FRAY
JUAN BAUTISTA MOYA: PADRE DE LA IGLESIA EN LA COSTA DEL MAR DEL SUR O DE
ACAPULCO.
Pbro.
Lic. Juan Carlos Flores Rivas
La obra Americana Thebaida nos transmite el título de gloria
de Fray Juan Bautista Moya: legítimo Padre, recordado por los indios, y
venerado hoy como casi santo. Lo que hoy llamamos Costa Grande, era llamada en
el siglo XVI costa del mar del sur o de Acapulco, y más específicamente,
Provincia de Zacatula.
¿Qué impactaba de la vida de este venerable? La forma como
se presentaba: “Sin más ajuar que los alimentos del espíritu, un breviario, una
cruz y una disciplina, a pie y descalzo, sin admitir para el dilatado camino
cosa alguna, fiando el sustento de la bolsa del Señor, despensa inagotable”.
Su gran penitencia y mortificación personal con la que
acompañaba su actividad evangelizadora, tuvo, en la Costa del Sur, su máxima
expresión. Su hábito era de la más tosca tela que se podía encontrar, y a esto
le agregaba el cilicio, con el cual se flagelaba, derramando su sangre. Esta
púrpura vertida, fue como la sangre del Cordero con que ablandó los diamantinos
corazones de los bárbaros tarascos y mexicanos de la Costa del Sur. Tanta
sangre vertía, tan crueles eran los azotes, que los mismos indios, se suyo nada
compasivos, le arrebataban de las manos el cilicio para que no siguiera
mortificándose, para que se introdujera en sus venas la nobilísima sangre de
Cristo crucificado.
El hábito religioso, fue convertido en cilicio vivo, esto,
conociendo lo ardiente de la Costa del Sur, procuró estrecharlo tanto, que a
fuerza casi introducía en él su mortificado cuerpo. Siendo este de la más
áspera jerga. Intolerable en la tierra caliente, donde más bien los suelen usar
amplios y de tela delgada, para que el viento pueda refrescar los cuerpos.
Es un suelo el de la Costa del Sur, que los montes vomitaban
fuego, el medio lo habitaban fieros leones, y las faldas de las serranías las
habitaban multiplicados venenosos animales. Al sumo calor que en aquellos
lugares existía, quiso el Supremo Hacedor, añadirle para hacer más inhabitable
aquél infierno. Una innumerable multitud de mosquitos, tantos y tan varios, que
sólo los que han transitado por éste país, darán alguna noticia de su crecida
muchedumbre, que llegan incluso a impedir la luz del sol, e impiden incluso que
se pueda cultivar la tierra por ser tantos. Plagas de mosquitos que no impedían
a Fray Juan Bautista Moya caminar por los parajes, soportando estoicamente el
tormento, ofreciéndolo por las almas de los fieles. Incluso, en las soledades,
ponía cruces, y se colocaba en ellas, para sentirse de aquél modo crucificado,
y sentir los tormentos que padeció Cristo en el afrentoso leño.
Era tanta su entrega, incansable caminar por esas tierras
inclementes, los peñascos de aquél suelo, que recorría esos caminos descalzo,
vino a quedar sin los extremos de los dedos de los pies y de las manos.
Oración intensa, era la fuente de donde este Juan Bautista
Moya sacaba sus fuerzas, con éxtasis y arrobamientos. Testigos dan fe, haberlo
visto elevarse en oración profunda. Como compendio de su mucha oración mental,
se dice que caminando o durmiendo, oraba. Agregando al Oficio (Liturgia de las
Horas), innumerables jaculatorias, sobre todo invocando los dulces nombres de
Jesús y de María, vivas saetas salían de aquél corazón abrasado de amor.
Inmensa devoción era, como de esperarse, la manera con que celebraba la Santa
Misa.
Sólo un sentimiento expresó Fray Juan Bautista Moya a sus
hermanos religiosos antes de morir: que no había merecido por sus culpas, que el
Señor le concediese el haber entregado su vida en el servicio, pues sus
continuos anhelos siempre habían sido derramar su sangre en el martirio por su
amado. Dicho esto, puso su mejilla sobre su diestra, y recogido en oración,
entregó en ósculo de paz su espíritu al Señor. Expiró como quien se duerme en
un suave sueño, con tan grande sosiego, que por gran rato se dudó de su
tránsito; pensando que era uno más de sus innumerables éxtasis o arrobos que
experimentaba en su oración. Fue el día 20 de diciembre de 1567. Contaba de su
dichosa edad cuando murió, 63 años. 46 años de religioso agustino. En olor de
santidad, fue sepultado a escondidas, para evitar que el pueblo pudiera
profanarlo.
Venerable Padre Fray Juan Bautista Moya: asiduo en la
meditación, exactísimo en la obediencia, admirable en la penitencia, sublime en
la humildad, adictísimo en la práctica de la pobreza, estrictísimo en la
observancia de la disciplina, purísimo en la castidad, perpetuo en la Caridad,
Precursor rápido en la conversión de los indios, solícito y fecundo.
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