lunes, 21 de junio de 2010

SAN MARGARITO FLORES GARCIA. 4 ESTAMPAS DEL SEMINARIO DE UN SANTO TAXQUEÑO.

SAN MARGARITO FLORES GARCÍA (1899-1927).
 Tomado y adaptado de: “Notas eclesiásticas del Estado de Guerrero”, pp. 281-336, de Román Juan Guadarrama Gómez, Tipografías Editoriales, México, 1992.

4. ESTAMPAS DEL SEMINARIO DE UN SANTO TAXQUEÑO. A continuación se transcriben algunos textos escritos que nos ponen en el ambiente seminarístico que vivió San Margarito, el primero y el último, cartas escritas por él mismo. “Estimado Emilio: Tiempo ha, que en tus anteriores cartas me muestras el deseo ardiente que tienes de conocer, al menos por medio de una minuciosa narración el interior del Sagrado recinto que habitamos, y no esperas sino una ocasión favorable, que felizmente hoy se me presenta , para cumplir tu deseo y hacerte una pintura aunque imperfecta de lo que hoy es este Seminario, en el cual tanto te interesas. Nuestra mencionada casa ocupa una gran extensión, tiene tres grandes patios, uno de los cuales ocupan exclusivamente los mayoristas y está hermoseado por muchas y variadas plantas, que nos prodigan aromáticas flores; en este mismo patio crecen frondosas limas y naranjos que apenas se ensayan en darnos sus frutos; en columnas que sostienen el techo de los corredores se levantan airosos los jardines, cubiertos de flores blancas, que impregnan el aire de una suavísimo olor y dan un realce a estas columnas vistiéndolas y envolviéndolas completamente con los tiernos bejuquillos que se van alargando más y más hasta formar con las otras guías una arco gracioso. En este patio se levanta majestuosa una habitación con su techo de palma, pero con todo muy aseada; sus paredes blancas hacen contraste con las ventanas, pintadas de un color verde que la adornan, y con las frescas plantas que crecen a sus pies, al lado de ésta casita y al frente de la portada se encuentra una fuente redonda que suministra agua necesaria para las flores. Este patio, que está separado del nuestro por una pieza que ocupamos para dormitorio, y que esta comunicado por dos pasadizos. El otro patio no tiene muchas flores, porque nos sirve en los juegos para los cuales se necesita extenso lugar, está rodeado de un vestíbulo. Frente al dormitorio que separa al Seminario Menor y al Mayor, está la Capilla, la Casa de Dios, donde vamos a meditar y a pedir en dulces coloquios, lo que nos es necesario. En esta parte se encuentran los salones de clases, el estudio, el refectorio y los baños, como decíamos, en este patio no hay flores. Solo se encuentra una campana que señala y pregona con su voz sus órdenes. En el tercer patio, se encuentran las conejeras y palomares; cultivándose algunos vegetales y platanales; tienen también sus fuentes que refrescan con sus aguas. En esta morada gozamos de una vida sosegada y activa, al mismo tiempo, porque aquí no hay pereza o si la hay no se deja deslumbrar. Ruego a Dios que te conserve”. Margarito Flores. Marzo 25 de 1917 “Recordando, soñando, añorando en pretérito lejano, lugares, escenas, episodios y personas de nuestro amado Seminario. Primer cuadro.- En la Capilla. Es una Fiesta de San Juan Eudes -estoy en la puerta de la Sacristía- mirando profundamente emocionado mil cosas… En el fondo, artístico altar de madera estilo ojival cuajado de flores y de luces… En el centro, una linda, bella y diminuta imagen de la Inmaculada Concepción; es nada menos que la idolatrada Patrona de nuestro Seminario, que con sus ojitos de Divino encanto ha visto desfilar generaciones de jóvenes seminaristas en toda una centuria… Al lado de la Epístola y colgado de la pared, un grande y sugestivo cuadro de la Morenita del Tepeyac. Al lado del Evangelio, una lámpara votiva que está diciendo: “Joven seminarista, en este Sagrario hay un Divino prisionerito que te ama y te llama”… Veo el augusto desarrollo litúrgico de una Misa Solemne de tres ministros y cuyo Preste es el Padre Rector del Seminario, Carlos Le Petit… Veo, bajo elegante dosel, un Obispo que, en vajilla de oro con su maravillosa elocuencia sagrada, presenta el manjar de la Palabra Divina… Es el Excelentísimo Señor Don Francisco Campos y Ángeles… Veo en sus sitiales a los RR. PP. Eudistas… El Seminario Mayor, teólogos y filósofos, formando un coro dividido en dos grupos frente a frente, que con viriles voces cantan salmodiando… Veo al Reverendo Padre Chappoteau que erguido en el centro de la Capilla, y con magistral donosura marca el compás y dirige el litúrgico canto gregoriano y luego es relevado por sus dignos discípulos Ángel López Arellano, Agustín M. Díaz y Manuel Herrera, que con juvenil gallardía siguen cantando y marcando el compás. Todas las bancas de la Capilla ocupadas por el Seminario Menor que rigurosamente uniformados de sotana, banda azul, roquete y bonete, cantando con emocionante y edificante fervor. O témpora, o mores… Segundo cuadro refectorio.-Primera visión- banquete motivado por la Fiesta de San Juan Eudes. Me parece ver el cuadro de la Última Cena en Jerusalén: Sobre un entarimado una larga mesa de manteles de lujo, muchos cubiertos, vasos, jarrones con hermosas y perfumantes flores y algunas botellitas de champagne… En el centro se destaca la egregia figura del Excelentísimo Señor Campos y Ángeles… Y qué ilustres comensales van circundando la mesa… Todos los Reverendos Padres catedráticos Eudistas: el Muy Ilustre Señor Canónigo Arcedio Don Rodrigo Herrera; los acompañantes del Señor Obispo, los Padres Abraham Flores y Manuel Maldonado… Suave el aroma… Siguen dos largas mesas de seminaristas… La primera de chiquitines… Averiguadores que parecen periquitos… Alcanzo a distinguir como protagonista a un chiquitín que tiene ojos de águila y cuerpo de palillo, pero que lleva en su pecho un racimito de medallas… Parece un Porfirio Díaz en miniatura… Es panchito Silva… Siguen mesas de latinistas, retóricos, filósofos, y teólogos. Cerca de la puerta del costado se nota una “palomilla”, parecen rebeldes sin causa… Enfoco la mirada… Es un “canijo” grupito, borracho de júbilo, nada menos que un Eliseo Reina, un Sidronio García, un Santacruz Vázquez, Elías Arroyo, Raguer Rodríguez, Chema Altamirano, Andrés Dávila…Y cuando iba a faltar en ese conjunto el Padre Chilo… Segunda visión.- Refectorio en días feriados: veo el salón lleno, todo el Seminario está allí, pero un silencio sepulcral… Solo se oye el grato ruido de los tenedores, cucharas, platos y la lectura del que está en el Púlpito… Está leyendo Elías Arroyo y, equivocándose o de propósito, en vez de decir el latin “cáritas bonitas benignitas”… Dijo en castellano “caritas bonitas benignitas”… Ciclón de risas y carcajadas en todo el salón… Timbrazo inmediato del Padre Rector que grita “Fíjese, hijo… fíjese, lea bien, repita”, y el lector asustado repite los mismos disparates y se repiten las carcajadas y hasta los Padres, incluso el Rector, sueltan la risa… O témpora, o mores… Tercer cuadro… Patio del Seminario Menor. Primera visión.- Veo a los alumnos formando dos partidos. Cada partido en formación y distancia… Se hace una provocación de guerra y comienza la lucha… Muchos prisioneros… Están jugando el juego llamado de “las barras”, sumamente divertido… Al medio día veo otra escena, dentro de un cuadro pintado con cal en el suelo está un muchacho flacucho, David Salgado, tiene un chicote agarrado por las dos puntas y luego sale brincando, cojeando y persiguiendo a todo mundo… Están en el juego del “Tío chicote”… Más tarde, cambiando de decoración, veo que de nuevo están todos los Seminaristas divididos en dos bandos contrarios... Están en un verdadero simulacro de guerra… ¡qué lluvia de balas (pelotas de cuero) rezumban por el aire… Valientes guerreros que amparados por invulnerables escudos de madera, se desplazan heroicos sobre sus contrarios… Están jugando a los escudos y se sienten héroes de la Primera Guerra Mundial… Estos bonitos y saludables juegos seguramente fueron importados de Francia por nuestros amados Padres Eudistas al Seminario de Chilapa… Segunda visión.- Allá, junto al muro de la Capilla, se pasean en silencio y con los brazos cruzados, dos muchachos… Están castigados, no le dieron la clase de matemáticas al Padre Piriou... En la puerta de la Capilla están otros dos muchachos hincados y mirándose frente a frente… ¿Por qué? “Porque le dije que era el masculino de la cabra en grado superlativo…” “Nada más porque le dije que era hijo de su mamá”… En otro corredor veo recargado en un pilar medio triste un chamacón que parece tonto… Anda cargando, colgado de un pañuelón rojo, su brazo izquierdo que se lo quebró ¡diez veces!... En su pecho una medalla de premio… ¿Quién es ese?... Cuidado… Es el “manquito del Lepanto”, el amigo incondicional de todos, especialmente de Chema Altamirano y del padre Chilo y se llama Lidio Sánchez Vázquez… Cuarto cuadro.- Patio del Seminario Mayor.- Están todos en recreo “post prandium”, por el corredor de la Rectoría están paseándose los Padres Eudistas alineados en dos grupos… Sin darse las espaldas, unos caminan para adelante, otros para atrás… Van y vienen, ríen y platican, averiguan y a veces sueltan carcajadas jubilosas… En el espejo de sus rostros se refleja la bondad y la hermosura de sus almas… Quam bonum, et quam jucundum est habitare fratres… Benditos sean mil veces… En el otro corredor también se pasean de la misma forma, con el mismo espíritu que sus ilustres maestros, los teólogos y filósofos… La figura central es de un Padrecito delgado, de buena presentación, alegre, amable, inteligente, el protagonista de todas las comedias y sainetes es Constantino Arizmendi. Luego el rectilíneo Tomasito Herrera, y sigue la constelación... Ángel López Arellano, Pedro Bustos, Nicolás Arzate, Agustín M. Díaz, Cutberto Vargas, etc… Otros seminaristas saboreando el cigarrillo a la sombra de un verde níspero… Otros sentados en el pretil jugando ajedrez… Veo entrar a dos fotógrafos solicitando una panorámica de maestros y alumnos. Son Don Potrasio Salmerón y su hijo Chema… Oigo y esto es más interesante, sonidos musicales, suaves melodías… Es otro conjunto de seminaristas que están formando una orquesta… Veo al maestro Fidel Pineda explicando… A Hesiquio Calvo con Andresito Ocampo enamorados de la viola… Nacho Rodríguez, Pascual Nogueda, etcétera, pero destaca un Padre morenito… ¡cómo toca el violín!... Es el alma de la orquesta del Seminario bautizada con el nombre de “Laus peremnis”, es Egidio Martínez. Quinto cuadro.- Salón del piano.-Veo el salón pletórico de nerviosísimos muchachos… En el fondo sobre una tarima, una mesa con mantón rojo afelpado y un timbre y libros… Todo el personal docente en sus situales y en el centro la imponente figura del Excelentísimo Señor Campos y Ángeles… El severo jurado se instaló… Y empieza el Padre Rector la lectura de las calificaciones… Unos seminaristas esperan con ansia su nombre… Presienten un premio, otros sudan frio, tienen miedo… Presienten la vergüenza de una mala calificación… Hay algunas malas calificaciones, pero muchísimas buenas… Cuántos premios, medallas, diplomas… ¿Qué pasa?, ¿Quién es ese ambicioso?... Pues nada menos que “niño prodigio”, es el omnisciente del Seminario, para el no hay discriminación de materias: es latinaste, matemático, retórico, poeta, orador, filósofo, teólogo, músico, compositor, pianista… ¡Válgame Dios!... Es Rodrigo Valle… Si este muchacho hubiera ido a Roma se acarrea para Chilapa todas las borlas del Pio Latino…” Alpoyeca, Gro., octubre de 1967 El Párroco Isidro González Villegas (Tomado de las páginas 10 y 11 de la Revista Catedral del mes de Enero de 1968). “El rostro es el espejo del alma; y que rostros más afables, mas bondadosos los de nuestros Padres, sus palabras y su trato nos hacen olvidar nuestro natural huraño; los sentimos verdaderos Padres y empezamos a intimar. Curiosos nos vemos colocando a sus piezas: a nuestros ojos azorados aparecen instrumentos de carpintería, de fotografía, de cacería, etc, vistas de Europa, chucherías, en fin, que nos interesan y hasta instruyen. Nos cuentan, nos enseñan, sin el menor egoísmo… Luego vienen los juegos movidos e interesantes. Cada día los lazos se estrechan más y más; y así vamos tomando afición al estudio, a la piedad, al orden, poco a poco y sin sentirlo. De desordenados cabritos ya parecemos dóciles borreguitos. El reglamento duro, si se le compara con el que hemos dejado, sin lesionar nuestro orgullo, nos va cambiando. Entre los que han cobrado el milagro se destaca la figura grande de nuestro Padre Carlos Le Petit. Pleno de juventud (33 años), de estatura regular, complexión fuerte y robusta, respiraba salud y energía; de rostro afable, mirada dulce, voz armoniosa, modales finos, en una palabra atrayente, pero austero y apegado a la regla y por lo tanto el más indicado para llevar la dirección y realizar lo que realizó y no es de extrañar que como gigante saltara los montes escalando alturas; Chilapa, Colombia y la misma cumbre de la Congregación. Lo que realizó, qué obra de su ejemplo y virtud, de su amor a la regla, sin alardes de superioridad, sino con toda dulzura y caridad, y, sobre todo, con gran humildad. Todos sus actos estaban calcados sobre la regla y marcados por un espíritu sacerdotal. Él era el más fiel intérprete y eficaz ejecutor del reglamento. Controlando así los espíritus, fácil le era llevar a grandes alturas a los suyos. Así lo comprendió desde luego el gran Prelado que amante de sus derechos y autoridad, no dudó en entregar el régimen completo del Seminario en sus manos, exigiendo en cambio de materia bruta, pero rica, dignos sacerdotes. Y lo consiguió. Para el sacerdote la piedad es todo: “Pietas ad omnis utilis est”, y el orden social y religioso. ¡Era de ver cómo celebraba la Santa Misa, cómo rezaba el Breviario y sus demás oraciones! ¡Qué apego a los más pequeños detalles de la Liturgia, sin exageraciones ni ridiculeces! ¡Cómo trataba al Prelado y personas de dignidad y a sus compañeros que lo respetaban querían, según se veía, y con qué modo sabía hablarnos, atraernos, hasta reprender, sin durezas ni arrugas! Y claro que eso mismo nos enseñaba y exigía. Los sacristanes andábamos de puntitas respecto a la limpieza de los útiles del Culto; cómo temíamos aquellas palabritas: “Hijo, lave bien las vinajeras… Sacuda bien el altar, los reclinatorios, las bancas…” Cuando daba la clase general de Rúbricas acostumbraba denunciar las faltas cometidas en la semana, y eso era para nosotros el día del Juicio. Y en la explicación del Reglamento al Mayor, entraban en detalles muy pequeños: “No se digan así… Esas palabras dejan tristes… Venérense”, decía. Y no debía faltar un botón, sobraban los lamparones en la sotana, los rasgones… Pero todo con una finura muy terrible. En las calificaciones mensuales era lo más terrible oír de sus labios la menor alusión y comentario a los siete; hubiéramos deseado los refugios antiaéreos… Al sólo ver su rostro privado de la sonrisa habitual. Y no porque usara palabras descompuestas. Pero si tan apegado era al Reglamento, lo eran todos sus puntos; y el Reglamento tiene sus oasis de esparcimiento y alegría sana, pues dicen que no hay gente más alegre que los Santos. Y ese aflojar de la tensión nerviosa que traen las tareas diarias es muy necesario; por eso los juegos, los paseos, las fiestas familiares, patricistas o religiosas, todo estaba previsto para el día, la semana, el mes… ¡y qué fiestas! ¡Si de sólo recordarlas se hace agua la boca! ¡Que bello desorden! Cómo se estremecían los cristales, y aun las paredes al nombre de las “barras”, “los escudos”, “el cazador”… Nadie se acordaba de las tareas y largas lecciones del Padre Piriou, sudorosos y entusiastas nos entregábamos de lleno al juego. Antes, el que se arrinconaba mientras los demás jugaban era un Santito; con los Padres Eudistas era otra cosa… Una vez, por no empezar a jugar dada la señal por el Padre eudistas era otra cosa…Una vez, por no empezar a jugar dada la señal por el Padre Ayoul, tuvimos que ir al “muro”, ese terrible “muro”, el Padre Tomás Herrera y yo. Los jueves, domingos y días de fiesta, eran los paseos fuera de la ciudad, o juegos en el camposanto, y nos enseñaron a recorrer enormes distancias, cerros altos, barrancos profundos… El Calvario, Cerro Grande, Las Pilas, Atempa con su río, El Soyatal, Tecoatl, Paraíso,etcétera. Y los jóvenes de la ciudad nos veían con envidia, y hasta nos seguían en los paseos y en los juegos. En las giras mensuales ya íbamos más lejos: las grutas de Pantitlán, Titzquitzin, Santa Catarina, Atzacoalaya con sus huertas, Acatlán, La cumbre, en plena selva, caminábamos hasta diez horas de seguido, pero llenos de contento, pues no nos faltaban las provisiones de boca, provistas por el Ecónomo, y a veces por buenas gentes que nos regalaban, cuando pasábamos por sus estancias. Pero lo más interesante era el paseo anual, de la Semana de Pascua, a Colotlipa y su río azul…” …¿Y qué decir de las fiestas familiares? Derroche de alegría, de arte y entusiasmo; la capillita lucía sus mejores galas, se arreglaba el comedor, los corredores… y todos tomaban parte en los adornos y organización de las fiestas. Las veladas eran de los más ambicionado por el pueblo; eran verdaderos torneos culturales en los que los artistas improvisados se lucían, bajo la hábil dirección del Padre Chappotteau. En dos palabras basta decir que estas fiestas nos unían más, nos hacían más alegres, más cumplidos, más cultos. Al recordarlas ahora a través de los años, todavía dejan en el alma, como las flores disecadas, un perfume que embriaga y sublima. Cuando se considera que la actuación de nuestros Padres se realizó durante la Revolución y durante la guerra Europea, resalta mejor su obra. Aunque la forma antirreligiosa afecto más al norte, donde la Revolución hizo desaparecer los Seminarios Eudistas de Saltillo y Jalapa, no dejo de proporcionar aquí también trastornos y sinsabores molestos para la marcha del Seminario. Pero ni la Revolución, ni el mal tiempo, ni nadie, lograba impedir el cumplimiento exacto del Reglamento…” … “Pero todo tiene su fin, llego el día en que ni la Revolución ni nuestra pobreza, ni el cansancio, ni los mismos Decretos del Gobierno de Carranza contra los sacerdotes extranjeros, sino las necesidades que habían creado la guerra europea hicieron que el Padre General ordenara la concentración de sus Padres, dejándonos otra vez huérfanos, aunque ya encaminados, con el terreno preparado y aptos para continuar la obra de nuestros maestros”… … “En resumen, aún hoy, después de tantos años perduran muy vivos los frutos espirituales y culturales de la siembra hecha por los Eudistas en el Seminario de Chilapa, en el corto espacio de siete años. Aquellos sabios y santos sacerdotes, que bajo la dirección de su muy digno jefe fueron sembrando en medio del llanto, pueden, desde sus tumbas, contemplarnos a sus hijos llevando a nuestros manípulos de rica miel, llenos de alegría. Las enseñas de San Juan Eudes, inculcadas por sus dignos hijos se han hecho tradición e incrustado en nuestras costumbres y cultura, y se conservarán junto con la memoria de esos paladines, como hasta la fecha, fresca, no solo en el seminario, sino en la sociedad que tuvo la dicha de conocerlos y tratarlos. ¡Felices aquellos varones que, como el padre Le Petit, ven caer su cuerpo bajo la loza del sepulcro, pero después de haber dejado un recuerdo que vivirá y se bendecirá de generación en generación.” Presbítero Cutberto Vargas (páginas tomadas de la revista Catedral, pags. 28, 29 y 30 del 20 de septiembre de 1953). “A eso de las siete de la mañana, salía el Seminario de su apacible asilo y se encaminaba con rumbo a Colotlipa, pueblo situado al sur de Chilapa. El tiempo, nos aguardaba un feliz paseo, el sol parecía tomar parte de nuestro regocijo, enviándonos sus rayos benéficos con más abundancia. En todos los semblantes se reflejaba la alegría y el contento que todos abrigaban en su corazón. Los ánimos se encontraban verdaderamente entusiasmados; y cuando hubimos salido de la ciudad fue aquello una algarabía verdadera, unos corrían y trepaban por los cerros sin reparar en que estaban demasiados y pendientes y su entusiasmo parecía desafiar el cansancio y la fatiga, otros gritaban o silbaban, los de más allá cantaban, muchos platicaban y otros hacían algo. Así, caminamos, sin que el entusiasmo disminuyera, hasta un pueblecito llamado Santa Catarina, habitado por gentes pobres y humildes, pero bondadosas, que luego que advirtieron nuestra llegada echaron a vuelo las campanas; cuyo sonido repercutía y se perdía en sus contornos; después de un corto descanso en este pueblo, continuamos con nuestra marcha, aunque ya no con el mismo ardor, porque parecía que el sol antes tan suave y el quebrado camino nos había quitado algo de nuestras bríos. Algo fatigados llegamos a otro pueblito llamado San Ángel. Allí nos detuvimos a comer para después reanudar nuestra marcha que fue menos penosa, después de haber satisfecho nuestro apetito; caminando por lomas y barrancas escabrosas, pero pintorescas. Serian las cinco de la tarde cuando se nos presento a la vista el deseado pueblo de Colotlipa. La entrada a este pueblo fue de lo más agradable, los músicos se esmeraban para tocar las mejores piezas y todos nosotros en pos de nuestros profesores y Padres seguimos a las familias que habían salido a nuestro encuentro, y que en forma de Procesión, con ramos y palmas iban por delante. Y mientras unos reían de contento otros quizá pensaban en la semejanza de este recibimiento con el que hicieron los habitantes de Jerusalén a Nuestro Señor. Al sur de esta villa se encuentra el famoso río Azul, que parece haber robado al cielo su hermoso color”. “Después de haber pasado unos días tan contentos, en medio de las caricias de todo un pueblo que mostraba con eso su amor y respeto a los ministros futuros de la Iglesia.” Margarito Flores García Abril 12 de 1918 Así transcurría el tiempo en el Seminario en el que Margarito Flores se forjaba y en el cual desempeñaba también el oficio de peluquero. Con la remuneración que le daban por medio del servidor del Seminario Don Vicente Hernández, compraba rebozos a Don Otilio Lara. En octubre de 1918 Margarito terminó su curso de retórica, retornando a Taxco, un poco melancólico ya que los Padres Eudistas partirían a Francia. Estando en casa, le entregó a Luis y Jesús, los rebozos que había reunido para que los vendieran, mientras él, disfrutaba de sus vacaciones ayudando al Párroco de Santa Prisca, Donaciano Meza y a Don Germán en la peluquería, en sus ratos libres caminaba por los cerros del Huixteco y del Atache, y en su casa se dedicaba a la pintura, disfrutando de la platica jocosa de su abuelita “Papilita”. Mientras que su señora madre bordaba silenciosamente escuchando a los dos parlanchines que reían a carcajadas, mientas que Paula y Marciana se dedicaban a las labores cotidianas. En el año de 1919 retorno a Chilapa, para continuar sus estudios filosóficos, el 26 de octubre recibió las Ordenes de Ostiario Lectorado, Exorcistado y Acolitado. En noviembre asistió a las Canta Misas de los Padre Pedro Bustos Martínez y Constantino Arizmendi Figueroa, celebradas en Huaxtelica y Pilcaya, Gro. y a su retorno a Taxco, preparo con el Padre Adrián N. Cervantes la pastorela de la Navidad. Durante su formación religiosa recibió la ayuda financiera de sus padrinos Marcial Quinto, Florencio y Magdalena Ramírez. En el año de 1920 termino con sus estudios filosóficos, principiando la disciplina de la teología en 1921 recibiendo el Orden del Subdiácono en la Santa Iglesia Catedral de Chilapa, el 30 de octubre, de manos del Excelentísimo Señor Obispo Francisco Campos y Ángeles. En 1923 curso su último viaje de teología y fue Profesor del Seminario menor.

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