LA
DEVOCION CUARESMAL A JESUS NAZARENO EN LA COSTA DEL MAR DEL SUR O DE ACAPULCO
Pbro.
Lic. Juan Carlos Flores Rivas
En nuestros días, una constante en la devoción popular de
nuestra costa guerrerense, surge en torno a procesiones cuaresmales con
imágenes de Jesús Nazareno, que están siendo retomadas en muchas parroquias de
la Arquidiócesis de Acapulco.
¿Desde cuándo este pueblo guerrerense ha expresado esta
devoción particular a las imágenes de Jesús Nazareno? ¿cuándo surge?
Documentalmente, no se ha tenido oportunidad de dar una respuesta
documentada a estas preguntas. Falta la difícil y tediosa investigación de
archivos. Pero es un hecho innegable que nuestra costa está fuertemente imbuida
de la devoción en torno a dos imágenes que imbrican la devoción a cristos en su
pasión dolorosa, de costa a costa: Padre Jesús de Petatlán y el Santo Señor del
Perdón de Igualapa.
En nuestro auxilio viene ahora un interesante artículo
presentado por Raffaele MORO ROMERO, del Centre d'
Etudes Mexicaines et Centroamericaines, bajo el título: ¿UNA
PRÁCTICA POCO VISIBLE? LA DEMANDA DE LIMOSNAS “INDÍGENA" EN LA NUEVA
ESPAÑA DEL SIGLO XVIII (ARZOBISPADO DE MÉXICO.
En la que sale a relucir el tema de imágenes itinerantes de
Jesús Nazareno, que podrían servir de importantes puntos para una posterior
investigación sobre los orígenes de las devociones en torno a las imágenes
costeñas antes señaladas. La popularidad actual de estas imágenes
contrasta fuertemente con el olvido de que padecen en la historiografía.
El artículo aborda el tema, desde la descripción y
comentario de un cierto número de giras de colecta durante la época novohispana;
la presentación de los actores humanos de las demandas; una reflexión sobre la
movilidad de las imágenes sagradas; la influencia que tuvo la demanda
itinerante en las relaciones intercomunitarias, donde aparece nuestra región
costeña.
Las
limosnas han sido también utilizadas para financiar la construcción de capillas
y también de iglesias. Gracias a las giras de los demandantes (organizadores),
las imágenes no han sido sólo veneradas en las iglesias o durante las
procesiones citadinas, sino también durante los viajes que efectuaban. La demanda
ha sido el medio que les ha permitido circular (bajo la forma de
"peregrinas") a través las ciudades, los pueblos y las campañas de la
Nueva España.
Los
fieles que, de esta forma tomaban el camino, iban acompañados por mozos, y a
veces por mujeres, los demandantes efectuaban giras que podían durar varios
meses. Para inducir a la gente a dar la limosna, transportaban la imagen de la
"peregrina" o "demandita" (una pequeña reproducción de la
imagen "original" por la cual se recolectaba) al interior de un altar
portátil. Además, disponían de objetos piadosos (pequeñas estampas, milagritos,
rosarios) que "daban" a los donantes. En el transcurso de las giras,
pedían la autorización para colectar a los curas de las diferentes localidades
a donde iban. En esta ocasión, aquellos escribían en la vuelta de la licencia
la fecha de llegada y el nombre del pueblo, circunstancia que permite
reconstruir los itinerarios seguidos por los demandantes.
Esta
práctica devocional, recibirá un duro embate bajo el cambio en la casa reinante
española, al entrar los Borbones imbuidos por influencias protestantes; se
trata del cambio de actitud de la Corona española en cuanto a las formas
tradicionales de religiosidad, el contexto en el cual se origina la
intervención de Revillagigedo, el virrey ilustrado por antonomasia, que empezó
alrededor de 1770. Por encima de esta embestida, los demandantes y
las "imágenes peregrinas" no desaparecieron del paisaje mexicano, a
pesar incluso, de la pobreza generalizada de la población rural.
Uno
de los rasgos principales de estas giras de los demandantes es la amplitud de
su movilidad. Aquí el autor menciona
algunos casos de los demandantes de San Antonio venerado en San Francisco
Quautitlisca (Tecamac) y de los demandantes de la Virgen de Guadalupe de la
parroquia de Santa Ana (ciudad de México). En 1780, los primeros llegan hasta
Pánuco, a más o menos 270 kilómetros de distancia (en línea recta). Por su
parte, en mayo de 1794, los segundos llegan hasta Zumpango del Río, a lo largo
del camino de Acapulco, a más de 200 kilómetros al sur de la ciudad de México.
Cabe
decir aquí que, en esos siglos no era fácil para las comunidades, hacerse de
imágenes religiosas, que eran más bien escasas y costosas, esto explica en
parte el éxito de este tipo de imágenes que peregrinaban ampliamente.
EL
CASO DE LA COSTA DEL MAR DEL SUR O DE ACAPULCO.
(El Mapa es presentado por Raffaele MORO ROMERO, del Centre d'
Etudes Mexicaines et Centroamericaines, en el artículo: ¿UNA PRÁCTICA POCO VISIBLE? LA DEMANDA DE
LIMOSNAS “INDÍGENA" EN LA NUEVA ESPAÑA DEL SIGLO XVIII (ARZOBISPADO DE
MÉXICO.)
En
1799, los responsables de la cofradía de Jesús Nazareno de Petatlán, pueblo de
la Costa Grande de Guerrero, pidieron la autorización de colectar limosna “en
todos los lugares de la costa de Zacatula hasta Xicayan" (AGN, CRS, v. 27,
exp. 9). Zacatula se encuentra al este de Lázaro Cárdenas y Xicayan está
localizada en la Costa Chica, cerca de la frontera con el actual estado de
Oaxaca. Zacatula pertenecía a la diócesis de Michoacán y Xicayan a la de
Oaxaca. Los demandantes de Petatlán no se limitaban entonces a desplazarse al
interior de la diócesis de México, si no que viajaban también a lo largo de la
costa por centenares de kilómetros. El factor geográfico —la costa como espacio
de desplazamiento— se revela más fuerte que los límites jurisdiccionales.
A
pesar de los pocos datos que se poseen sobre como los demandantes
(organizadores) ejercían su actividad, es muy probable que, debido a su estatus
no eclesiástico, éstos se hayan limitado a recitar oraciones (responsos) en
honor de las "imágenes peregrinas" que transportaban y a narrar las
historias de los milagros que las imágenes originales habían cumplido (esto
vale sobre todo para los demandantes de grandes santuarios). En el caso de los
individuos que han trabajado por mucho tiempo como demandantes, es muy probable
que la práctica les haya incitado a elaborar combinaciones de palabras y de
gestos capaces de estimular la devoción hacia las imágenes que
"acompañaban". Sin faltar, claro está, abusos deshonestos en todo
caso, asociados a la colecta. “Ellos fingen milagros, aparentan indulgencias,
suponen reliquias, reciben limosnas de misas y finalmente usan de otras
supercherías y artificios para alucinar a la gente incauta” (AGN, CRS, v. 116,
exp. 13, f. 190, 192r-v, marzo de 1793).
El
culto de las imágenes sagradas tiene una importancia fundamental para el
catolicismo de todos los tiempos, a la vez por su valor pedagógico y por su
carga emocional. Así, las imágenes sagradas permiten a los fieles vivir de
manera intensa, casi física, la relación con lo sobrenatural. Lejos de la
supuesta idolatría, cuando va acompañada de una intensa y profunda
evangelización.
Sobre
todo, la capacidad de las imágenes de proteger a las comunidades de
los peligros que amenazaban a los individuos y las colectividades. Las imágenes
sagradas eran de alguna manera el eje alrededor del cual giraba la mayoría de
los rituales: ceremonias litúrgicas, fiestas y actividades de las cofradías. Su
presencia se volvía particularmente fuerte en los momentos críticos tales como
sequías, epidemias, terremotos o inundaciones.
Ante esto, el insigne y bien recordado párroco de Petatlán se preguntaba: ¿Porqué nuestro Estado de Guerrero hace girar su devoción en torno a tres imágenes de la pasión? Se refería en uno de sus apuntes personales al Divino Redentor de Alzozauca, al Santo Señor del Perdón de Igualapa, y al Padre Jesús de Petatlán. Sin duda por el interminable viacrucis que ha vivido nuestra patria guerrerense, en la cual, el pueblo fiel, en su pasión, se siente identificado con el sufrimiento y muerte de nuestro Señor Jesucristo. Pero también sostenía la tesis de la superposición de cultos, con la finalidad de borrar de los pueblos, el culto sangriento de los ídolos.
Las
imágenes sagradas siendo consideradas como dotadas de vida eran por lo tanto
capaces de llorar, sangrar, moverse y también de "renovarse". Las
imágenes que cambiaban de lugar señalaban de esta manera que no estaban
satisfechas del culto que se le rendía o del lugar donde se encontraban. Más en
general la movilidad de las imágenes estaba presente en muchos rituales:
procesiones, peregrinaciones durante las cuales los habitantes de una comunidad
transportaban las imágenes en visitas periódicas de las comunidades vecinas al
fin de rendirles homenajes durante sus fiestas. Se podría casi decir que los
fieles tenían la necesidad de ver las imágenes sagradas. Muy a pesar de la
cólera en la que montaban algunos curas ante esta religiosidad muy ingenua.
Daniele
Dehouve en su historia de las comunidades indígenas de Guerrero (Entre
el caimán y el jaguar. Los pueblos indios de Guerrero, México, CIESAS, 1994,
210 p., p. 162), hace mención de una leyenda de aparición de un santo en un
pueblo, difundida hasta hoy en Guerrero, es la de la imagen que, al pasar en un
lugar se pone pesada [...] Esa leyenda es típica del camino Real y se encuentra
en muchos de los pueblos indios o mestizos que se encuentran cerca de él.
La
difusión de esta leyenda en los pueblos cercanos al camino de Acapulco se debe
muy probablemente al hecho que estas localidades eran visitadas regularmente
por los demandantes (mendicantes y laicos) que se encaminaban a Acapulco en
ocasión de la feria que se celebraba luego de la llegada de la Nao de China,
transportando en muchos casos una imagen "peregrina". Además de esto,
es muy probable que los curas y los frailes instalados en estos pueblos hayan
conscientemente difundido la historia de la imagen viajera que se vuelve
pesada. Por estas razones los habitantes de los pueblos cercanos al camino de
Acapulco han sido “propensos” a adoptar este relato para explicar los orígenes
de sus “santos”. Daniele Dehouve ha analizado más en detalle el caso de San
Nicolás Tolentino de Zitlala.
Además
de la leyenda de la estatua que se vuelve pesada, los habitantes de los pueblos
cercanos al camino de Acapulco pudieron también asociar las
"peregrinas" al mito prehispánico de la migración originaria de una
población bajo la dirección de su dios protector. Numerosos códices pintados en
diferentes regiones de México poco después de la Conquista muestran a un grupo
de migrantes encabezados por cuatro teomama (portador de dios) que llevan en
sus hombros el tlaquimilolli (paquete ceremonial) divino. Después de haber
viajado durante varios años y haberse parado en diferentes lugares, un día, a
través de una señal prodigiosa, la divinidad había hecho saber a su pueblo que
había(n) llegado donde podía(n) instalarse. Las semejanzas entre los teomama y
los demandantes, y entre el tlaquimilolli y la imagen “peregrina” han
probablemente incitado a los habitantes de algunas comunidades a “mezclar” los
mitos sobre sus migraciones originarias con los relatos de los viajes de los
santos católicos. Por todo esto, para la memoria colectiva
de las comunidades, esta práctica venía de un tiempo que se confundía
prácticamente con sus orígenes prehispánicos. Por esto se habla de traspolación
de cultos.
Para el final de sus apuntes, Raffaele MORO ROMERO, ilustra tres ejemplos que sugieren, sin embargo, que la represión de la demanda itinerante por el gobierno ilustrado borbónico,
no parece haber sido suficiente para cortar los lazos tejidos por los viajes de los demandantes. El primer ejemplo es el de los demandantes de Jesús Nazareno de Petatlán, en la hoy Costa Grande de Guerrero, que, en el siglo XVIII, viajaban regularmente hasta Xicayan, a más de trescientos kilómetros de distancia. El segundo es el de los viajes realizados a lo largo de la costa por los demandantes de San Nicolás Tolentino de Zitlala. Ahora bien, como ya se ha dicho, todavía al principio de los años 1940 los habitantes de Petatlán iban en "peregrinación" a Igualapa, cerca de Xicayan y aún en la segunda mitad del siglo XX los habitantes de dos pueblos costeños iban en peregrinación hasta Zitlala. Como vemos, en el caso de Petatlán los viajes de los demandantes se habían transformado en una peregrinación comunitaria, y en el caso de Zitlala los viajes de los demandantes hicieron nacer una tradición "externa" de peregrinación. La transformación de la demanda en peregrinación se debe muy probablemente al hecho que la duración anual del cargo de demandante hacía que cada año diferentes personas viajaban al lado de la "peregrina" de Jesús Nazareno venerada en Petatlán. Esta experiencia compartida favoreció la transformación de los viajes de los demandantes de Petatlán en peregrinación comunitaria, una vez que la ofensiva ilustrada había logrado fragilizar la práctica de la demanda. En el caso de la demanda de Zitlala, la peregrinación de los costeños, que es anterior a la represión de la demanda, testimonia de la fuerza de los lazos que esta práctica pudo crear entre los pueblos "receptores" y las comunidades que enviaban las "peregrinas".Las
imágenes del Cristo no son solo capaces de mover a las comunidades, sino
también conmover el corazón y las conciencias (conversión), recordemos el caso
de la gran maestra de oración Santa Teresa de Jesús, quien fue precisamente en
una cuaresma cuando experimenta vivamente la conversión, “ante una imagen de
Cristo muy llagada”, que le hace exclamar: “Sólo pido que le miren”.
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