José Pilar Quezada Valdès -sentado a la izquierda- y Agustín Caloca Cortés -Sentado a la derecha- alumnos en el Seminario de Guadalajaraa
... "en la Iglesia conviven asnos, mulos y machos cabríos, algunos tan salvajes que se sienten deseos de matarlos, pero no es posible porque 'el Amo quiere recibirlos todos en buen estado'."
El Cura de Torcy a su colega de Ambricourt, en: "Diario de un Cura Rural", de Bernanos.

lunes, 10 de junio de 2013

EL AÑO DE LA FE 1967-1968 EN LA DIOCESIS DE ACAPULCO





EL AÑO DE LA FE 1967-1968 EN LA DIOCESIS DE ACAPULCO.
Pbro. Lic. Juan Carlos Flores Rivas

         La lectura atenta de los textos del Concilio Vaticano II en la Diócesis de Acapulco, tuvieron un momento singular durante el Año de la Fe proclamado por el Papa Pablo VI en 1967.
El Papa Pablo VI, proclamó en 1967 un Año de la Fe, con la Exhortación Apostólica Petrum et Paulum del 22 de Febrero, poniendo en guardia contra algunos excesos que ya se hacían sentir en todos los órdenes, siempre acudiendo a un pretendido “espíritu del Concilio”; pero buscando un punto medio frente a las críticas de parte de quienes se resistían a las reformas planteadas por el Concilio. Y el 29 de Junio de 1968, para la Clausura proclamó su “Profesión de fe de Pedro”.

A principios de 1967, el Concilio se había clausurado hacía poco más un año, pero como en todos los Concilios reinaban ciertos malestares en algunos lugares, una atmósfera de frialdad y también de desilusión en otros, “como la que normalmente sigue a los momentos de alegría y de fiesta» (Cfr. Conferencia de Bamberg del teólogo Joseph Ratzinger). En esa situación, Pablo VI convoca el Año de la Fe: desde el 29 de junio de 1967 al 29 de junio de 1968, llamando a toda la Iglesia a celebrar el XIX centenario del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo, "primeros maestros de la fe".
         Con la Circular Número 194, del 25 de Septiembre de 1967, el Siervo de Dios Monseñor José Pilar Quezada Valdés, Primer Obispo de Acapulco, convocaba a su presbiterio a una Semana postconciliar sacerdotal, dirigida por los Padres del Movimiento “Por un Mundo Mejor”, a realizarse en la Casa Hogar del Niño, del Padre Ángel Martínez, del 9 al 13 de Octubre. Pero posteriormente, con la Circular Número 196, del 27 de Octubre, se trasladaba a la semana del 6 al 10 de Noviembre, a realizarse en el Club Copacabana, por el camino al Campo Aéreo. De esta manera, el presbiterio de Acapulco se aggiornaba (ponía al día) también, aplicando las normas conciliares en la Diócesis.

Para el 28 de junio de 1068, a pesar de la incipiente resistencia que el Presbítero Moisés Carmona Rivera presentaba al Concilio, con la Circular Número 206, Monseñor Quezada anunciaba la creación del Templo Expiatorio en Acapulco, con sede en la Parroquia de la Divina Providencia en el Barrio de Dominguillo. Indicando que se iniciaría la Adoración Perpetua el 25 de Agosto. Y con la finalidad de colaborar en la adecuación del Templo, se realizaba una colecta diocesana el 28 de julio. En la Circular 212, del 19 de Agosto de 1968, daba instrucciones sobre el tema, indicando que la Adoración Perpetua sería con la intención de unirse espiritualmente al inicio del Congreso Eucarístico Internacional que sería presidido en Bogotá, Colombia, por el Santo Padre Pablo VI, quien al mismo tiempo inauguraba la Conferencia del Episcopado Latinoamericano de Medellín.
Para el 10 de Septiembre de 1968, en la Circular Número 214, Monseñor Quezada comunicaba la creación de comisiones diocesanas: entre los enlistados todavía aparece Moisés Carmona en la Comisión de Obras Eucarísticas.
Para el 8 de Octubre de 1968, en la Circular Número 217, Monseñor Quezada daba algunas instrucciones sobre liturgia, entre ellas, que las misas, y las vigilias de difuntos, se rezaran en español. Tal vez una de las resistencias más sentidas, por nostálgicas, era la de abandonar la tan preciada lengua latina, por eso el Papa Pablo VI explicaba: “El cambio que afecta a la venerable tradición multisecular, y por lo tanto, a nuestro patrimonio religioso hereditario, que parecía que tenía que permanecer intangible, era un sacrificio muy duro, pero, la comprensión de la oración es más valiosa que las vetustas ropas de seda con la que se viste regiamente; y más valiosa es la participación del pueblo de hoy, que quiere que se le hable claramente, de una manera inteligible que él pueda traducir a su lengua profana. Si la noble lengua latina nos alejara de los niños, de los jóvenes y del mundo del trabajo y de los negocios; si fuera una pantalla opaca en vez de ser un cristal trasparente, ¿sería un buen cálculo que nosotros, pescadores de almas, las sigamos conservando de manera exclusiva como la lengua de la oración y de la religión? (Cfr. DC 1552, 1055-1056; 1553, 1102-1104). El pueblo fiel agradeció las traducciones, y se favoreció con esto su participación activa.
En los años siguientes, la gran mayoría de las circulares diocesanas, aparecerán iluminadas por sendos párrafos de los documentos del Concilio Vaticano II.

Y será hasta el Primer Domingo de Adviento de 1969 cuando entra en vigor el Novus Ordo Missae, una vez aprobadas las traducciones vernáculas, instaurándose así el uso del nuevo Orden de la Misa, de manera progresiva.
Ahora, a los cincuenta años del inicio del Concilio Vaticano II, el Papa Benedicto XVI quiso retomar aquella iniciativa feliz del Papa Pablo VI, convocando a un nuevo Año de la Fe, que se encuentra en curso, y que ha sido motivo de grande gozo, reflexión y oración en Acapulco.

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