Palabras
de bienvenida a don Leopoldo González González.
28
de agosto de 2017 – Colonia Emiliano Zapara
Muy querido
Padre Arzobispo Leopoldo:
En
representación de mis hermanos sacerdotes de esta Iglesia de Acapulco, me es
grato saludarte y decirte que eres bienvenido a esta Iglesia que peregrina en
las costas del estado de Guerrero. Reconocemos el valor y el significado del
ministerio que el Papa Francisco te ha confiado para que acompañes a este
pueblo que ahora te acoge con mucha esperanza.
Estás llegando a
una de las ciudades más violentas del mundo y a una de sus colonias más
emblemáticas por sus carencias y por sus dolencias. Llegas a un pueblo que está
atravesado por sufrimientos generados por la violencia y la pobreza extrema,
amenazado en su dignidad y en su futuro. No es mi interés exponer pesimismos ni
ser profeta de calamidades. Solo pretendo ser honesto con nuestra realidad que
duele mucho y que desencadena múltiples tragedias familiares y comunitarias. Eres
bienvenido para que te hagas compañero solidario en nuestro camino de dolor y
de esperanza.
Sí, quiero
decirte que todavía mantenemos el tesoro de la esperanza entre nosotros, pues
aún no nos lo han podido robar. Hay que
reconocer que como ciudad estamos aturdidos por este largo tiempo que no
se acaba. Desde hace una década la muerte se ha adueñado de nuestras calles,
pero hay algo que nos dice que este no es nuestro destino. Quiero recordar las
palabras de san Pablo que ayudan a describir el estado de ánimo de esta ciudad: ‘Por
todas partes nos aprietan, pero no nos aplastan; andamos con graves
preocupaciones, pero no desesperados; somos perseguidos, pero no desamparados;
derribados, pero no aniquilados; siempre y a todas partes, llevamos
en nuestro cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús, para que también en
nuestro cuerpo se manifieste la vida de Jesús’ (2 Cor 4, 8-10).
Los sacerdotes de esta Iglesia local, que acompañamos a este
pueblo bendito que el Señor nos ha confiado, somos testigos de tanta atrocidad,
pero también somos testigos de que la esperanza no está muerta. El ministerio
que ejercitamos en medio de este pueblo, entre otras tareas pastorales
contempla, precisamente, el fortalecimiento de la esperanza de nuestras
comunidades cristianas. Y la esperanza es decisiva para que no matemos el
futuro con la resignación ante el Mal expresado en la violencia que nos agobia
en todos los rincones de esta ciudad y de nuestro estado de Guerrero.
No olvido las palabras que el Papa Francisco dirigió en Morelia a
sacerdotes y consagrados: ‘¿Qué tentación nos puede venir de ambientes muchas
veces dominados por la violencia, la corrupción, el tráfico de drogas, el desprecio
por la dignidad de la persona, la indiferencia ante el sufrimiento y la
precariedad? ¿Qué tentación podemos tener nosotros una y otra vez, nosotros
llamados a la vida consagrada, al presbiterado, al episcopado, que tentación
podemos tener frente a todo esto, frente a esta realidad que parece haberse
convertido en un sistema inamovible?
Creo que la podríamos resumir con una sola palabra: resignación. Y
frente a esta realidad nos puede ganar una de las armas preferidas del demonio,
la resignación. ¿Y qué le vas a hacer?, la vida es así. Una resignación que nos
paraliza y nos impide no sólo caminar, sino también hacer camino; una
resignación que no sólo nos atemoriza, sino que nos atrinchera en nuestras
«sacristías» y aparentes seguridades; una resignación que no sólo nos impide anunciar,
sino que nos impide alabar. Nos quita la alegría, el gozo de la alabanza. Una resignación
que no sólo nos impide proyectar, sino que nos frena para arriesgar y transformar.
Padre Leopoldo, acompáñanos en este camino de esperanza, confírmanos
en la esperanza, a los sacerdotes y a todo este pueblo que vive tentado por la
maldita resignación. No dejes que nos resignemos a las violencias ni que
abandonemos a quienes han sido sus víctimas. Por eso te doy la bienvenida,
porque el Señor te ha ungido con su Espíritu para que nos anuncies buenas noticias
y nuestras esperanzas estén a la altura de las crudas circunstancias que aún
nos esperan.
Doy gracias a Dios porque estás con nosotros. Te adoptamos como
nuestro pastor y te pido que nos adoptes como tu pueblo. Camina con nosotros,
camina con los sufrientes y fortalece las conciencias y las voces para gritar
la esperanza y para que nunca se apague. Porque la esperanza es nuestra
compañera de lucha y es nuestra victoria.
Bienvenido, Padre Leopoldo.
Pbro. Jesús Mendoza Zaragoza
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