jueves, 7 de octubre de 2010

VISITANTES ILUSTRES EN EL S.XIX DE LA PARROQUIA DE ACAPULCO.

VISITANTES ILUSTRES EN EL S. XIX DE LA PARROQUIA DE ACAPULCO. 
Pbro. Lic. Juan Carlos Flores Rivas.

El 22 de Marzo de 1803 llega al puerto uno de los más ilustres visitantes de toda su historia, el Barón Alejandro de Humboldt, en la nave “Orue”. Acompañado por Bonpland, procedentes de Sudamérica en una larga travesía que había iniciado en 1799, con la finalidad de recabar información científica sobre el Nuevo Mundo. Realizaron cálculos astronómicos entre el 24 y 28 de Marzo de ese año. A pesar de ser Alejandro de Humboldt un típico representante de la ilustración alemana, ubicándose en el ala izquierda de la misma, caracterizada según se sabe por el extremismo racionalista, su liberalismo a ultranza, su democratismo enajenante, su fisiocratismo neto y su anticlericalismo de claros orígenes luteranos. Su ilustración no le impidió reconocer la labor de curas y misioneros que a lo largo de sus fascinantes recorridos por el nuevo mundo le sirvieron, no solo de guías, sino también de apuntalamiento en sus notas y observaciones.
 Se dice que no hubo ciencia o saber de su tiempo a los que él no prestara atención, atraído por una insaciable y las más de las veces inmodesta curiosidad, pero dejó escapar muchos aspectos de la vida, que de darlos a conocer, nos habrían aportado una visión integral de la realidad del nuevo mundo, que él siempre dejo de lado, impedido por su pretendido “cientificismo” que devino en fe deísta en la naturaleza.
 En Europa se topó con el joven Bolívar y no supo descubrir en él al Libertador de Sudamérica; cruzó por Popayán y consideró ociosa a la juventud popayense, de la que surgirían después tantos héroes de la libertad; vio el petróleo y el chapopote en Venezuela y en México y todo lo redujo a una somera información; en el Orinoco observó cómo los indios sustituían los escasos y raros tapones de corcho por otros de caucho confeccionados por ellos mismos, y ni siquiera cayó en la cuenta, él, tan aficionado a la filología, que la palabra indígena significaba algo así como impermeable; fue beneficiario de la institución municipal y de la Iglesia que regían toda la vida novo hispana y raras veces se detiene a hacer ningún tipo de observaciones. Cuando su mirada se posa sobre una iglesia, una estatua o una pintura barrocas no puede disimular su disgusto y enseguida las calificad de góticas, es a saber bárbaras.
 Le causa admiración la eficiencia misional en el envío de correspondencia, de manera que una carta enviada por un fraile misionero en Paraguay pudiera ser entregada tres o cuatro meses más tarde a otro fraile residente en una misión de Nuevo México. En otra ocasión ve a los indios mexicanos en un desfile procesional religioso y califica sus danzas y disfraces con el término de barroco, que en su entender significa pintoresco o grotesco.
 El 15 de Febrero de 1803 salen de Guayaquil rumbo a Acapulco en la fragata Orue. Desembarcan en Acapulco el 23 de Marzo Humboldt, Bonpland y Montúfar. Cumplimentan al Castellano de la Fortaleza de San Diego, Don José Barreiro Quijano. Son alojados los viajeros en la casa del Gobernador y la inmensa impedimenta queda acomodada en la del contador Don Baltazar Alvarez Ordóñez.
 Visitan el puerto y el poblado. Humboldt realiza mediciones y excursiones por la Quebrada, y Bonpland herboriza por las inmediaciones. El 24 de Marzo escalan las alturas que rodean al puerto realizando mediciones.
 El 27 de Marzo emprenden la marcha hacia México, capital de la Nueva España, por el llamado “Camino de Asia”. Cruzan por la Venta del Ejido, Alto del Camarón, valle del Peregrino, Alto del Peregrino, valle del Río Papagayo. Cruzan el río en una jangada o balsa rústica, con flotadores formados por calabazos huecos y de esta forma abandonan el territorio de la Parroquia de Acapulco.
 Es importante que nuestros lectores puedan comprar la obra de Alejandro de Humboldt en una accesible edición impresa por Editorial Porrúa, para conocer con mayor detenimiento las observaciones que hace de nuestra tierra a inicios del Siglo XIX. Bástenos recordar, por la cortedad de nuestro espacio, las frases más conocidas de su repertorio: “Acapulco es uno de los más hermosos puertos del mundo conocido... El puerto de Acapulco forma una inmensa concha cortada entre peñascos graníticos... Pocos sitios he visto en ambos hemisferios que presenten un aspecto más salvaje, y aún diré más lúgubre y romántico...”
 O las frases menos conocidas, y que tienen que ver con el objeto de nuestro estudio: “Según las leyes actuales, el valor de los géneros que lleva el galeón de Manila no debería exceder de 500 000 pesos, pero generalmente asciende a millón y medio o dos millones. La comunidades eclesiásticas son, después de los comerciantes de Manila, quienes toman la mayor parte en aquél comercio lucrativo; estas comunidades emplean en él cerca de los dos tercios de sus capitales en lo que muy impropiamente llaman dar a corresponder... El galeón sale generalmente en febrero o marzo,... ordinariamente el número de los pasajeros es muy considerable, y de cuando en cuando es aún mayor por las colonias de frailes que España y México envían a Filipinas, El galeón del año 1804 llevó setenta y cinco, y por eso los mexicanos dicen que la nao de China carga de retorno plata y frailes.”

 A finales de 1805 llega a la ciudad de Acapulco procedente de México la Misión del Doctor Balmis, con veinticinco niños portando entre sus brazos que la vacuna contra la viruela para embarcarse a Filipinas. Fueron recibidos como un “Don del cielo”, con repiques de campanas, estallidos de cohetes y música de alegres bandas, por el Gobernador del Castillo y el Alcalde. Desde la Garita fueron transportados en procesión hasta el Templo Parroquial como si fueran santos, y una ves en la Iglesia se llevó a cabo una función religiosa, este recibimiento facilitó el proceder en el ánimo de las gentes, de manera que se permitió al día siguiente se vacunaran muchos niños del puerto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario