LA
MIRA MIRALA,
LA EPOPEYA CARISMATICA
DE LAS CUEVAS DEL PADRE HERMANN.
Escrito por
el PADRE HERMANN MORIN, O.M.I.
CENTRO
CARISMATICO DE EVANGELIZACION
Publicación
del Centro de Comunidad de la Mira, A.C.
Acapulco,
Gro. México, 24 de noviembre de 1991.
El
PROLOGO dedica la obra a los innumerables hijos y amigos del padre Hermann y
para todos los renacidos en las Cuevas de La Mira, como una mina de recuerdos, fuente
de energía y un llamado a la fidelidad, por quien se presenta como el legítimo
primer discípulo del Padre Hermann en Acapulco: el médico Esteban Ortiz Pavón.
Declara que el Padre Hermann se dejó convencer para la publicación de la obra,
pensando que la relación maravillas del Señor y de la Virgen, realizadas en y
por el Centro de La Mira podría producir una abundante cosecha de alabanzas, de
conversión y de acción de gracias, y fue entonces que se decídíó a elaborar
esta obra.
"Si
durante mi estancia en Acapulco no puedo incitar más que a un verdadero líder
cristiano, pienso que aun así valía pena de haber venido”. El padre Hermann se
imaginaba que su estancia seria breve, 2 ó 3 años, quizá cinco, cumplió más de
20 años en Acapulco, y no suscitó uno solo, sino cientos y miles de líderes.
“No demoren en darle gracias a Dios, ya que es bueno guardar
el secreto del Rey, pero conviene descubrir y alabar las obras de Dios.
Escriban en un LIBRO lo que se ha cumplido” Tobías 12, 7 y 20.
En
la INTRODUCCION, fechada el 24 de noviembre de 1991, el Padre Hermann expresa: La
historia es la maestra por excelencia. Debe resaltar no sólo las luces sino
también las sombras. La historia de La Mira ofrece frutos sabrosos de fe,
esperanza y de amor, como oportunidad, después provocan la reflexión, el
arrepentimiento y ¡ojalá! lleven a la justicia que es la base y la condición
para el perdón y el amor.
Como
yo quisiera que todos los que han pasado por el fuego de Pentecostés en Las
Cuevas, tomen conciencia de la gracia que les fue. concedida y no cesen de
agradecer. "Dios se ha portado estupendamente con nosotros".
Si
fuera la obra propia de nosotros, sería una vanagloria ínsopertable de
celebrarla, pero no es la nuestra.
El
Padre Félix Vallée O. M. I. Visitador canónico el 4 de febrero de 1978, declaró
de la experiencia de La Mira: "Es maravilloso e indudablemente es la OBRA DEL
SEÑOR. Ningún hombre, por muy inteligente, psicólogo y poderoso que fuese,
ningún hombre podría realizar lo que has hecho: manifiestamente es la obra de
Dios”.
Continúa diciendo que la obra es parte de un proyecto en dos
partes, del cual se constituye en la primera, es decir, la parte histórica, que
por su sabor y el interés… hacen de ella una verdadera novela”… La segunda
parte será la presentación de profecías, visiones y testimonios.
Agradece a Esteban Ortiz y Miguel Salmerón la realización
del libro.
Termina enmarcando la obra, como una transcripción viva y
detallada de la parábola del trigo y la cizaña, en la que no falta el enemigo,
denominado “el Roñoso”, pero vista como un triunfo, y manifestación de la
protección de la Virgen Inmaculada.
PRIMERA
ETAPA LA EPOPEYA
El
sembrador se prepara en la familia.
La
familia es la primera educadora y sus huellas son difícilmente borrables. Por
eso se puede afirmar que en la obra del Centro Comunitario de La Mira se hicieron
sentir la influencia dé mi familia natural yde mi familia religiosa.
Veamos
pues brevemente el cuadro en el que se desenvolvieron mis primeros años en la
casa de mis padres y después, a partir de los veinte años, en la gran familia
de los Oblatos de María Inmaculada.
Un hogar para 13 hijos.
Mis
padres me dieron 6 hermanos y 6 hermanas. Todavía vivimos nueve. Yo soy el
séptimo varón. Tres hermanas nacieron después de mí y con ellas me llevé con
más intimidad.
Nuestra
pequeña ciudad San Evaristo, se encuentra a 100 kilómetros al sur de Québec. En
1947, el Cardenal Villenueve la dividió en dos y dio el nombre de Guadalupe a
la nueva parte. Allí en Guadalupe, seguimos viviendo, lo que fue para mi como
una relación de más intimidad con la Reina de México.
Mis
padres eran muy devotos a la Santa Misa y quisieron que todos los varones
fueran a su turno monaguillos. A mí mi mamá empezó a llevarme a la Misa de las
6 de la mañana todos los días, desde mis cinco años, cuando hice la Primera
Comunión y comencé a servir al párroco. Todas las noches, después de la cena,
rezábamos hincados la oración de la noche, incluyendo cinco misterios del
rosario y las letanías de la Santísima Virgen que mi mamá rezaba en latín y
todo de memoria.
Nuestra
propiedad tenía la ventaja de estar a pocos metros de la iglesia y, por detrás
de las casas del pueblo, se extendía muchísimo por un kilómetro de profundidad
y 200 metros de ancho. Teníamos 400 árboles de maple que daban cada verano
alrededor de 300 kilos de azúcar. Participé con mi papá y mis hermanos en la
siembra y en la cosecha de del trigo, de la avena y de una gran variedad de
legumbres. Yo vi y experimenté como se prepara la tierra para que produzca más.
También trabajé duro con mis hermanitas a liberar las legumbres de la grama
que, en la Palabra de Dios, se llama cizaña, Esa experiencia de mi infancia me
hizo comprender la Parábola de Jesús, aplicándola a la vida de los hombres
donde viven juntos los buenos y simpáticos, y los tiñosos y roñosos.
Los
domingos por la tarde, con mis tres hermanitas, hacíamos una liturgia muy candorosa.
A los diez años de edad, me hice un altarcito e imitaba al párroco en nuestra
liturgia infantil. Acostumbraba dar, en lugar de hostia para la comunión, un
pedazo de azúcar de maple. A mi hermana Margarita le gustaba mucho esta azúcar.
Asi que cuando le tocaba a ella ayudarme como monaguillo, apenas empezaba la
misita, tocaba la campanita para la comunión.
No
oí, como Samuel, la voz del Señor, pero mi familiaridad con el templo y el
fondo religioso de mi familia me llevaron naturalmente al Seminario Menor a los
13 años.
En
la familia de los OMI'S a los 20 años.
Me
sentí muy a gusto con los maestros del Seminario Menor, todos padres Oblatos.
Llevábamos con ellos una vida de familia donde predominaba la confianza y la
caridad, como lo habia deseado el Fundador de los OMI S. Opté por la vida
religiosa en la Congregación de los Misioneros de Maria Inmaculada e hice mis
primeros votos en agosto de 1938.
Terminados
mis estudios de filosofía y teología fui ordenado sacerdote en 1944 en el mismo
Seminario Menor donde estudié y donde iba a enseñar 5 años la historia
universal y la literatura francesa.
Me
designaron después como redactor de la revista mensual del Santuario Nacional
de la Virgen, en Cabo de la Magdalena. Durante siete años consigné en la
revista lo que presenciaba diario: las olas de peregrinos de todas partes del
Canadá y Estados Unidos, su devoción, sus sacrificios, y la respuesta de la Virgen:
las conversiones las reconciliaciones y ¿porqué no decirlo? Los favores
milagrosos. Me tocaba llevar encuestas sobre sanaciones excepcionales antes de
relatarlas en la revista y me convencí que Dios tiene poder hoy como hace 2000
años para hacer caminar a los paralíticos y oír a los sordos.
Luego acepté una misión fuera de la Provincia de Québec
durante un año, en la parte oeste de Canadá. Ese sacrificio me acostumbró a
descubrir nuevos horizontes, a adaptarme a ambientes nuevos y a prepararme a
dar un salto gigantesco hasta Bolivia, en América del Sur.
LOS OMIS EN AMERICA DEL SUR.
Durante mi estancia de cinco años tuve la oportunidad de
conocer también el trabajo de los OMIS en Chile y Perú. Estuve viviendo con los
indígenas en los Andes a cuatro mil metros de altura donde imperan el frío y la
miseria, y con los mineros del estaño, explorados por los supranacionales.
Desde 40 años, los Oblatos defienden tanto a los campesinos
como a los mineros, arriesgando a veces su vida. Uno de ellos, Padre Mauricio,
fundador y director de la facultad de sociología de La Paz, capital de Bolivia,
fue amenazado por los poderosos para que dejara de enseñar la justicia y los
derechos humanos. Como persistía como maestro de la universidad lo mataron. Se
escribió un libro sobre su obra con el título significativo: Arriesgar el
pellejo para los pobres.
Me admiro al constatar cómo mis compañeros Oblatos
perseveran en la misión extenuante y de alto riesgo de defender a los
marginados, a los sin esperanza. Debo confesar que esta misión me superaba de
mucho y por eso los considero como héroes y gigantes.
En la pastoral, los OMIS se adelantaron aun al Concilio. Por
eso no tardaron en aplicarlo sin demora. Recuerdo las Misas participadas tan
hermosas con el Padre Alejo, un auténtico Apóstol. Muchas veces, el Obispo de
Cochabamba se quejaba al Padre Provincial de su súbdito, el Padre Alejo, a
quien por otro lado admiraba mucho. Después de un diálogo franco, el Obispo y Alejo
se reconciliaban, llorando de alegría por la amistad salvada, y el Padre Alejo
seguía como siempre.
A fines de 1970, el Padre Valeriano me vino a platicar de la
Renovación Carismática en la que él estaba metido hasta el cuello.
Por sus palabra me entró la curiosidad, pero lo que me
convenció personalmente fueron las experiencias que tuve poco después en
Panamá.
En Panamá recibí el bautismo en el Espíritu Santo.
Para
eso debo explicar que el Señor Arzobispo de Panamá. Monseñor Mc Grath, había
pedido a nuestra congregación la ayuda de los Oblatos. Las autoridades de los
OMIS no pudieron responder afirmativamente a Monseñor Mc Grath.
Yo
por mi parte, después de 5 años en Bolivia no me sentía con fuerzas necesarias
para seguir allá y pedí un año sabático, eso es 12 meses libres para dedicarme
al estudio, al descanso o a la búsqueda de un apostolado conveniente.
El
Padre Alejo, Provincial de Bolivia, me animó y me dijo: “Tírate al agua”.
También el Provincial de Montreal estuvo de acuerdo para que yo hiciera
experiencias nuevas. Tenía dos posibilidades: ofrecerme a Monseñor el Arzobispo
de Panamá o, en caso de que no resultara, seguir hasta Cuernavaca, México, y
entrar en contacto con las Pequeñas Comunidades de Base del lugar.
Monseñor
Marcos Mc Grath fue para mí un padre y más aún un amigo. Concelebrábamos juntos
a menudo y yo había empezado una pastoral de presencia en unas colonias pobres
de la ciudad de Panamá. Mientras tanto la relación Iglesia-Estado se volvió
tirante. La guardia Nacional, bajo la presidencia del General Torrijos, mató al
Padre Hector Gallegos, misionero entre los pobres. Un amigo me avisó
secretamente que la Guardia espiaba todos mis movimientos y que mi vida
peligraba.
Pasé
tres meses en Panamá y allá descubrí al Espíritu Santo y a la Renovación
Carismática. Tenía mucho tiempo libre y lo empleaba en la lectura de libros
pentecostales. Pasaba horas y horas leyendo, orando y llorando. Lloraba como nunca
en mi vida. Jesús me bautizaba en el Espíritu Santo.
No
podía decidirme a dejar Panamá, a pesar de las amenaz de la Guardia. Para eso,
vino a visitarme el padre Valeriano y mi prima Nicole Morin, esos dos amigos
fieles y desinteresados que me iban a ayudar tanto en Acapulco.
El
Padre Valeriano me fortaleció en la Vida en el Espíritu Santo y mi prima Nicole
me hizo tomar una decisión firme: “Qué vas a ganar con dejar tu vida en manos
de militares? Vamos a Cuernavaca donde tengo buenos amigos y vas a darte cuenta
que allá las puertas de las casas y de los corazones están siempre
abiertas".
A principios de Agosto de 1971 me despedí del Señor
Arzobispo de Panamá, prometiéndole volver con él cuando lo permitiera la
situación política, y llegué a México y Cuernavaca.
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