EL ORIGEN DE LA ADVOCACION
DE NUESTRA SEÑORA DE LA SOLEDAD.
Pbro. Lic. Juan Carlos Flores Rivas
La representación de la Soledad y su tradición se remonta a los peregrinos a Tierra Santa, en la creencia de que la Virgen, entre la consumación de la Pasión y Resurrección, vivió retirada, en completa Soledad, en un lugar próximo al Calvario, donde más tarde, se erigiría una capilla en recuerdo de su estancia. Capilla conocida con el nombre de “Estación de María” y que estaba situada frente al Calvario, construida en el Siglo I. Este Séptimo dolor de María en su Soledad, pronto se diseminará por toda la Cristiandad.
Paulatinamente esta devoción fue arraigándose en Europa, y ya en el Siglo XIII, el arte comenzó a representar a la Virgen en su Soledad, recordando, en aquellos tres días inacabables, los sufrimientos que la habían afligido en su existencia.
Dolor en Soledad, expresan lo terrible de la advocación. Son dos palabras que nos asustan, pero que fueron la más contante compañía de María. Así, de este modo, la imagen de la Soledad, se ajusta plenamente a la iconografía que representa: En sus manos porta los instrumentos de la Crucifixión de Cristo y que no son otros que la Corona de Espinas y los clavos de la Cruz,
La riqueza del manto resalta la humildad, la sencillez y la belleza de un rostro perfecto, sereno, sencillo y frágil, destrozado por el dolor. Un rostro que expresa con el llanto.
En su Soledad, María personifica también a la Iglesia abandonada y sola con los pecados del mundo.
Nuestra Señora de la Soledad.
Representa a la Madre Dolorosa en su soledad más profunda. Simboliza a la María en el momento de angustia y recogimiento tras la muerte de su hijo. Su rostro plasma la emoción y el sentimiento contenido en esa suave dulzura de cejas, nariz y boca.
Sus manos, en actitud de súplica y dolor contenido, llevan los signos de la pasión: clavos y corona de espinas. De carnaciones más pálidas, muestran a esa Madre transida en su dolor. Su soledad y luto se manifiestan en ese manto negro que cubre el mandil; manto que e convierte en blanco tras cumplirse la Redención mediante la Resurrección del Hijo.
ACTUALIDAD ECLESIAL.
En esta hora de la Iglesia y del mundo marcada por la desesperanza, en la que tantos hombres y mujeres han perdido la fe en las promesas de Dios, en la resurrección de la carne y en la vida eterna, causa sin duda del desvanecimiento de los valores morales, la contemplación del triunfo de María y su coronación como reina y señora de todo lo creado, robustece nuestra esperanza en medio de las luchas y dificultades de la vida. La resurrección del Señor, Cabeza del Cuerpo Místico, y su victoria sobre la muerte es prenda de la resurrección de sus miembros. El triunfo de María, el miembro más excelso de la Iglesia y primicia de la nueva humanidad (1 Cor 15,20), es la confirmación de que también la Iglesia y cada uno de sus hijos seremos algún día partícipes de su triunfo.
Celebrar a la Santísima Virgen Nuestra Señora de la Soledad de Acapulco es reafirmar los vínculos de devoción, afecto filial y estrechar los vínculos de comunión, la piedad y la generosidad de los fieles y que quiere ser el símbolo de la intimidad de nuestros corazones como reina y señora de nuestras vidas. "María en el corazón de todos"; "María en el corazón de todos los acapulqueños" de nacimiento o de adopción; "María en el corazón de todos sus devotos"; poner a María en el centro de nuestros corazones y de nuestras vidas. Caminemos con ella, "a la zaga de su huella", poniéndola como estandarte de nuestra peregrinación en esta tierra. ¡Qué mejor compañía que la de Santa María Nuestra Señora de la Soledad! Que a partir de su coronación, con un gozo y un compromiso renovados, la Virgen Nuestra Señora de la Soledad sea el centro de nuestros pensamientos, el norte de nuestros anhelos, el apoyo de nuestras luchas, el bálsamo de nuestros sufrimientos y la causa redoblada de nuestras alegrías. Con "María en el corazón", nuestra vida se convertirá en un camino de conversión y de gracia, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de fraternidad y servicio humilde y esmerado a los pobres y a los que sufren, y en un manantial de santidad, de dinamismo apostólico y misionero y de fidelidad a nuestra vocación cristiana, que robustecerá nuestra unión con el Señor, meta final del acontecimiento singular que en esta ocasión a todos nos llena de alegría.
La Virgen nos mira con especial ternura, nos dirigimos a ella y la invocamos. Le pedimos por la Iglesia, para que no desfallezca en el camino de la Nueva Evangelización. Le pedimos también por nuestra Diócesis, por sus sacerdotes, consagrados y laicos y, muy especialmente, por los jóvenes, ávidos de una felicidad infinita que sólo Jesucristo puede saciar. Le pedimos que aliente a nuestras autoridades en su servicio al auténtico bien común. Le pedimos que todos los hijos e hijas de Acapulco sean siempre fieles a sus raíces cristianas, a su mejor historia y a la devoción a la Virgen María. ¡Ayúdanos a todos, pastores y fieles, a amar, adorar y servir a Jesús, el fruto bendito de tu vientre, ¡oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Amén.
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