jueves, 19 de febrero de 2009

ACAPULCO DE LOS FRAILES

ACAPULCO DE LOS FRAILES.
Pbro. Lic. Juan Carlos Flores Rivas

Estamos tratando de recomponer algunos aspectos de la historia de la Iglesia en Acapulco, a propósito de los 50 Años de la Erección Canónica de la Diócesis de Acapulco. Y debemos recordar que la Iglesia, antes que institucionalizar una estructura eclesiástica, es evangelización, que la Parroquia no es el origen de esa evangelización, sino su cumbre, expresión de una comunidad que va alcanzando su autonomía, y que por la continuidad de sus estructuras eclesiales, se conforma en torno al ministerio de un pastor propio que es el Párroco, quien convoca a la unidad y preside la caridad en una porción de la Diócesis, siempre en unidad con el Obispo.
Y en el caso de Acapulco, caeríamos en un grave error, al no mencionar a quienes pusieron los fundamentos de la comunidad eclesial, los frailes, misioneros, religiosos, pero particularmente los FRANCISCANOS. Por eso el Padre Fray Vicente Rodríguez, insigne historiador y sistematizador de los archivos históricos de la Provincia franciscana de San Pedro y San Pablo de Michoacán, a quien debemos la recuperación histórica de nuestro Beato acapulqueño Fray Bartolomé Días-Laurel, llega a llamar a Acapulco con el título de Acapulco de los frailes.
Y es que Acapulco no importó mucho a los indígenas precortesianos. No había terrenos para sembrar. Formando parte de la Provincia de Zacatula, pertenecía al imperio mexica, a quienes los indios de la región pagaban tributos. La importancia de Acapulco empezó cuando fue descubierta su excelente disposición como puerto, un 13 de Diciembre de 1521, por el capitán Francisco Chico, quien le impuso el nombre a la Bahía, con la Santa que se celebra en ese día en el santoral católico: SANTA LUCIA. Y lógicamente, con los españoles llegaron los misioneros.
Y fueron los franciscanos, quienes construyeron el Convento de Nuestra Señora de Guía, en Acapulco, de donde surgió la vocación religiosa de nuestro Beato Bartolomé Días-Laurel, todo pertenecía a la Apostólica Orden de los menores de la Regular Observancia de la Provincia de San Diego de México. El convento inicia su construcción en 1606, contaba con hospedería y hospital, fue fundado en 1607, siendo provincial el Padre Fray Pedro de San Antonio. En 1614 el convento cambiará de Provincia, cuando se unifican las ramas de los franciscanos, y ahora pertenecerá al Provincia de San Pedro y San Pablo de Michoacán de la Observancia franciscana. Por eso nuestro Beato Bartolomé pasará a formarse a Morelia, donde recibirá el hábito y profesará como hermano lego.
Era un sencillo conventito, rústico, edificado a la usanza costera, reclinado tranquilamente en el litoral de la zona tórrida de un apartado villorrio, llamado pomposamente Ciudad de los Reyes y Puerto de Acapulco, muy cerca del peñasco granítico que llegó a convertirse en el Fuerte de San Diego, que celosamente vigilaba y defendía de los piratas la entrada del galeón de Manila cargado de fabulosas mercaderías.
En el centro del altar mayor de su Iglesia, trabajosamente defendido por un techo de tejas en un tiempo rojizas y carcomido por el comején, se veneraba una bellísima imagen de marfil, traída de allende el mar, de las lejanas y misteriosas islas de la especiería. Se le conocía con el título y nombre de Nuestra Señora de Guía, a imitación del templo consagrado a esta Señora entre Cavite y Manila en las Islas Filipinas. Ante ella se postraban agradecidos los marinos y comerciantes aventureros, ante ella buscaban ayuda del cielo conquistadores de almas filipinas y japonesas.
Aunque estos descalzos franciscanos no eran doctrineros, su influencia benéfica marcó la vida espiritual del puerto, poniendo las bases que permitirán la posterior creación de la Parroquia de Acapulco, y gracias a ellos, tenemos un gran fruto de Santidad, el Beato Bartolomé Días-Laurel.

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