sábado, 12 de septiembre de 2020

LA INDEPENDENCIA Y LA COSTA DEL MAR DEL SUR O DE ACAPULCO.

LA INDEPENDENCIA Y LA COSTA DEL MAR DEL SUR O DE ACAPULCO. Pbro. Lic. Juan Carlos Flores Rivas.

  La revolución de independencia es el movimiento social y político más importante de la historia de nuestra patria mexicana.

 Miguel Hidalgo, sacerdote católico (dato que muchos parecen olvidar en los ambientes oficialistas), figura real y mítica, marca la dinámica independentista. Hablar de la independencia es hablar de una historia recia, rica en logros materiales y espirituales, con figuras grandiosas, de elevada estatura moral y cultura católica.

 Es una historia que nos pertenece. Se ha escrito, y mucho, sobre la historia general pero en los últimos tiempos han tenido lugar excelentes trabajos de investigación en torno a las regiones, de los cuales presentamos estos apuntes de nuestra costa guerrerense, ahora ubicada en lo que es la Arquidiócesis de Acapulco. Particularmente retomamos apuntes elaborados en el volumen: “La Independencia en el Sur de México”, trabajo coordinado por Ana Carolina Ibarra, del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México, que recomendamos ampliamente.

 Lo que hoy llamamos la costa de Guerrero fue una región decisiva para el movimiento insurgente. Como sabemos, desde sus primeras campañas Morelos se desplazó continuamente por estos lugares. En parte por el interés que tuvo el Puerto de Acapulco como objetivo, en parte por el gran apoyo que el caudillo recibió de las poblaciones sureñas.

 A pesar de que las poblaciones no eran precisamente “revolucionaras” –todo quieren menos revueltas quienes han vivido de la feria de la nao de China-. Recordemos que los insurgentes primero fueron realistas –luchaban por el Rey no contra el Rey- y al final dejaron de luchar porque se instauró un Rey en 1821: Iturbide.

 En panfletos que circularon en la costa se decía que el rey estaba escondido tierra adentro y que el señor Cura Morelos lo traería a gobernar. Desde entonces hasta el final de la lucha familias enteras de las región como la de los Bravo y la de los Galeana se unieron incondicionalmente a la insurgencia que algunos investigadores han dado en llamar “la revolución de los rancheros”, o sea de caciques-terratenientes cuyo objetivo era más bien: que cambie todo para que no cambie nada. La costa en masa se entregó a la insurgencia.

 A finales de 1810 Morelos había conquistado toda la costa “sin la más ligera resistencia” y logró tener presencia en ella hasta 1814 cuando el ejército español tuvo que realzar un enorme esfuerzo para abatir a los rebeldes. Se sabe que después de esa fecha, los costeños resistieron el domino realista mediante una guerra de guerrillas que logró sostener hasta el final a las menguadas fuerzas insurgentes. El ejército rebelde logró integrar la formación social costera, retomando el malestar generado en la estructura socio racial baja por los tributos y las alcabalas que generó un odio racial costeño contra los gachupines, con las ideas abstractas de los insurgentes.

 Cargas simbólicas y psicológicas en las que tenían un papel primordial los curas del pueblo –quienes frecuentemente elaboraban los discursos a los insurgentes-. La costa del mar del sur o de Acapulco, estaba organizada eclesiásticamente en distintas diócesis: Tlaxcala-Puebla y Oaxaca para la Costa Chica; arzobispado de México para el puerto de Acapulco; Valladolid para la Costa Grande. En general clero pobre, dada la complejidad que tuvo la recaudación del diezmo en la zona atendida por escasas parroquias sumidas en dificultades climáticas y geográficas. Clero tropical con tenue presencia, falta de aprecio y el relativo abandono de las poblaciones en prácticas rituales a veces ajenas a la ortodoxia católica.

 Costa Grande: en 1810 había sólo cuatro párrocos (Atoyac, Tecpan, Petatlán y Coahuayutla. Sólo el de Petatlán tenía Vicario total cinco clérigos. Ninguno con papel destacado. Mariano Salgado de Coahuayutla y Manuel Díaz de Petatlán participaron como electores en el Congreso de Chilpancingo en 1813. El P. Terán de Tecpan fungió como Capellán de los insurgentes en 1811. Miguel Gómez de Petatlán fungió como confesor de Morelos hasta su ejecución en 1813. El único que tomó las armas fue José Soria interno de Petatlán en 1811 parece llegó a ostentar el grado de coronel.

 Costa Chica: opuso más resistencia a los insurgentes. El cura de Ayutla Carlos Márquez y José Torreblanca cura de San Luis Acatlán fueron hechos prisioneros por predicar contra los insurgentes el segundo obligado a fungir como capellán.

 El puerto de Acapulco: En 1810 había cinco sacerdotes quienes apoyaron la causa de forma modesta. Sólo uno de ellos se distinguió: el fraile agustino Pedro Ramírez. Este suplió la muerte del párroco Juan José Villanisán y la indisposición del sucesor José María de la Torre. El informe que dejó el mismo por escrito –actualmente en el Archivo General de la Nación- habla de una situación caótica con gran falta de irreverencia hacia los clérigos y la liturgia. Cuatro atendían el hospital de los Hipólitos.

 En una espléndida entrevista al Profesor de Oxford, John H. Elliott, publicada en el número 137 de la Revista Letras Libres, le preguntan: “¿Que Hidalgo y Morelos hayan sido sacerdotes católicos es en verdad importante?... En cuanto al papel de los curas y la gran insurrección de Hidalgo y Morelos, el hecho de que fueran sacerdotes fue importantísimo. La religión rural tenía mucha fuerza y estos curas eran muy cercanos a sus feligreses, conocían bien a los campesinos y su mundo. Hidalgo acertó al proclamar su rebelión bajo el estandarte de la Virgen de Guadalupe, elevando así una guerra al mismo tiempo santa y patriótica; movilizó grupos muy distintos dentro de la sociedad del Bajío, el norte de México, a algunos criollos, a muchos indios y mestizos también, a los pobres”…

 Los clérigos de la época conocían todos el “Itinerario para párrocos de indios”, donde se lee que los clérigos pueden lícitamente tomar las armas “cuando hay alguna grave necesidad en utilidad grande de la república”. Y bajo esta premisa fue la participación consciente y decidida de muchos de ellos, principalmente, cuando Hidalgo Comisiona a Morelos para la conquista del sur, especialmente del puerto de Acapulco. La convicción del Cura Morelos por la Independencia era tan profunda, que se inscribía más allá de su oficio, y él mismo lo escribe a propósito de la famosa encomienda que recibe: “Siempre conté con la justicia de la causa, en que habría entrado, aunque no hubiera sido sacerdote”.

 Con sagacidad Morelos fue dominando el occidente del actual Estado de Guerrero y, en noviembre de 1810, desde el Aguacatillo escribió sus primeras providencias: cuidar los bienes de la Iglesia; no atacar con fuerzas inferiores al enemigo; castigar cualquier intento de guerra de castas y los pecados públicos; observar el escalafón militar por méritos, y obrar en armonía consultando en casos difíciles. Y por otra parte reiteró las disposiciones de Hidalgo: se establece nuevo gobierno en manos de los americanos, que o son todos los nacidos en Nueva España, sin distinciones de indios ni castas; se suprimen el tributo, la esclavitud, las cajas de comunidad, las deudas a peninsulares y el monopolio de la pólvora.

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