José Pilar Quezada Valdès -sentado a la izquierda- y Agustín Caloca Cortés -Sentado a la derecha- alumnos en el Seminario de Guadalajaraa
... "en la Iglesia conviven asnos, mulos y machos cabríos, algunos tan salvajes que se sienten deseos de matarlos, pero no es posible porque 'el Amo quiere recibirlos todos en buen estado'."
El Cura de Torcy a su colega de Ambricourt, en: "Diario de un Cura Rural", de Bernanos.

martes, 24 de mayo de 2016

LA MIRA ¡MIRALA! LA EPOPEYA CARISMATICA DE LAS CUEVAS DEL PADRE HERMANN. TERCERA ETAPA

         
LA MIRA ¡MIRALA! LA EPOPEYA CARISMATICA DE LAS CUEVAS DEL          PADRE HERMANN

         TERCERA ETAPA – 1972 - 1973

EL SEMBRADOR LLEGA A SU TIERRA PREDESTINADA: ACAPULCO.

“Nuestra única protección es la diplomacia abierta. Dejen que la luz blanca de la publicidad sirva a la historia y que todo el mundo se mantenga honesto.

         Acogida fraterna de los Pasionistas y de Monseñor Quezada.

Llegué a Acapulco en la tarde del 7 de octubre. Recuerdo bien la fecha porque, en el autobús, pensaba en la fiesta de N. S. del Rosario y pedía su protección. En Acapulco, me fui directamente con los Padres Pasionistas al pie de la Cuesta.
         El Padre Miguel me recibió con a un hermano que hubiera conocido años antes y, en dos o tres horas, me enteré de la vida del pueblo acapulqueño, en lo económico y pastoral, de un pueblo que él amaba y por el cual daba su tiempo y su corazón.
         Los Padres Pasionistas me ofrecieron trabajo con ellos y me dieron un cuarto. El 8 sin tardar, me llevaron a ver al Señor Quezada para que él aceptara que me integrara a la Comunidad de los Pasionistas. “No. Lo mando a usted a San Cristóbal. Su venida es providencial. El párroco está en tratamiento en México”. El domingo 10, celebré cuatro misas por primera vez en mi vida y di la homilía en las 7 misas.
El lunes 11, el padre Miguel me llevó a conocer La Mira y proféticamente me dijo: “Este lugar está reservado desde hace años. Tómalo como centro de tu apostolado en favor de la gente abandonada”. La noche del 11 al 12 de octubre no pude dormir. Reflexioné mucho. Mi ideal era ser misionero itinerante de las colonias pobres y me veía encadenado como párroco.
         Subí a La Mira y dije a la gente que me iba a venir a vivir con ellos. Comuniqué mi ilusión a Monseñor Quezada. Él se enojó: “¿usted nos quiere ayudar? Entonces regrese a San Cristóbal por favor y no quiero recibir más quejas contra usted”. Eso yo no lo podía sospechar: tanto en Canadá como en Bolivia no cualquiera tenía acceso al Obispo. Pero en Acapulco me di cuenta de que todo era muy diferente.

         Las travesuras de un párroco interino.

En vez de deprimirme, tomé el lado humorístico de las cosas y pensé: buscan quejas y chismes, yo mismo se las voy a hacer para abonarlos en cuenta.
Por ejemplo, dejé de: confesar en el cajón y me sentaba en la primera banca, seguro de ahuyentar así a las escrupulosas que exigían la rejilla. La primera vez oí una reflexión muy expresiva: este padre no se sienta a confesar. Tuve una inspiración: recibí de pié a las personas de quienes yo podía adivinar que venían nomás a ocupar al padre. Me decían: “No tengo nada que decir, pero me da tanto consuelo reconciliarme con usted”. Contestaba yo: “A usted le da consuelo pero a mí no tanto, con siete homilías, los bautismos y las encuestas matrimoniales y las entrevistas y las quinceañeras y los niños espantados”. No había diáconos en ese tiempo. Entonces yo recibía de pie a estas ancianas y antes que hablaran les hacía la señal de la cruz en la frente diciendo: “Usted señora es más santa que yo, váyase en paz”.
Para dar la paz yo bajaba hacia el pueblo y no negaba un beso de paz a los jóvenes.
Yo confesaba individualmente hasta donde se podía y al ver a tantas personas deseosas de la reconciliación, las preparaba con un examen colectivo.


Monseñor Quezada apuntaba todas las quejas en un papelito y de vez en cuando me llamaba para que yo enmendara mi conducta. Puedo certificar que las quejas eran auténticas y Monseñor me repetía exactamente lo que la secretaria le babia dicho que yo había dicho y hecho. Doy testimonio que Monseñor Quezada no inventaba acusaciones falsas (como más tarde se le ocurría a otros tantas veces).
         Con todo, comparecer delante del jefe y escuchar más de ocho recriminaciones, confieso que la emoción se me subía y lloraba. Paternalmente Monseñor me perdonaba y me invitaba a componerme. Yo le prometía sinceramente en su oficina. Pero en San Cristóbal, en pleno bullicio de las actividades, era imposible cumplir y para salir de los problemas invocaba una virtud poco conocida, epiqueya, que consiste en que uno, confrontando situaciones inextricables, hace lo posible.
         Una vez, teniendo en casa a un Oblato de Chile, el hermano Camilo, Monseñor Quezada me hace comparecer a su oficina, “Ven, Camilo, dije, quiero que conozcas a mi Obispo”.
En otra circunstancia, me acompañó el padre Jaime Gagnon, misionero en Bolivia.
Yo pienso que estos hechos nos enseñan una verdad iluminadora para nuestra conducta, a nosotros los sacerdotes como a los laicos. Es esta: el sentido del humor puede evitar pleitos familiares, luchas de capillas y conflagraciones entre naciones. A muchos el sentido del humor los libera del fanatismo, de la envidia y del odio. Nos tomamos serio. Hay que reírse de uno mismo.

Mi primer cumpleaños en Acapulco.

El 24 de Noviembre de 1971, un miércoles celebraba en San Cristóbal mi primer cumpleaños en Acapulco. Edith, "La Chata” cursillista, invitó a todo mundo. El inmenso templo de San Cristóbal casi se llenó por la noche para festejar al párroco interino. Conocí bien a los muchachos del coro de Edith y me sentía en confianza para revelar a los asistentes mis inquietudes pastorales y mis sueños apostólicos. Dije: “Quiero hacerles participar de mi inquietud acerca de la evangelización en Acapulco. Ayer fui a visitar al párroco de Coyuca de Benítez, enfermo. De los 40, 000 católicos de su parroquia, 300 asisten a misa los domingos. Muchos de los novios que se casan, hacen al mismo tiempo la Primera Comunión”, Coyuca es una muestra de la situación real de la vida cristiana en nuestras ciudades y pueblos.
“Se debe declarar el estado de emergencia y promover métodos pastorales nuevos, los de San Pablo: crear constelaciones de núcleos bíblicos y de pequeñas comunidades cristianas que van a contagiar el ambiente. Para eso, contar con la juventud. Escribe Bernanos: Cuando la juventud se enfría, el mundo entero se pone a titiritar. De las pandillas de viciosos, haremos pandillas de fe y amor. Dijo Jesús: Yo vine a prender fuego y cómo desearía que ya estuviera ardiendo”. De incendiarios necesitamos, llenos de poder del Espíritu Santo. Envía, Señor, tu Espíritu y repuebla la faz de la tierra.
He aquí, como conclusión, las cualidades que espero encontrar en los jóvenes: alegría, inteligencia, optimismo, valentía, audacia, orgullosos de su fe, entregados a Cristo y a los demás, revolucionarios y movidos por el Espíritu Santo”.

El párroco de San Cristóbal.

El Padre Jesús Jiménez, enfermo por un exceso de trabajo, recibía su tratamiento en la Capital. Le llegaban a menudo noticias de Acapulco.
Llegó de prisa el 12 de Diciembre por la tarde, un poco alterado, y me pidió que dejara la parroquia.
         Fue un regalo de la Virgen de Guadalupe mi liberación de ser párroco y le agradecía mucho a ella. En verdad, a pesar de mis errores, me entregué sinceramente a la comunidad de San Cristóbal y ella respondía magníficamente, a tal punto que me encariñé con ella y al salir con mi maleta no dije adiós sino hasta luego.
         ¿Pero a dónde ir? Llamé por teléfono a Monseñor Quezada. Me contestó: “Usted quería ir a La Mira: ¡Váyase allá!”. En La Mira no había dónde hospedarme.

         Forzado a contactos enriquecedores.

         Por haber participado en una Jornada en Balcones al Mar, conocí a la Comunidad de las Capuchinas. Al saber de mi apuro me ofrecieron la hospitalidad con espontaneidad y alegría, del 12 al 20 de diciembre.
Después las Franciscanas del Colegio Zumárraga me pidieron que me quedara con ellas deseosas de tener la Misa diaria en su capilla, durante las vacaciones de Navidad y del Año Nuevo. Con ellas conocí esta costumbre bendita de las posadas. Era pura devoción, vivencia exacta de lo que vivió María en Belén, y lo que me tocaba vivir a mí también.
Por eso, cuando los Cursillistas me invitaron a su posada en la Casa de la Cristiandad, acepté con gusto.
Miguel Bugarini, a su turno, me ofreció la hospitalidad en Enero. Estando completamente libre, dedicaba muchas horas a la búsqueda de una colonia que respondiera mejor a mis sueños de vivir entre los marginados.
Ya conocía La Mira, pero quería visitar unas colonias más para hacer una mejor elección.
Monseñor Juvenal Porcayo me ofreció una porción de su parroquia; la colonia Hermenegildo Galeana, en el cerro detrás de Costa Azul. Muchas veces subí allá y estaba a punto de decidirme a vivir allá, cuando los jefes de los paracaidistas fueron atacados y maltratados. A partir de ese momento, la gente se mostró recelosa      , sospechaba que yo pudiera ser un espía.
En tales circunstancias, yo vi que no convenía seguir es esta dirección y pensé que en La Mira podría establecer mi pequeña residencia.

         Misionero en Los Bajos, El Conchero y El embarcadero.

El padre Miguel no me perdía de vista y se acercaba la cuaresma. Necesitaba ayuda para numerosas colonias y pueblos; me vino a buscar a la casa de Bugarini. Me dio un cuarto en la residencia de los pasionistas del Pie de la Cuesta y me proporcionó un safari. Me responsabilizó de tres pueblos: El Conchero, Los Bajos y El embarcadero.
Estos dos meses pasados en la compañía de los Pasionistas me enriquecieron mucho. Sobre todo la experiencia y la entrega total del padre Miguel me impresionaron. Otra ventaja: yo seguía asesorando las Jornadas que se realizaban a veces en Las Cuevas de Balcones al Mar y en el Guajardo, a veces en el Leopoldo Díaz Escudero y en el Zumárraga. Esos contactos con los jóvenes me preparaban directamente a lo que iba a ser mi misión principal. Durante tres o cuatro años, participé fielmente como asesor espiritual de la Jornada. Conozco a verdaderos apóstoles entre los muchachos y las muchachas de la Jornada.

Los Cursillistas también me invitaban a la Ultreya. Yo había hecho mi Cursillo en Bolivia en 1960. Casi todos los lunes asistía a la Ultreya, confesando y celebrando la Misa. Rápidamente me hice amigo del padre Rodrigo y de los principales líderes: Pedro Kuri, Humberto Reyes, Miguel Bugarini, Jorge Prado y otros más.

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