduría, por sus estudios variados, por sus experiencias personales, por su valor a aceptar y desear los cambios.
Cuando lo saludé me invitó a concelebrar con él el domingo a la Misa Panamericana. Estaba de visita este domingo el Nuncio Apostólico de Chile. Los tres concelebramos. Allá aprendí que la Eucaristía es una fiesta y que la Misa dominical es la fiesta de las fiestas. La alegría estallaba a cada momento y el pueblo se hacía cómplice con los concelebrantes y con los mariachis para repercutir e1 gozo a todos los rincones de la inmensa catedral.
Monseñor Méndez Arceo, al saber que yo esta en mi año sabático, me invitó a quedarme en su diócesis, que podríamos trabajar bien juntos, teniendo las mismas metas pastorales. Con todo eso, Monseñor me caía padrísimo y pensaba seriamente aceptar su oferta.
Por eso, durante el Congreso de las C. E. B. conocí al Padre Gabriel, pasionista, del Pie de la Cuesta en Acapulco. Nos hicimos amigos y me explicó que había más necesidad de sacerdotes en Acapulco que en Cuernavaca, y antes de regresar él a Acapulco me presentó al Padre Feliciano, en aquél entonces de la Casa de los Pasionistas en Cuernavaca. Feliciano me aconsejó visitar Acapulco antes de dar mi respuesta definitiva al Obispo de Cuernavaca.
Casi nunca había oído hablar de Acapulco. No sentía ninguna vibración positiva. Además, a causa de la promoción en Estados Unidos, me imaginaba que predominaba el inglés en este centro turístico. Pero para complacer a mis amigos pasionistas acepté dar una vueltecita de dos días por allá.
El 6 de octubre víspera de mi salida a Acapulco, fui a despedirme del Señor Obispo Méndez Arceo. Platicamos una hora. Tiene en su oficina fotografías muy realistas del holocausto estudiantil de 1968 y me lo contó con indignación. Le pregunté: ¿Qué opina usted de la Renovación Carismática en el Espíritu Santo?. Contestó: “Yo sé demasiado poco. Me parece que esta novedad no va a servir mucho para liberar a nuestro pueblo. Quisiera conocerla más para no basarme sobre prejuicios”.
Entonces le conté lo que había vivido en Panamá, las conversiones del Pastor David Wilrkerson entre los drogadictos de New York y lo de mi amigo Oblato P. Valeriano, afirmaba con convicción: “Si los sacerdotes no se renuevan y no se dejan revestir del poder de lo alto, dejan la puerta de su rebaño abierta a las sectas”. Yo noté como este Obispo Rojo sabía escuchar.

Cuernavaca, imagen de un pueblo amante de las fiestas.

Durante la noche del 6 al 7 de octubre, mi imaginación fue el escenario de miles de imágenes que valsaban en turbulencia. Primero la fiesta gozosa de la Misa Panamericana con los mariachis en la Catedral de Cuernavaca, animada por el prestigioso Obispo Méndez Arceo. Misa festiva, reflejo y expresión espontánea de un pueblo alegre, amante de la vida.
Alegría característica de los latinos. Recordaba que al venir de Panamá a México, hicimos escala en cada capital de América Central, y en cada aeropuerto fui testigo de una profusión inolvidable de abrazos, de cantos y de gritos de alegría por volver a verse.
De repente en contraste, yo vi los templos católicos latinos horriblemente tristes y fúnebres con la tumba casi permanentemente instalada delante del altar, y una multitud de mujeres de negro vestidas, como viudas obsesionadas con sus difuntos. Todo eso parecía una mojigatería.
Entonces en mi mente se clavó una pregunta que tardó meses y años en desaparecer: ¿por qué los ministros de nuestra Iglesia han hecho de nuestros templos y de nuestros ritos litúrgicos una imagen de la muerte? Como si Cristo no fuera de vida, la resurrección y la luz del mundo.
Un día, nuestras misas de juventud darán una respuesta perentoria a la pregunta y, sin discutir con nadie, establecerán un hecho: la Misa, sobre todo la dominical, es una FIESTA.
Curiosamente me dormí finalmente con una certidumbre: “un día celebrarás misas tan gozosas como las de Monseñor Méndez Arceo”.

El sembrador no se dirigía a Acapulco con las manos vacías.

El sembrador con la bolsa suspendida al hombro llevaba una buena semilla heredada de su familia natural y de la religiosa, una semilla enriquecida con las experiencias misioneras y pastorales de Canadá, de América del Sur, de Panamá y de Cuernavaca.
En su tierra natal le enseñaron a sembrar el trigo, el maíz, la avena y toda clase de legumbres y aprendió por experiencia personal cómo se cuela la grama, figura del Roñoso que trata con mil estratagemas de sofocar la buena semilla.
En el Santuario Nacional de la Virgen vio. como una cosa natural, la manifestación del poder de Dios, pasando por María y distribuyéndose gratuitamente en dones de oración, de perdón y de sanación.
América Latina vio a pueblos humillados por los poderosos de este mundo y admiró la entrega de sus hermanos oblatos para liberar a los pueblos a costa de su propia vida.

En Panamá probó los ríos de Agua Viva del Espíritu que riegan la semilla y le hace dar frutos hasta de cien por uno.

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