viernes, 29 de enero de 2010

IV. ENTREVISTA A MONSEÑOR FELIPE AGUIRRE FRANCO, ARZOBISPO DE ACAPULCO.


ENTREVISTA A MONSEÑOR FELIPE AGUIRRE FRANCO, ARZOBISPO DE ACAPULCO, REALIZADA POR LA HERMANA ADRIANA MAZA COUTIÑO, DE LAS DISCIPULAS DE JESUS BUEN PASTOR.

Capítulo IV: EL LLAMADO DE DIOS

En mi Parroquia. Es un cúmulo de circunstancias por las cuales el llamado de Dios se va haciendo presente: desde luego la vida cristiana de mis Padres, de mi Parroquia, de mi Escuela, las misiones a las cuales asistíamos, los Ejercicios Espirituales y el ayudar en la Misa, el haber sido acólito en el santuario de Jesús, María y José, en cuanto pude dar la altura del altar, comencé a llevar las vinajeras; pues, siguiendo un poco el ambiente de lo que también mis hermanos realizaban el P. Ascensión y el P. Eustaquio, después mi hermano Bernardo y mi Papá que también servía como Sacristán, además de que mi casa estaba tan unida al Templo de Jesús, María y José que no tenía que salir a la calle para poder asistir a la Misa o estar con Jesús Sacramentado.
Recuerdo que acompañaba todos los Domingos al Padre, como Acólito, en sus correrías apostólicas, ahí mismo dentro del pueblo, a las colectas, para el Templo de Jesús, María y José; mientras lo acompañaba, leía mucho una revista “La Cruzada Eucarística”, “El Amiguito”, “El Chiquitín”, y así otras más que llevaba cada ocho días y que yo siempre estaba pendiente para seguir las historietas Religiosas.
Ejemplos vocacionales. Leí un libro que se llamaba “Hacia las Cumbres” del P. José Guadalupe Treviño, Misionero del Espíritu Santo, que también tenía muchos ejemplos vocacionales. Y luego que mis hermanos entraron al Seminario, pues también no dejó de ser la espinita de una posibilidad, pero quizás también eso me retraía como diciendo: “para que queremos tanto Sacerdote en casa”. De hecho también uno de los rejones que me colocaron, fueron las viejitas que por ahí iban al Templo y que cuando entraron mis hermanos al Seminario de Lagos de Moreno, me decían: “¿tú no te vas a ir al Seminario? mira que bonito, tus hermanos ya entraron, a ver si tú también eres Sacerdote” y les dije que no, que para qué tanto padrecito, mejor me dedico aquí a hacer ollas de barro en las alfarerías o me dedico a los telares a hacer cobijas, por que también era una de las industrias de mi pueblo en ese entonces.
Una noche... Pero traía el rejoncito clavado y recuerdo que ese día en la noche todavía me fui pensando: “ bueno y ¿si de verás entrara al Seminario qué sería, será que Dios me llama?”, siempre tenía yo esa inquietud, además de que iban a mi Colegio promotores vocacionales; un día entró uno y dijo que si queríamos ser religiosos y casi todos paramos la mano para que nos fuera a visitar a nuestra casa, pero después la Madrecita, nos dijo “no, no, no estoy de acuerdo que todos se quieran ir de religiosos, también aquí hay vocaciones diocesanas, y aquí también se necesitan Sacerdotes para la Diócesis y, por que miren ser religiosos es ser como yo, y ustedes quisieran ser todos como yo” decía, y pues monjita no, quería ser yo, pero... total siempre hubo quienes nos hablaran del Sacerdocio.
Sacerdote misionero... A mí me gustaba hacer colecta para las misiones, me ilusionaban los Sacerdotes que se iban con los negritos, con los ojitos de pellizco: los japoneses, los chinos... todo eso me llamaba la atención. Recuerdo que celebrábamos muy bonito el día de las misiones, nos hablaban de San Francisco Javier, de Sta. Teresita del Niño Jesús.
Libros que leía. También el leer los libros espirituales, lo que alcanzaba ya a comprender, del P. Félix de Jesús Rougier, de Mons. José Luis María Martínez, Arzobispo de México, y los libros de Conchita Cabrera de Armida y otros libros que me fueron dando cierta espiritualidad, que me hicieron ubicar el llamado de Dios para entrar al Seminario.
En sexto año me despedí. Estaba todavía en sexto año cuando me despedí, le dije a mis Padres que ya quería yo entrar al Seminario, ya que en el Seminario Menor de Lagos de Moreno recibían para terminar ahí mismo la primaria y comenzaba uno con el primero, segundo y tercero de latín, que eran como primero, segundo y tercero de Secundaria. Y así el día 23 de octubre de 1945 entré al Seminario Menor a Lagos de Moreno, mis hermanos estaban ya en tercer año de Latín y yo en primero.
Formación musical. Creo que se puede decir que también fue parte de mi vocación sacerdotal la formación musical que en todo el entorno de mi infancia recibí por diversas fuentes, se puede decir que, el “Ven y sígueme” lo escuché cantando de parte de Dios y penetró en mis oídos su llamado a través de los acordes sonoros de un do mayor sencillo pero que me invitaba a poder cantar las alabanzas del Señor, eternamente.
Motivación vocacional. Cuando escuchaba yo al P. Joaquín Martín, que era el Capellán del Templo de Jesús, María y José, que cantaba con una voz muy alegre, aguda, pero fervorosa su invitación a orar, como aquel altísimo “Dominus vobiscum”, (el Señor esté con vosotros), y ya el cantor a veces hacía su escala cromática “et cum spiritu tuo”. Yo veía que el P. Joaquín celebraba muy fervorosamente la Santa Misa y sobre todo la Misa Cantada; sentía deseos de un día poder cantarla yo mismo, ser yo el intérprete de las alabanzas del Señor, en la liturgia, y como oía tantos cantos, los misterios del Rosario y las Misas que entonaban. Todo ello hizo el acorde musical de mi vocación.
El cantor de mi pueblo. Ya desde entonces distorsionaban mis oídos el canto gregoriano mal cantado por el cantor de mi pueblo, que agarraba el libro del canto gregoriano y nomás le hacía volteretas a su modo, no era canto gregoriano era un remedo terriblemente alejado de lo que debiera de ser el canto gregoriano, quizás por eso después me gustó mucho el canto gregoriano y obtuve un diploma en esa materia.
La Maestra de música. La Srita. Carolina nos organizaba las colectas a favor de las misiones, cuando llegaba el día del Domund, también sabía música y enseñaba a los cantores del Templo, a los muchachos, ahí estudiaba mi hermano Eustaquio que fue cantor también del Templo de Jesús, María y José, con una voz privilegiada. El Padre más bien prefería que solamente hiciéramos una cosa y otros otra, y yo como era acólito sólo oía las canciones del Solfeo de los Solfeos, pero las escuché tanto que me las fui aprendiendo de memoria, queriendo y no queriendo me las fui aprendiendo, por ejemplo, la número 30, la 33, la 41 hasta la 109... bueno ya oía unas muy superiores; yo mismo fui autodidacta y comencé a medir los tiempos de las notas y a aprenderlas ya colocadas en el pentagrama, los nombres de las notas musicales y su valor y, hasta que un día de pronto, le dije a la Srita. Carolina, encargada del canto, que si me tomaba lecciones y ella accedió y me dijo “ya sabes algo?”, “sí!”, “pues haber”, “tómeme las lecciones” y ya se quedó admirada de que yo le pudiera dar algunas lecciones de solfeo, por cierto las primeras eran de las más trabajosas... y ya de ahí comencé a estudiar lecciones de solfeo y cuando entré al Seminario recuerdo que ya podía dar las lecciones hasta la 109 del Solfeo de los Solfeos por eso desde niño comencé a cantar también las alabanzas del Señor en el coro del Seminario y en el coro polifónico; todavía cuando yo entré al Seminario tres años canté con voz de niño e iba a los coros de la Parroquia de Lagos de Moreno para cantar Misas polifónicas como la Primera Pontifical de Perossi.
Edifiqué capillitas en casa. En cuanto al llamado de Dios, un dato importante es que el Señor también quería que edificara algo en bien de su Iglesia, me gustaba la edificación de los Templos; edifiqué unas pequeñas capillitas que hacíamos en casa, y luego jugábamos a celebrar Misa: unos fierros los poníamos como campanas, rezábamos el Rosario, nos vestíamos con algún cotón que más o menos diera la idea de que teníamos el alba y la casulla clericales; entre todos, mis hermanitas y nosotros, acarreábamos piedras y lodo para hacer la construcción; antes no nos medio mató un templecito de esos que hacíamos ahí en pleno patio, corral de la casa.
Una vez hice otro ¡más grande!, hice varios, por lo menos me acuerdo de tres y uno hasta le pusimos una ventanita “para que se pudieran confesar”, les dije. Luego se fue dizque a confesar uno de mis amigos, vecino, que vivía en la esquina que da actualmente, a la casa de las Discípulas, Pablo Cruz y me acuerdo que yo empecé a querer confesarlo y le dije “di tus pecados” y comenzó a decir sus pecados de a de veras y entonces yo me asusté y lo regañé, le dije: tarugo, por que me estás diciendo tus pecados, no seas menso, no más estoy yo aquí preguntándote, no me estés diciendo tus pecados, “oh, pues tu dijiste que dijéramos los pecados”, sí pero no que me los digas de a deveras, y después cuando me fui a confesar le platiqué al Padre Joaquín que había estado jugando a oír pecados, y me dijo “para que andas oyendo eso, muchacho”.
Un predicador frustrado. En otra ocasión quise preparar un sermón, invité a la gente, los vecinos, para que celebráramos la fiesta de no sé que santo y pues quedé muy mal porque era nomás una narración del Evangelio, no podía articular ninguna exhortación a la gente. Pero hacía la lucha de ser así como Sacerdote, quiere decir que había alguna aspiración en mí para llegar a ser Sacerdote, por lo menos jugando al “padrecito”.
Cómo le comuniqué a mis Papás esta noticia tan importante? Pues, platicándolo, un día en la comida o en la cena, les dije que ya en esas vacaciones no era necesario que me metieran al Colegio por que ya estaba pensando irme en el mes de octubre a Lagos de Moreno; mi Papá no lo creía, decía “son puras volazones, a la mejor lo que quieres es no trabajar aquí y ya están tus hermanos allá ¿cómo vamos a poder, si no les podemos ayudar a ellos dos, cómo les vamos a poder ayudar a los tres?”, pero en octubre pude entrar al Seminario, mi Mamá fue muy conciente, me ayudó a arreglar mi ropa, mis cosas y me llevó al Seminario.
Los retos principales que tuve que afrontar para responderle a Dios. Primero fue el vivir la vida de comunidad, yo no sabía lo que era la vida de comunidad, ni el silencio sagrado, me acuerdo que cuando estábamos dizque en el silencio sagrado de la noche yo tenía una sotana abierta, que era del P. Joaquín pero que me la arregló mi Mamá y me la ponía yo así nomás amarrada del cuello, suelta completamente, y nomás en calzoncillos, y descalzo corría por un corredor de cuatro lados para que me quedara la sotana como la capa de Supermán... parecía yo un espanto en la noche.
Otro reto después sería la mamitis, cuando mis hermanos se fueron a Guadalajara yo sentía que no iba a aguantar en el Seminario, debido a que me acordaba mucho de mis Papás, sobre todo de mi Mamá, de los palomos que yo tenía en casa, de mis juegos, de mis amigos, del béisbol, ya que tenía una novena de béisbol, y también las manillas, las pelota, el bat para jugar... le llamaba yo la Norteña, era de nueve jugadores de béisbol; yo sentía que no podía, hasta que me dijo el P. Espiritual que aguantara, que se me iba a pasar esa tristeza del alejamiento de mi casa; a pesar de que estaba en San Juan de los Lagos, tan cercas, sin embargo, yo sentía mucha tristeza estar lejos de mi casa y pues lo ofrecí como un sacrificio que tuve que superar.
Luego, cuando ya en el segundo año sentí que ya no era lo mismo el liderazgo que yo tenía por los estudios, ya que se me hacían muy fáciles en el primer año y en el segundo con el latín y otras cosas más difíciles ya no era lo mismo, entonces sentí el tirón muy duro, además de que yo no era muy disciplinado, no me portaba muy bien y pues, tampoco salía muy bien librado en calificaciones, sobre todo en conducta, hasta que en el tercer año entré más o menos en razón, y entonces sí ya era de los santos, era de los que nos portábamos más o menos bien, y de los que teníamos una conducta que decían “intachable”, de los que recibíamos premios de primera clase, medallas de oro en conducta y otras materias.
La FAMILIA nos daba ánimos. Mis papás dentro de sus pobrezas y limitaciones nos ayudaron en lo que estaba a su alcance; en mi tierra nos daban ánimos, se alegraban de que estuviéramos también nosotros en el Seminario, y nos ayudaban para que siguiéramos adelante, algunos hasta decían “no, pues qué bueno que se fueron al Seminario de Guadalajara por qué el que busca la sabiduría se va hacia el mayor foco de luz, como ustedes han elegido acá en Guadalajara, es donde vale la pena que se vayan”, y otros, felicitaban a mi Mamá y a mi Papá, como Felícitas Sanromán que le decía a mi Mamá: “Teresita, limpia y pura, mira que te felicito por tus hijos que quieren ser padrecitos” y la borrachita le daba la bendición.
Mis Papás, cuando les decíamos “nos saldremos alguno de nosotros para apoyarlos”, “bueno, decían ellos, hasta ahora no nos hemos muerto de hambre, ustedes sigan allá y Dios sabrá como nos sostiene a nosotros, ustedes sigan adelante” y hubo otras personas que nos apoyaron económicamente, para nuestros gastos, la mensualidad, las familias conocidas y las nuestras y los bienhechores también que no faltaron para ayudarnos, por ejemplo a mí, los familiares del P. Alberto Aranda Cervantes, que escribe en Actualidad Litúrgica, su Mamá era viuda, me apoyaba con las mensualidades del Seminario, etc.
Algunos de mis escritos de este tiempo. Pues no tengo algún escrito, más que las cartas de mi Papá, de mi Mamá algunas otras que tengo por ahí que me escribían cuando estaba yo en el Seminario pero yo no tengo algún escrito especial, más que algunos cantos que entonábamos en aquel entonces; no tengo nada en especial que haya hecho ya que era un muchacho sin traza, de once años; me gustaba mucho jugar fútbol, sobretodo que era de los de la primera para jugar béisbol, yo sabía curvear la pelota, jugaba el pítcher, el cácher, primera base, segunda... cualquier puesto sabía jugarlo de calidad; ya en cantidad desde que entré al Seminario empecé a jugar el fútbol.
María, mi principal apoyo para llegar a ser Sacerdote. Muy hermoso para mí fue estar tan cerca de la Virgen Santísima de San Juan de los Lagos, ahí muy cerca de ella, las campanas con un bronce y una liga de oro y plata hermosísimas, que se oían en todo el pueblo; le tuve mucha devoción a la Virgen de San Juan, siempre la tuve como principal apoyo para llegar a ser Sacerdote y no desanimarme; sigue siendo una devoción acendrada, profunda a la Santísima Virgen María, como lo tuve en Lagos de Moreno, en San Juan de los Lagos y durante todo el Seminario.
Comíamos en casas de asistencia. En San Juan de los Lagos íbamos a las casas a recibir nuestros alimentos, eran casas de asistencia, hubo una casa que estaba a media cuadra del Seminario, había veces que oía la última llamada de la campanita y me iba corriendo, aún así todavía llegaba a formarme delante por que era yo de los más chicos; a mí me tocó ser siempre el de menos de edad de todos mis compañeros que entraron a través del tiempo desde que estuve en Lagos, en San Juan y en Guadalajara; siempre fui el menor de todos en cuanto a la cantidad de años, desde los once, así que en primero tuve once años, en segundo doce, en tercero trece, en cuarto catorce, en quinto quince, etc, etc., así iba empezando los años del Seminario.
Así es como transcurrieron los primeros años de mi entrada al Seminario de Lagos de Moreno donde estuve un año, después en San Juan de los Lagos en el anexo del Templo de la Merced, estudie el segundo y el tercer año. Gracias a Dios. Mis Padres Prefectos: en primero, el Padre Enrique Luna, y en Segundo y Tercero, el Padre Luis Rojas, después Obispo de Culiacán.

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