LA MIRA ¡MIRALA! LA EPOPEYA DE LAS CUEVAS DEL PADRE HERMANN.
SEGUNDA
ETAPA
México,
Tierra soñada.
Monseñor
Carlos Talavera recibió de un miembro de su comunidad esta profecía: "Sé
tan dócil a mi Espíritu como yo lo soy en la Consagración en la Misa".
Las Comunidades Eclesiales de Base en Cuernavaca.
Un
misionero francés, padre Rolland, dirigía 17 pequeñas Comunidades. Le tocaba ir
a Francia por dos meses y me dejó la responsabilidad de cuidar a sus
discípulos.
Monseñor
Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca, es un Obispo posconciliar, a la
vanguardia de la pastoral renovada, y que sabe dar a sus sacerdotes un lugar
legítimo para la iniciativa y la imaginación. Cinco veces a la semana yo
celebraba la misa en la casa de un miembro de la comunidad que me tocaba ese
día. Se hacía la meditación comunitaria de la Palabra de Dios.
¡Cuánto
me enriquecí con este pueblo pobre y sencillo, pero tan lleno de amor fraterno
y de conocimiento de la Biblia! Una palabra que más se oía en los comentarios y
testimonios era ésta: superación. Una mamá de 50 años, por ejemplo, aprendió a
leer para nutrirse de la Palabra de Dios y participar más activamente en las
discusiones.
Cuernavaca
era también su ilustre obispo tan calumniado y tan querido a la vez. Yo lo conocí
en el Primer Congreso Nacional de las Comunidades Eclesiales de Base en
septiembre de 1971 en su ciudad episcopal. Le oí hablar de las C. E. B. y
repetir que son ellas la esperanza de la Iglesia.
Veo a Monseñor Méndez Arceo como a un gigante de la Pastoral
renovada.
Lo veía como un gigante dominando la historia por su sabiduría, por sus estudios variados, por sus experiencias personales, por su
valor a aceptar y desear los cambios.
Cuando
lo saludé me invitó a concelebrar con él el domingo a la Misa Panamericana.
Estaba de visita este domingo el Nuncio Apostólico de Chile. Los tres
concelebramos. Allá aprendí que la Eucaristía es una fiesta y que la Misa dominical
es la fiesta de las fiestas. La alegría estallaba a cada momento y el pueblo se
hacía cómplice con los concelebrantes y con los mariachis para repercutir e1
gozo a todos los rincones de la inmensa catedral.
Monseñor
Méndez Arceo, al saber que yo esta en mi año sabático, me invitó a quedarme en
su diócesis, que podríamos trabajar bien juntos, teniendo las mismas metas
pastorales. Con todo eso, Monseñor me caía padrísimo y pensaba seriamente
aceptar su oferta.
Por
eso, durante el Congreso de las C. E. B. conocí al Padre Gabriel, pasionista,
del Pie de la Cuesta en Acapulco. Nos hicimos amigos y me explicó que había más
necesidad de sacerdotes en Acapulco que en Cuernavaca, y antes de regresar él a
Acapulco me presentó al Padre Feliciano, en aquél entonces de la Casa de los
Pasionistas en Cuernavaca. Feliciano me aconsejó visitar Acapulco antes de dar
mi respuesta definitiva al Obispo de Cuernavaca.
Casi
nunca había oído hablar de Acapulco. No sentía ninguna vibración positiva.
Además, a causa de la promoción en Estados Unidos, me imaginaba que predominaba
el inglés en este centro turístico. Pero para complacer a mis amigos
pasionistas acepté dar una vueltecita de dos días por allá.
El
6
de octubre víspera de mi salida a Acapulco, fui a despedirme del
Señor Obispo Méndez Arceo. Platicamos una hora. Tiene en su oficina fotografías
muy realistas del holocausto estudiantil de 1968 y me lo contó con indignación.
Le pregunté: ¿Qué opina usted de la Renovación Carismática en el Espíritu
Santo?. Contestó: “Yo sé demasiado poco. Me parece que esta novedad no va a
servir mucho para liberar a nuestro pueblo. Quisiera conocerla más para no
basarme sobre prejuicios”.
Entonces
le conté lo que había vivido en Panamá, las conversiones del Pastor David
Wilrkerson entre los drogadictos de New York y lo de mi amigo Oblato P.
Valeriano, afirmaba con convicción: “Si los sacerdotes no se renuevan y no se
dejan revestir del poder de lo alto, dejan la puerta de su rebaño abierta a las
sectas”. Yo noté como este Obispo Rojo
sabía escuchar.
Cuernavaca,
imagen de un pueblo amante de las fiestas.
Durante
la noche del 6 al 7 de octubre, mi imaginación fue el escenario de miles de
imágenes que valsaban en turbulencia. Primero la fiesta gozosa de la Misa
Panamericana con los mariachis en la Catedral de Cuernavaca, animada por el
prestigioso Obispo Méndez Arceo. Misa festiva, reflejo y expresión espontánea
de un pueblo alegre, amante de la vida.
Alegría
característica de los latinos. Recordaba que al venir de Panamá a México,
hicimos escala en cada capital de América Central, y en cada aeropuerto fui
testigo de una profusión inolvidable de abrazos, de cantos y de gritos de
alegría por volver a verse.
De
repente en contraste, yo vi los templos católicos latinos horriblemente tristes
y fúnebres con la tumba casi permanentemente instalada delante del altar, y una
multitud de mujeres de negro vestidas, como viudas obsesionadas con sus
difuntos. Todo eso parecía una mojigatería.
Entonces
en mi mente se clavó una pregunta que tardó meses y años en desaparecer: ¿por
qué los ministros de nuestra Iglesia han hecho de nuestros templos y de nuestros
ritos litúrgicos una imagen de la muerte? Como si Cristo no fuera de vida, la
resurrección y la luz del mundo.
Un
día, nuestras misas de juventud darán una respuesta perentoria a la pregunta y,
sin discutir con nadie, establecerán un hecho: la Misa, sobre todo la
dominical, es una FIESTA.
Curiosamente
me dormí finalmente con una certidumbre: “un día celebrarás misas tan gozosas
como las de Monseñor Méndez Arceo”.
El
sembrador no se dirigía a Acapulco con las manos vacías.
El
sembrador con la bolsa suspendida al hombro llevaba una buena semilla heredada de
su familia natural y de la religiosa, una semilla enriquecida con las
experiencias misioneras y pastorales de Canadá, de América del Sur, de Panamá y
de Cuernavaca.
En
su tierra natal le enseñaron a sembrar el trigo, el maíz, la avena y toda clase
de legumbres y aprendió por experiencia personal cómo se cuela la grama, figura
del Roñoso que trata con mil estratagemas de sofocar la buena semilla.
En
el Santuario Nacional de la Virgen vio. como una cosa natural, la manifestación
del poder de Dios, pasando por María y distribuyéndose gratuitamente en dones
de oración, de perdón y de sanación.
América
Latina vio a pueblos humillados por los poderosos de este mundo y admiró la
entrega de sus hermanos oblatos para liberar a los pueblos a costa de su propia
vida.
En
Panamá probó los ríos de Agua Viva del Espíritu que riegan la semilla y le hace
dar frutos hasta de cien por uno.
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