48 ANIVERSARIO DE LA CORONACIÓN PONTIFICIA DE LA VIRGEN NUESTRA SEÑORA DE LA SOLEDAD DE ACAPULCO.
Pbro. Lic. Juan Carlos Flores Rivas.
El Santo Padre Juan XXIII, el 6 de Diciembre de 1962, a través de un rescripto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, titulado “Singulari quadam”, signado por el Cardenal Cicognani, Encargado de Asuntos Públicos, delegaba en el Obispo de Acapulco, el Siervo de Dios Monseñor José Pilar Quezada Valdés, la facultad de coronar a la Virgen Nuestra Señora de la Soledad "en nombre y con la autoridad del Sumo Pontífice", con motivo de los 150 Años de la Proclamación de su Patronazgo sobre la ciudad y puerto de Acapulco, realizada por el pueblo, y autoridades civiles, eclesiásticas y militares.
Había sido el 8 de Diciembre de 1812, cuando se juró en el Castillo de San Diego por Generala de las Tropas de Acapulco y Patrona de la Ciudad, a Nuestra Señora de la Soledad, en presencia de la oficialidad y el vecindario, con toda la tropa sobre las armas; y en señal de tan devoto acto, el Gobernador interino de la Plaza D. Pedro Vélez, le puso a la Santísima Imagen la Banda de General y un bastón en las manos con puño de oro. Esta ceremonia tuvo lugar un día martes. (Cfr. Revista “Catedral”, Chilapa, Gro. 20 de Septiembre de 1953, p. 74).
La Ceremonia de coronación Pontificia tuvo lugar el 8 de Diciembre de 1967, en Solemne Concelebración en la Catedral.
Los párrocos en funciones en la Ciudad y Puerto de Acapulco, en ese momento eran: En Catedral, el Párroco era Ambrosio E. Delabra, con el título de Vicario Ecónomo, y Sergio De León Arciniega y Alfonso Vázquez Castro como Vicarios Cooperadores; en el Carmen, el Párroco era José Jesús Cortés Gaspar; en el Barrio de Dominguillo el Párroco era Moisés Carmona Rivera; en el Barrio de Covadonga, Fraccionamiento Las Playas. Era Vicario Fijo Pedro M. Bustos Martínez; en San Cristóbal, Colonia Progreso, era el Párroco Jesús Jiménez Abarca; en el Señor del Perdón, Colonia Garita, era Párroco Fray Rafael Ayala Toledo, y el Vicario Fray José Díaz Guzmán, ambos Mercedarios; en el Sagrado Corazón en Costa Azul el Párroco era Juvenal Porcayo Uribe, y su Vicario era Emilio Sánchez; Vicario General era el Canónigo Honorario Gabriel Ocampo, y Rector del Seminario era Rafael Bello Ruiz.
Para esta importante Ceremonia, el Siervo de Dios Monseñor José Pilar Quezada Valdés, Primer Obispo de Acapulco, envió una Circular al pueblo de Dios con fecha 22 de Noviembre de 1964, en la que explicaba los motivos que tuvo para solicitar la gracia que se concedía, entre otras: “… hemos podido advertir que muchos, tal vez desconocen lo que se refiere a la Imagen de Nuestra Señora de la Soledad, venerada en Acapulco desde tiempo inmemorial, y por lo mismo no le profesan la devoción que todo acapulquense ha de tenerle, puesto que es un tesoro que enriquece a nuestra Diócesis y un medio muy eficaz para fomentar en ella la devoción a la Madre de Dios que es también Madre nuestra”.
Y Monseñor Quezada, en el mismo documento, trascribía: “Pero quizá extrañe a algunos el porqué coronarla solemnemente como REINA A LA VIRGEN DE LOS DOLORES. El Papa Pío XII, en su radiomensaje a la República del Ecuador el día en que coronaban a la imagen de la Virgen Dolorosa del Colegio dijo: “¿qué idea ha sido ésta de celebrar con fiestas y júbilos a quien ante ustedes se muestra con los ojos llenos de lágrimas? ¿Quién les ha enseñado a coronar con una corona de oro a la que tiene en las manos una corona de espinas? ‘Lloró la Virgen y sus llantos y dolores fueron primero profetizados en las palabras del Santo anciano Simeón (Lc ll, 35), luego vigorosamente descritos con sublime concisión en aquella Señora, que estaba de pie junto al patíbulo de su Divino Hijo (Jn 29, 25); y estas lágrimas nos obtuvieron salvación y gracia. Son lágrimas preciosas que bien merecen nuestra gratitud más sincera; son dolores cuyos frutos estamos gozando y en los que justamente hemos de ver una singular manifestación de amor maternal. Bien están, pues, las fiestas y el júbilo, bien la corona de oro” (Cfr. Radiomensaje, 1956).
Finalmente, tocará a Monseñor Felipe Aguirre Franco, Tercer Obispo y Segundo Arzobispo de Acapulco, Proclamar a Nuestra Señora de la Soledad como Patrona de la Arquidiócesis de Acapulco, casi en la proximidad de los 200 años de su Proclamación como Patrona de la Ciudad y Puerto, el 15 de Septiembre de 2009.
EL SIGNIFICADO DE LA CORONACIÓN PONTIFICIA.
La Ceremonia es excepcionalmente rica en contenido y tiene un profundo significado espiritual. La Iglesia corona las imágenes de la Virgen porque previamente, después de su asunción a los cielos, María fue coronada por la Santísima Trinidad como reina y señora de todo lo creado.
Esta verdad, creída siempre en la Iglesia, hunde sus raíces en la Palabra de Dios. El libro de los Salmos anuncia proféticamente la entronización de María, enjoyada con oro, a la derecha de su Hijo en la gloria celestial (Sal 44,11). El Apocalipsis, por su parte, cierra sus alentadoras visiones orientando nuestra mirada a María, la "mujer vestida de sol, con la luna por pedestal y coronada con doce estrellas" (Ap 12,1).
También los Padres de la Iglesia en los primeros siglos enseñan esta verdad consoladora. Descuella entre ellos San Ildefonso de Toledo, uno de los más grandes cantores de la realeza de María, a la que prodiga los títulos de Señora, Dueña, Dominadora y Reina.
La liturgia, por su parte, llama a la Virgen Reina del cielo, Reina y Madre de misericordia. No es extraño, pues, que el Papa Pío XII dedicara a la realeza de María la encíclica "Fulgens corona", instituyendo la fiesta litúrgica de María reina.
María es reina por ser la madre del que es "Rey de reyes y señor de los señores" (Apoc 19,16). María es reina por haber cooperado con Él en la obra saludable de nuestra redención. Si Jesucristo es rey por ser Dios, María es reina por ser madre de Dios. Si Cristo es rey del mundo por ser su redentor, María es reina por ser corredentora, al aceptar el dolor y la muerte de su Hijo y ofrecerla al Padre por la salvación de toda la humanidad. Por ello, el Concilio Vaticano II afirma con mucha concisión y claridad que María, "asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial, fue ensalzada por el Señor como reina del universo con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte" (LG 62).
ALTO CONTENIDO TEOLÓGICO.
El misterio de la coronación de la Virgen humilde y fiel, que responde a la propuesta del ángel acogiendo el designio de Dios sobre ella (Lc 1,37), nos ayuda a comprender el valor relativo de las glorias, placeres y grandezas de este mundo, frente a lo único verdaderamente decisivo e importante, la posesión de Dios, el abrazo definitivo con Él, la contemplación de la infinita dulzura de su rostro por toda la eternidad y el premio eterno que Dios tiene reservado para los que le aman.
El misterio de la coronación de la Virgen nos desvela además la misión de María en la vida de la Iglesia y en nuestra propia vida. María es la mujer que hiere la cabeza de la serpiente en los umbrales de la historia y se nos muestra como garantía segura de victoria (Gn 3,15). María es la señal que da Dios al rey Acaz por medio de Isaías: una virgen dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Dios-con-nosotros (Is 7,13-15). María es la señal que sube del desierto, a la que saluda el Cantar de los Cantares como columna de humo sahumado de mirra y de incienso y de toda suerte de aromas exóticos (Cant 3,6). María es la señal magnífica y deslumbrante que llena por entero la apoteósica visión del capítulo 12 del Apocalipsis. En ella aparece un enorme dragón rojo, calificado como "la serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás, el seductor del mundo entero" (Ap 12,9), en lucha perenne contra la humanidad. En el fragor de esta lucha se levanta el signo grandioso de la Virgen victoriosa sobre el gran dragón, que es entronizada como reina a la derecha de su Hijo. Con ello nos enseña San Juan que en la lucha espiritual entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, entre el pecado y la gracia, es decisiva la ayuda de María a la Iglesia y a cada uno de los cristianos para lograr la victoria definitiva sobre el mal.
María fue la senda por la que Dios se hizo presente en nuestra historia. Por ello, es el lugar de encuentro de la humanidad con Dios y el camino más enderezado para llegar a Él. Ella es la nube que nos conduce de día y la luz que alumbra nuestras oscuridades interiores. La liturgia secular la llama "puerta dichosa del cielo". La llama también "estrella del mar", porque nos guía hacia Cristo, puerto de salvación. Desde las alturas de Dios María contempla a sus hijos. Como madre solícita, vela por nosotros, sostiene nuestro esfuerzo, alienta nuestra fidelidad y "continúa alcanzándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna" (L.G.,62). Ella es la prenda de Dios; ella es para nosotros sus hijos pilar de firmeza indestructible. Nos lo dice la Escritura Santa. Nos lo dice también la tradición cristiana, la enseñanza perenne de la Iglesia y el sentido de la fe de nuestro pueblo, que siempre se ha acogido bajo el amparo de aquella que es abogada nuestra, auxilio de los cristianos, socorro y medianera entre Dios y los hombres.
EL ORIGEN DE LA ADVOCACION DE NUESTRA SEÑORA DE LA SOLEDAD.
La representación de la Soledad y su tradición se remonta a los peregrinos a Tierra Santa, en la creencia de que la Virgen, entre la consumación de la Pasión y Resurrección, vivió retirada, en completa Soledad, en un lugar próximo al Calvario, donde más tarde, se erigiría una capilla en recuerdo de su estancia. Capilla conocida con el nombre de “Estación de María” y que estaba situada frente al Calvario, construida en el Siglo I. Este Séptimo dolor de María en su Soledad, pronto se diseminará por toda la Cristiandad.
Paulatinamente esta devoción fue arraigándose en Europa, y ya en el Siglo XIII, el arte comenzó a representar a la Virgen en su Soledad, recordando, en aquellos tres días inacabables, los sufrimientos que la habían afligido en su existencia.
Dolor en Soledad, expresan lo terrible de la advocación. Son dos palabras que nos asustan, pero que fueron la más contante compañía de María. Así, de este modo, la imagen de la Soledad, se ajusta plenamente a la iconografía que representa: En sus manos porta los instrumentos de la Crucifixión de Cristo y que no son otros que la Corona de Espinas y los clavos de la Cruz,
Lan riqueza del manto resalta la humildad, la sencillez y la belleza de un rostro perfecto, sereno, sencillo y frágil, destrozado por el dolor. Un rostro que expresa con el llanto.
En su Soledad, María personifica también a la Iglesia abandonada y sola con los pecados del mundo.
ACTUALIDAD ECLESIAL.
En esta hora de la Iglesia y del mundo marcada por la desesperanza, en la que tantos hombres y mujeres han perdido la fe en las promesas de Dios, en la resurrección de la carne y en la vida eterna, causa sin duda del desvanecimiento de los valores morales, la contemplación del triunfo de María y su coronación como reina y señora de todo lo creado, robustece nuestra esperanza en medio de las luchas y dificultades de la vida. La resurrección del Señor, Cabeza del Cuerpo Místico, y su victoria sobre la muerte es prenda de la resurrección de sus miembros. El triunfo de María, el miembro más excelso de la Iglesia y primicia de la nueva humanidad (1 Cor 15,20), es la confirmación de que también la Iglesia y cada uno de sus hijos seremos algún día partícipes de su triunfo.
Coronar a la Santísima Virgen Nuestra Señora de la Soledad de Acapulco "en nombre y con la autoridad del Sumo Pontífice" es reafirmar los vínculos de devoción, afecto filial y estrechar los vínculos de comunión con el Romano Pontífice. La coronamos con la joya bellísima que ha labrado en estos meses la piedad y la generosidad de los fieles y que quiere ser el símbolo de la coronación de María en la intimidad de nuestros corazones como reina y señora de nuestras vidas. "María en el corazón de todos"; "María en el corazón de todos los acapulqueños" de nacimiento o de adopción; "María en el corazón de todos sus devotos"; poner a María en el centro de nuestros corazones y de nuestras vidas. Caminemos con ella, "a la zaga de su huella", poniéndola como estandarte de nuestra peregrinación en esta tierra. ¡Qué mejor compañía que la de Santa María Nuestra Señora de la Soledad! Que a partir de su coronación, con un gozo y un compromiso renovados, la Virgen Nuestra Señora de la Soledad sea el centro de nuestros pensamientos, el norte de nuestros anhelos, el apoyo de nuestras luchas, el bálsamo de nuestros sufrimientos y la causa redoblada de nuestras alegrías. Con "María en el corazón", nuestra vida se convertirá en un camino de conversión y de gracia, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de fraternidad y servicio humilde y esmerado a los pobres y a los que sufren, y en un manantial de santidad, de dinamismo apostólico y misionero y de fidelidad a nuestra vocación cristiana, que robustecerá nuestra unión con el Señor, meta final del acontecimiento singular que en esta ocasión a todos nos llena de alegría.
La Virgen nos mira con especial ternura, nos dirigimos a ella y la invocamos. Le pedimos por la Iglesia, para que no desfallezca en el camino de la Nueva Evangelización. Le pedimos también por nuestra Diócesis, por sus sacerdotes, consagrados y laicos y, muy especialmente, por los jóvenes, ávidos de una felicidad infinita que sólo Jesucristo puede saciar. Le pedimos que aliente a nuestras autoridades en su servicio al auténtico bien común. Le pedimos que todos los hijos e hijas de Acapulco sean siempre fieles a sus raíces cristianas, a su mejor historia y a la devoción a la Virgen María. ¡Ayúdanos a todos, pastores y fieles, a amar, adorar y servir a Jesús, el fruto bendito de tu vientre, ¡oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Amén.
Pbro. Lic. Juan Carlos Flores Rivas.
El Santo Padre Juan XXIII, el 6 de Diciembre de 1962, a través de un rescripto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, titulado “Singulari quadam”, signado por el Cardenal Cicognani, Encargado de Asuntos Públicos, delegaba en el Obispo de Acapulco, el Siervo de Dios Monseñor José Pilar Quezada Valdés, la facultad de coronar a la Virgen Nuestra Señora de la Soledad "en nombre y con la autoridad del Sumo Pontífice", con motivo de los 150 Años de la Proclamación de su Patronazgo sobre la ciudad y puerto de Acapulco, realizada por el pueblo, y autoridades civiles, eclesiásticas y militares.
Había sido el 8 de Diciembre de 1812, cuando se juró en el Castillo de San Diego por Generala de las Tropas de Acapulco y Patrona de la Ciudad, a Nuestra Señora de la Soledad, en presencia de la oficialidad y el vecindario, con toda la tropa sobre las armas; y en señal de tan devoto acto, el Gobernador interino de la Plaza D. Pedro Vélez, le puso a la Santísima Imagen la Banda de General y un bastón en las manos con puño de oro. Esta ceremonia tuvo lugar un día martes. (Cfr. Revista “Catedral”, Chilapa, Gro. 20 de Septiembre de 1953, p. 74).
La Ceremonia de coronación Pontificia tuvo lugar el 8 de Diciembre de 1967, en Solemne Concelebración en la Catedral.
Los párrocos en funciones en la Ciudad y Puerto de Acapulco, en ese momento eran: En Catedral, el Párroco era Ambrosio E. Delabra, con el título de Vicario Ecónomo, y Sergio De León Arciniega y Alfonso Vázquez Castro como Vicarios Cooperadores; en el Carmen, el Párroco era José Jesús Cortés Gaspar; en el Barrio de Dominguillo el Párroco era Moisés Carmona Rivera; en el Barrio de Covadonga, Fraccionamiento Las Playas. Era Vicario Fijo Pedro M. Bustos Martínez; en San Cristóbal, Colonia Progreso, era el Párroco Jesús Jiménez Abarca; en el Señor del Perdón, Colonia Garita, era Párroco Fray Rafael Ayala Toledo, y el Vicario Fray José Díaz Guzmán, ambos Mercedarios; en el Sagrado Corazón en Costa Azul el Párroco era Juvenal Porcayo Uribe, y su Vicario era Emilio Sánchez; Vicario General era el Canónigo Honorario Gabriel Ocampo, y Rector del Seminario era Rafael Bello Ruiz.
Para esta importante Ceremonia, el Siervo de Dios Monseñor José Pilar Quezada Valdés, Primer Obispo de Acapulco, envió una Circular al pueblo de Dios con fecha 22 de Noviembre de 1964, en la que explicaba los motivos que tuvo para solicitar la gracia que se concedía, entre otras: “… hemos podido advertir que muchos, tal vez desconocen lo que se refiere a la Imagen de Nuestra Señora de la Soledad, venerada en Acapulco desde tiempo inmemorial, y por lo mismo no le profesan la devoción que todo acapulquense ha de tenerle, puesto que es un tesoro que enriquece a nuestra Diócesis y un medio muy eficaz para fomentar en ella la devoción a la Madre de Dios que es también Madre nuestra”.
Y Monseñor Quezada, en el mismo documento, trascribía: “Pero quizá extrañe a algunos el porqué coronarla solemnemente como REINA A LA VIRGEN DE LOS DOLORES. El Papa Pío XII, en su radiomensaje a la República del Ecuador el día en que coronaban a la imagen de la Virgen Dolorosa del Colegio dijo: “¿qué idea ha sido ésta de celebrar con fiestas y júbilos a quien ante ustedes se muestra con los ojos llenos de lágrimas? ¿Quién les ha enseñado a coronar con una corona de oro a la que tiene en las manos una corona de espinas? ‘Lloró la Virgen y sus llantos y dolores fueron primero profetizados en las palabras del Santo anciano Simeón (Lc ll, 35), luego vigorosamente descritos con sublime concisión en aquella Señora, que estaba de pie junto al patíbulo de su Divino Hijo (Jn 29, 25); y estas lágrimas nos obtuvieron salvación y gracia. Son lágrimas preciosas que bien merecen nuestra gratitud más sincera; son dolores cuyos frutos estamos gozando y en los que justamente hemos de ver una singular manifestación de amor maternal. Bien están, pues, las fiestas y el júbilo, bien la corona de oro” (Cfr. Radiomensaje, 1956).
Finalmente, tocará a Monseñor Felipe Aguirre Franco, Tercer Obispo y Segundo Arzobispo de Acapulco, Proclamar a Nuestra Señora de la Soledad como Patrona de la Arquidiócesis de Acapulco, casi en la proximidad de los 200 años de su Proclamación como Patrona de la Ciudad y Puerto, el 15 de Septiembre de 2009.
EL SIGNIFICADO DE LA CORONACIÓN PONTIFICIA.
La Ceremonia es excepcionalmente rica en contenido y tiene un profundo significado espiritual. La Iglesia corona las imágenes de la Virgen porque previamente, después de su asunción a los cielos, María fue coronada por la Santísima Trinidad como reina y señora de todo lo creado.
Esta verdad, creída siempre en la Iglesia, hunde sus raíces en la Palabra de Dios. El libro de los Salmos anuncia proféticamente la entronización de María, enjoyada con oro, a la derecha de su Hijo en la gloria celestial (Sal 44,11). El Apocalipsis, por su parte, cierra sus alentadoras visiones orientando nuestra mirada a María, la "mujer vestida de sol, con la luna por pedestal y coronada con doce estrellas" (Ap 12,1).
También los Padres de la Iglesia en los primeros siglos enseñan esta verdad consoladora. Descuella entre ellos San Ildefonso de Toledo, uno de los más grandes cantores de la realeza de María, a la que prodiga los títulos de Señora, Dueña, Dominadora y Reina.
La liturgia, por su parte, llama a la Virgen Reina del cielo, Reina y Madre de misericordia. No es extraño, pues, que el Papa Pío XII dedicara a la realeza de María la encíclica "Fulgens corona", instituyendo la fiesta litúrgica de María reina.
María es reina por ser la madre del que es "Rey de reyes y señor de los señores" (Apoc 19,16). María es reina por haber cooperado con Él en la obra saludable de nuestra redención. Si Jesucristo es rey por ser Dios, María es reina por ser madre de Dios. Si Cristo es rey del mundo por ser su redentor, María es reina por ser corredentora, al aceptar el dolor y la muerte de su Hijo y ofrecerla al Padre por la salvación de toda la humanidad. Por ello, el Concilio Vaticano II afirma con mucha concisión y claridad que María, "asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial, fue ensalzada por el Señor como reina del universo con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte" (LG 62).
ALTO CONTENIDO TEOLÓGICO.
El misterio de la coronación de la Virgen humilde y fiel, que responde a la propuesta del ángel acogiendo el designio de Dios sobre ella (Lc 1,37), nos ayuda a comprender el valor relativo de las glorias, placeres y grandezas de este mundo, frente a lo único verdaderamente decisivo e importante, la posesión de Dios, el abrazo definitivo con Él, la contemplación de la infinita dulzura de su rostro por toda la eternidad y el premio eterno que Dios tiene reservado para los que le aman.
El misterio de la coronación de la Virgen nos desvela además la misión de María en la vida de la Iglesia y en nuestra propia vida. María es la mujer que hiere la cabeza de la serpiente en los umbrales de la historia y se nos muestra como garantía segura de victoria (Gn 3,15). María es la señal que da Dios al rey Acaz por medio de Isaías: una virgen dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Dios-con-nosotros (Is 7,13-15). María es la señal que sube del desierto, a la que saluda el Cantar de los Cantares como columna de humo sahumado de mirra y de incienso y de toda suerte de aromas exóticos (Cant 3,6). María es la señal magnífica y deslumbrante que llena por entero la apoteósica visión del capítulo 12 del Apocalipsis. En ella aparece un enorme dragón rojo, calificado como "la serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás, el seductor del mundo entero" (Ap 12,9), en lucha perenne contra la humanidad. En el fragor de esta lucha se levanta el signo grandioso de la Virgen victoriosa sobre el gran dragón, que es entronizada como reina a la derecha de su Hijo. Con ello nos enseña San Juan que en la lucha espiritual entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, entre el pecado y la gracia, es decisiva la ayuda de María a la Iglesia y a cada uno de los cristianos para lograr la victoria definitiva sobre el mal.
María fue la senda por la que Dios se hizo presente en nuestra historia. Por ello, es el lugar de encuentro de la humanidad con Dios y el camino más enderezado para llegar a Él. Ella es la nube que nos conduce de día y la luz que alumbra nuestras oscuridades interiores. La liturgia secular la llama "puerta dichosa del cielo". La llama también "estrella del mar", porque nos guía hacia Cristo, puerto de salvación. Desde las alturas de Dios María contempla a sus hijos. Como madre solícita, vela por nosotros, sostiene nuestro esfuerzo, alienta nuestra fidelidad y "continúa alcanzándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna" (L.G.,62). Ella es la prenda de Dios; ella es para nosotros sus hijos pilar de firmeza indestructible. Nos lo dice la Escritura Santa. Nos lo dice también la tradición cristiana, la enseñanza perenne de la Iglesia y el sentido de la fe de nuestro pueblo, que siempre se ha acogido bajo el amparo de aquella que es abogada nuestra, auxilio de los cristianos, socorro y medianera entre Dios y los hombres.
EL ORIGEN DE LA ADVOCACION DE NUESTRA SEÑORA DE LA SOLEDAD.
La representación de la Soledad y su tradición se remonta a los peregrinos a Tierra Santa, en la creencia de que la Virgen, entre la consumación de la Pasión y Resurrección, vivió retirada, en completa Soledad, en un lugar próximo al Calvario, donde más tarde, se erigiría una capilla en recuerdo de su estancia. Capilla conocida con el nombre de “Estación de María” y que estaba situada frente al Calvario, construida en el Siglo I. Este Séptimo dolor de María en su Soledad, pronto se diseminará por toda la Cristiandad.
Paulatinamente esta devoción fue arraigándose en Europa, y ya en el Siglo XIII, el arte comenzó a representar a la Virgen en su Soledad, recordando, en aquellos tres días inacabables, los sufrimientos que la habían afligido en su existencia.
Dolor en Soledad, expresan lo terrible de la advocación. Son dos palabras que nos asustan, pero que fueron la más contante compañía de María. Así, de este modo, la imagen de la Soledad, se ajusta plenamente a la iconografía que representa: En sus manos porta los instrumentos de la Crucifixión de Cristo y que no son otros que la Corona de Espinas y los clavos de la Cruz,
Lan riqueza del manto resalta la humildad, la sencillez y la belleza de un rostro perfecto, sereno, sencillo y frágil, destrozado por el dolor. Un rostro que expresa con el llanto.
En su Soledad, María personifica también a la Iglesia abandonada y sola con los pecados del mundo.
ACTUALIDAD ECLESIAL.
En esta hora de la Iglesia y del mundo marcada por la desesperanza, en la que tantos hombres y mujeres han perdido la fe en las promesas de Dios, en la resurrección de la carne y en la vida eterna, causa sin duda del desvanecimiento de los valores morales, la contemplación del triunfo de María y su coronación como reina y señora de todo lo creado, robustece nuestra esperanza en medio de las luchas y dificultades de la vida. La resurrección del Señor, Cabeza del Cuerpo Místico, y su victoria sobre la muerte es prenda de la resurrección de sus miembros. El triunfo de María, el miembro más excelso de la Iglesia y primicia de la nueva humanidad (1 Cor 15,20), es la confirmación de que también la Iglesia y cada uno de sus hijos seremos algún día partícipes de su triunfo.
Coronar a la Santísima Virgen Nuestra Señora de la Soledad de Acapulco "en nombre y con la autoridad del Sumo Pontífice" es reafirmar los vínculos de devoción, afecto filial y estrechar los vínculos de comunión con el Romano Pontífice. La coronamos con la joya bellísima que ha labrado en estos meses la piedad y la generosidad de los fieles y que quiere ser el símbolo de la coronación de María en la intimidad de nuestros corazones como reina y señora de nuestras vidas. "María en el corazón de todos"; "María en el corazón de todos los acapulqueños" de nacimiento o de adopción; "María en el corazón de todos sus devotos"; poner a María en el centro de nuestros corazones y de nuestras vidas. Caminemos con ella, "a la zaga de su huella", poniéndola como estandarte de nuestra peregrinación en esta tierra. ¡Qué mejor compañía que la de Santa María Nuestra Señora de la Soledad! Que a partir de su coronación, con un gozo y un compromiso renovados, la Virgen Nuestra Señora de la Soledad sea el centro de nuestros pensamientos, el norte de nuestros anhelos, el apoyo de nuestras luchas, el bálsamo de nuestros sufrimientos y la causa redoblada de nuestras alegrías. Con "María en el corazón", nuestra vida se convertirá en un camino de conversión y de gracia, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de fraternidad y servicio humilde y esmerado a los pobres y a los que sufren, y en un manantial de santidad, de dinamismo apostólico y misionero y de fidelidad a nuestra vocación cristiana, que robustecerá nuestra unión con el Señor, meta final del acontecimiento singular que en esta ocasión a todos nos llena de alegría.
La Virgen nos mira con especial ternura, nos dirigimos a ella y la invocamos. Le pedimos por la Iglesia, para que no desfallezca en el camino de la Nueva Evangelización. Le pedimos también por nuestra Diócesis, por sus sacerdotes, consagrados y laicos y, muy especialmente, por los jóvenes, ávidos de una felicidad infinita que sólo Jesucristo puede saciar. Le pedimos que aliente a nuestras autoridades en su servicio al auténtico bien común. Le pedimos que todos los hijos e hijas de Acapulco sean siempre fieles a sus raíces cristianas, a su mejor historia y a la devoción a la Virgen María. ¡Ayúdanos a todos, pastores y fieles, a amar, adorar y servir a Jesús, el fruto bendito de tu vientre, ¡oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! Amén.
Muy buen articulo, estoy casi 100% de acuerdo contigo :)
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