LA VIDA COTIDIANA EN EL SIGLO XVII DE LA PARROQUIA DE ACAPULCO.
Pbro. Lic. Juan Carlos Flores Rivas
Las descripciones interesantísimas del Puerto de Acapulco, y que dejan entrever la vida cotidiana en el S. XVII son variadas. Pues fue visitado por infinitos viajeros y marinos que se quedaron impresionados de sus excepcionales condiciones naturales.
En 1614 Nicolás de Cardona, quien estuvo encargado de la guarda y defensa, levantó el primer plano conocido del puerto, aunque lo dio a conocer hasta 1623 cuando escribió sus Descripciones Geográficas e Hydrographicas, indica que: “en 1616 se comenzó a fabricar el castillo de San Diego, a cuya obra acudí hartos días”. Plano sumamente rudimentario. La población y casas incipientes.
El segundo plano conocido del puerto es una vista de Acapulco y se debe a Joris van Speilbergen, y refleja el asalto del puerto por el corsario holandés el 12 de octubre de 1615, durante su viaje alrededor del mundo en 1614-1617. El Tercer plano se debe a Adrián Boot, ingeniero holandés, que trabajó en las obras del desagüe de la Ciudad de México y en las fortificaciones de Veracruz y Acapulco, y se conserva en la Biblioteca Imperial de Viena. Es una vista del puerto, la bahía, el castillo y la población. Esta fechado en 1618. Plano muy original, falto de toda proporción y perspectiva propia de la pintura de los primitivos, nos recuerda un tanto los paisajes orientales.
Pero es gracias al viajero italiano Gemelli Carreri, quien en su crónica titulada: Viaje a la Nueva España; nos concede una magnífica crónica, que nos permite conocer los detalles de la vida cotidiana a finales del siglo XVII acapulqueño. Estuvo en el puerto del lunes 21 de enero hasta el lunes 18 de febrero de 1697. Presentamos la trascripción parcial de esta crónica pues creemos que es la única oportunidad que tendrán muchísimos de nuestros lectores para conocerla directamente. Nos dice: “No habiendo albergue alguno en Acapulco, tuve necesidad de ir el lunes, día 21 de enero de 1627, al convento de Nuestra Señora de Guía, de padres franciscanos, los cuales me hospedaron muy humanamente... En cuanto a la ciudad de Acapulco, me parece que debería dársele el nombre de humilde aldea de pescadores, mejor que el engañoso de primer mercado del mar del sur y escala de la China, pues que sus casas son bajas y viles y hechas de madera, barro y paja... Está situada... al pie de altísimos montes, que si bien la defienden por la parte del Oriente, son la causa de haber en ella graves enfermedades desde el mes de noviembre hasta el fin de mayo. Estábamos allí en el de enero y no obstante yo sentía el mismo calor que en Europa en el tiempo de la canícula, lo cual proviene en parte de que no llueve allí en los siete meses dichos, sino solamente algo de junio a octubre, que sin embargo no basta para refrescar el ambiente. Debe notarse que en Acapulco, en México y en otros lugares de la Nueva España, jamás llueve en las mañanas, y así el que no quiere mojarse no tiene más que hacer sino despachar sus negocios antes del medio día y estarse luego en su casa. Por tal destemplanza en el clima de Acapulco, y por ser el terreno tan fragoso, hay que llevar de otros lugares los víveres, y con este motivo son tan caros, que nadie puede vivir allí sin gastar en una regular comida menos de un peso cada día; además, las habitaciones, fuera de ser muy calientes, son fangosas e incómodas. Por estas causas no habitan allí más que negros y mulatos, que son los nacidos de negros y blancas; y rara vez se ve en aquél lugar algún nacido en él de color aceitunado. Terminada la feria que se hace en el puerto con ocasión de la llegada de la nao de China y de los navíos del Perú, que suelen aportar allí cargados de cacao, se retiran los comerciantes españoles, como también los oficiales reales y el castellano, a otros lugares, por causa del mal aire que reina en aquél, y así queda despoblada la ciudad. No hay en ella de bueno más que la seguridad natural del puerto, que siendo a manera de caracol, como antes se ha dicho, y con igual fondo por todas partes, quedan en él las naves encerradas como en un patio cercado en altísimos montes, y atadas a los árboles que están en la ribera. Se entra en el mismo por dos embocaduras: la una pequeña de la parte del noroeste, y la otra grande de la del sudeste. Defiende la entrada el castillo con cuarenta y dos piezas de artillería, de bronce, y sesenta soldados de guarnición. Produce este puerto al castellano, que es también justicia mayor, veinte mil pesos o más, anuales, y poco menos al contador y a los otros oficiales. El Cura o párroco, aunque no tiene por el rey más de ciento y ochenta pesos de sueldo al año, gana, sin embargo, en algunos catorce mil, pues se hace pagar muy cara la sepultura de los forasteros, tanto de los que mueren en Acapulco, como en el mar, en las naves de la China y del Perú: así, por ejemplo, no exigirá menos de mil pesos por la de un comerciante acomodado. Como el tráfico en el lugar es de millones de pesos, se sigue que en pocos días gana mucho cada persona en su oficio; un negro apenas e contentará con un peso diario. En fin todos viven del puerto; y el hospital tiene no solamente un tanto de las pagas de los soldados, sino también grandes limosnas de los comerciantes, que después se distribuyen largamente a los otros conventos y a los misioneros.
A dos leguas de este puerto, hacia la parte del sudeste, hay otro llamado del Marqués, con buen fondo, y capaz de contener grandes navíos; van a él ordinariamente las naves del Perú, para vender las mercancías prohibidas que les impiden entrar en Acapulco. No falta la caza en aquellos estériles montes, pues hay ciervos, conejos y otros animales; y en cuanto a volátiles, hay papagayos, tórtolas, que vuelan hasta dentro de las casas, aunque son más pequeñas que las nuestras y tienen coloradas las puntas de las alas; merlos con cola larga, patos, y otros aves tanto europeas como propias del país...(Por la permanencia en el puerto de una nave peruana)...Casi todos los oficiales y comerciantes que venían en los navíos del Perú, salieron a tierra para alojarse, llevando consigo dos millones de pesos a fin de emplearlos en mercancías de la China, Con este motivo el viernes, día 25, se vio convertido Acapulco, de rústica aldea en una bien poblada ciudad, y las cabañas, habitadas antes por mulatos, ocupadas todas por bizarros españoles. Se añadió a esto el sábado, día 26, un gran concurso de comerciantes mexicanos con muchas cantidades de dinero y con mercancías de Europa y del país. Siguieron entrando el domingo, día 27, muchas mercancías, y también bastimentos para alimentar a tanta multitud de extranjeros, pues como queda dicho, los montes vecinos son estériles, y las pocas frutas que producen, aunque por fuera tienen hermosa apariencia, no pueden comerse sino azucaradas. El lunes 28, llegaron algunos religiosos betlehemitas pidiendo limosna, a fin de pasar al Perú.... El miércoles, día 30, llegó el tesorero del Conde de Cañete, virrey del Perú, que pasaba a Lima, con el fin de tomar prestados de los comerciantes cien mil pesos a nombre de su señor, que los necesitaba para satisfacer las deudas que había contraído en pagar trescientos mil por conseguir aquél gobierno y conducir a su familia a las Indias. El jueves, día último del mes, volvió de México el correo llevando el ajuste de los derechos que el galeón debía pagar al rey, los que se fijaron en ochenta mil pesos. Con tal motivo, el viernes, primer día de febrero, se comenzaron a sacar los fardos. Entretanto, moría todos los días de un mal casi contagioso mucha gente de la armada del Perú, y tanta más cuanto que el aire nocivo y el demasiado calor de Acapulco no permitían a los enfermos el menor alivio. El sábado, día 2, fui a ver el castillo chico, el cual como no tiene foso ni baluartes, está resguardado solamente por la buena artillería de bronce, bastante a defender el puerto de cualquier enemigo. El domingo, día 3, fui a una pequeña fuente situada al pie del monte, único lugar de recreación que hay allí. El agua es muy buena, pero sale en poca cantidad... El jueves, día 7, estando ya descargados todos los fardos, hicieron los cargadores de Acapulco un remedo de funeral, llevando a uno de ellos sobre un féretro y cantándole como si estuviera muerto, queriendo con esto significar que había terminado su ganancia, la cual en algunos fue de tres pesos diarios, y en el que menos de uno. Dos horas después de comer, se sintió un ligero terremoto; aunque éste hubiese sido fuerte, el ruido que se oyó antes, producido en los montes, habría dado tiempo a cada persona para salvarse. Son tan frecuentes estos terremotos en Acapulco que es preciso hacer bajas las casas. El viernes, día 8, queriendo el contramaestre del almirante comprarme un negro, después de que se ajustó al precio, que fue de cuatrocientos pesos, comenzó a oprimirle los labios, los carrillos y las piernas para ver si estaba hinchado, no considerando que los negros tienen por naturaleza gruesos e hinchados los labios. El sábado, día 9 vi entrar muchísimas mulas cargadas de mercancías y de bastimentos. El domingo, día 10, a causa del calor tan insufrible no quise salir de mi alojamiento... El martes día 12, dispuse algunas cosas necesarias para pasar a México, y alquilé tres mulas por treinta pesos, teniendo que gastar seis reales diarios en mantenerlas durante el viaje... El domingo día 17, por ser el primero del carnaval, después de comer corrieron parejas a caballo los negros, mestizos y mulatos de Acapulco, en número de más de cien, con tal destreza que me pareció sobresalían en mucho a los grandes que había yo visto correr en Madrid; aunque los de Acapulco solían ejercitarse en este juego un mes antes. Sin mentir, puede decirse que aquellos negros corrían una milla italiana, cogidos unos por las manos y abrazados otros, sin soltarse un momento, ni descomponerse en todo espacio.
Tomada la guía en la aduana y la boleta del castellano para que me dejasen pasar los guardas que están a media legua de Acapulco, me puse en camino el lunes, día 18, cuatro horas después del medio día”...
Finalmente se fue de Acapulco nuestro ilustre viajero, dejando tras de sí esta magnífica descripción de los lugares y de sus gentes, que hasta hoy agradecemos.
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